Estuve leyendo esta mañana que mucha gente está padeciendo el síndrome de la cueva como consecuencia al rechazo a la nueva normalidad que va llegando despacito a nuestras vidas. Yo tengo que reconocer que cuando comenzó la desescalada no nació en mi ningún interés por volver ahí afuera, salvo para las caminatas al caer la tarde que ahora también he dejado de lado porque no compatibilizo mis pasos y mis respiraciones, con la mascarilla puesta.
Si sales sin la mascarilla no todo el mundo te mira bien y ya todos hemos interiorizado que tenemos que prevenirnos y cuidar al de enfrente significa no rozarlo, sustituyendo los abrazos por choque de codos. Eso ahora es cariño. El dispositivo a la entrada de casa con «fuchi» rebajado de lejía con agua, con zapateras empapadas en lejía, con el «fuchi» con jabón desengrasaste para las patas de mi perro, la cesta de las llaves ha sido sustituida por la cesta de las mascarillas y además contamos con una cesta decorándonos la casa que contiene botellitas individuales de geles hidroalcólicos. Los felpudos se han multiplicado como los Gremlins cuando se mojaban y de tener dos, hemos pasado a tener cuatro. Un nueva cesta plástica (más fácil de desinfectar sin que se dañe) hace que ahora parte de la ropa sucia esté recibiéndonos en la puerta y hayamos logrado que se despeje unos meses la solana. Y un secreto, de alargarse mucho esta situación tendremos que hacer obras, porque seguro que les pasado como a mi, porque a ver ahora quién es el valiente que entra en un baño público. Llego a casa y he de correr al pipí-room pero hay que desinfectarse primero y al igual que hacer ejercicio con mascarilla, estas acciones también son incompatibles para mí.
Así que declaro padecer el síndrome de la cueva. Me quedo en casa. Mi chico que es valiente y paciente, cruza a la frutería Macedonia de la que ambos somos fans porque todo está bueno, fresco y tienen de cosecha propia, las aceitunas más ricas del mundo, los quesos más irresistibles y sus dueños son los más amables y sonrientes, a pesar de las colas, de las normas y de toda esta pandemia. Desde allí me trae los calabacines más dulcitos que he probado nunca y esa noche de cena, caen estas tortitas que en casa a todos nos traen de cabeza. Deliciosas.
INGREDIENTES
- Dos calabacines.
- Dos huevos.
- Dos cucharadas colmadas de harina simple de trigo o harina integral.
- Sal gruesa.
- Aceite de oliva.
ELABORACIÓN:
Comenzaremos lavando muy bien los calabacines y con un rallador, los rallaremos por completo. No le quiten la piel al calabacín, los rallaremos enteros y aprovecharemos para ponerles sal gruesa al gusto.
Dejaremos que se escurran un ratito y mientras tanto iremos haciendo la mezcla del huevo con la harina. Para ello, en un reciente ancho y hondo, batiremos los huevos hasta que empiecen a espumar y echaremos las dos cucharadas colmadas (cucharadas grandes) de harina. Mezclaremos bien hasta obtener una pasta cremosa y algo espesa. No volveremos a echar sal porque ya la hemos puesto en los calabacines.
Una vez tengamos el punto de la mezcla, verteremos todos los calabacines rallados y mezclaremos bien.
Pondremos en ese momento una sartén con abundante aceite de oliva a calentar. El aceite deberá estar bien caliente, sin que llegue a humear y seguidamente, ayudándonos de un cucharón como los que usamos para servir la sopa, lo llenaremos hasta la mitad con la mezcla y con cuidado iremos vertiendo cucharón por cucharón en el aceite caliente, procurando que nos quede la mezcla en forma redonditas al verterla.
Las mantendremos como un minuto por cada lado, el momento idóneo para darles la vuelta, es cuando apreciemos que los bordes están cuajados y que toman color dorado. Ahí daremos la vuelta, con cuidado de que no se nos rompan y mantendremos al fuego otro minuto más.
Una vez las tengamos hechas por ambos lados, las iremos colocando sobre papel absorbente para que suelten el exceso de aceite.
Terminamos con toda la mezcla, vertiendo cucharón por cucharón, secaremos las tortitas sobre el papel y a la mesa que ya estarán listas para comer.
Y ahora un par de consejitos, los calabacines, cuanto más pequeños, serán más carnosos y de mejor sabor. Los grandes no suelen tener mucho sabor. Con estas cantidades que lleva la receta, les dará como para unas ocho o diez tortitas y les aviso que habrá pelea por coger la última.
Aparte de calabacín, en casa las hemos hecho de zanahorias, de puerro, de berenjena, el límite lo pueden poner en los gustos de cada paladar y además es una forma muy divertida para que los pequeños que rechazan las verduras se las coman sin protestar y les gusten. Elijan la verdura que elijan, siempre la rallaremos, excepto el puerro porque es casi imposible hacerlo, si las quieren de este sabor, deberán cortarlo en tiras muy finas a cuchillo.
Es la cena ideal, el aperitivo o la guarnición apetitosa y en casa nos las hemos llevado hasta a la playa.
Muchas gracias por la receta. Sigue así.