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La estafa emocional: el abuso emocional en las relaciones y vínculos traumáticos

 

Cada vez es mayor el número de personas víctima de una relación abusiva que acuden a terapia. Este tipo de relación se caracteriza por la existencia de una víctima y una persona que abusa. Se diferencia de la relación tóxica porque en ésta, cada una de las personas que conforma la relación tiene su grado de toxicidad, es decir una relación tóxica lo es porque “la toxicidad viene de ambas partes” (Tarnowsky, 2022). Cada miembro tiene su parte de culpa y de responsabilidad. Y en este sentido, no hay ni víctimas ni victimarias. Se alternan e intercambian los roles. Como tampoco hay premeditación ni estafa emocional, en el sentido de que no hay intención de hacer daño. Se trata de una relación en donde las partes carecen de madurez, presentan fallas en el desarrollo personal y los traumas de sus componentes se aúnan, afectando al vínculo.

En las relaciones abusivas, en cambio, hay uno de los miembros que tiene la intención de obtener el poder, explotar, dominar, someter y generar dolor. Se trata de una relación en donde uno exhibe la ilusión de jerarquía sobre el otro miembro. Por supuesto los roles en este tipo de relación son rígidos y están bien diferenciados: tenemos el de víctima que es la persona que además de ser estafada emocionalmente, es abusada, explotada, y parasitada con una firme y clara intención de ser anulada, generando un trauma severo debido al condicionamiento operante, a la disonancia cognitiva, a la indefensión y al trauma de traición. Luego, tenemos la persona victimaria, que con alevosía y premeditación, oculta sus intenciones, presentándose con un falso yo, personaje, para así hacerla bajar la guardia y las defensas. Su intención es parasitarla, para extraer sus recursos ya sean éstos emocionales, económicos, sexuales o todos a la vez. El resultado es la creación de un vínculo traumático y las secuelas son devastadoras.

Las personas victimarias presentan una estructura de personalidad narcisista y psicópata, con las cuales resulta imposible cualquier tipo de trabajo terapéutico, “ya que estos ponen en juego sus estrategias de manipulación y de control mental para continuar confundiendo y enloqueciendo a la víctima, llegando incluso a reclutar al terapeuta como aliado” (Ibid). La única solución es el contacto cero. El núcleo de este tipo de relaciones suele ser la violencia psicológica, una mezcla de manipulación y coerción. El psicoanalista francés Jean Charles Bouchoux habla en su excelente libro Les violences invisibles, de violencias invisibles propias de lo que él denomina los perversos narcisistas. Por eso son tan difíciles de detectar, incluso para las profesionales de la salud mental. Es terrible el desconocimiento general que hay sobre la psicopatía y el narcisismo, además de la negación, convenientemente difundida y hasta cierto punto ridiculizada y banalizada, acerca de la existencia de este tipo de maldad y sus secuelas.

Lo que ocurre con las personas con personalidad psicopática y narcisista es que saben bien cómo camuflarse en personajes acordes con las víctimas. Mimetizan. La estafa reside justamente en evitar mostrarse tal cual son y camaleonizarse con la víctima y su entorno. Suelen ser personas seductoras y astutas (que no inteligentes).

Para poder abordar este tipo de problemáticas, debemos entender y aceptar que existen relaciones basadas en el abuso, la coerción y la manipulación; que hay personas que buscan conscientemente ejercer la dominación y el control total sobre otras personas. La psicoanalista Alice Miller habla en este sentido de “abuso narcisista” en referencia a un tipo de maltrato emocional concreto entre personas adultas con personalidad narcisista y su progenitura. Otro gran psicoanalista, Ferenczi, habló de aspectos traumáticos del abuso como el silencio, la mentira y la hipocresía.

Ahora bien, este tipo de maltrato o abuso emocional no es consustancial a las relaciones familiares, sino que se pueden (y de hecho se dan) dar en cualquier ámbito. Maltrato, abuso o violencia psicológica son los términos que describen la estafa emocional de aquellas víctimas que la sufren. Y, sin embargo, la sociedad tiende no solo a acallar estas situaciones, sino a revictimizar a las víctimas culpándolas y haciéndoles cómplices de las personas que abusan, justificando, racionalizando y negando la realidad de dicha estafa. En el mejor de los casos se medicaliza y se psiquiatriza.

El abuso narcisista al que las víctimas son sometidas destruye integralmente a la persona, comenzando por un ataque mental que luego se trasladará a lo emocional para finalmente, reflejarse en el cuerpo y el ama de quien lo sufre. En la víctima se produce una pérdida de identidad, de autonomía, de libertad y de dignidad. Debemos entender que en las personas que lo sufren hay un total desconocimiento de las intenciones que se ocultan tras las personas estafadoras.

Las consecuencias de este tipo de estafa o abuso son bastante graves en las víctimas, además de silenciadas socialmente y tienen una base traumática que se manifiesta en síntomas como la adicción al perpetrador, la disonancia cognitiva, la indefensión, el trastorno de estrés postraumático, la ideación suicida, así como los trastornos comórbidos como trastornos alimenticios, depresivos y de ansiedad, entre los más frecuentes. Constituyen todo un problema de salud pública con tintes de epidemia en nuestros días.

En la base de este tipo de relaciones se encuentra la construcción del vínculo traumático (Dutton y Painter, 1981). La comprensión de este tipo de vínculo nos permite entender realmente el sufrimiento de las víctimas, el cual demanda un abordaje especializado que vaya más allá de la simple voluntad. Este tipo de vinculación resulta especial porque dicho apego se realiza a través del trauma, generando un cuadro psicológico muy similar al famoso y conocido síndrome de Estocolmo: un vínculo de sometimiento, sumisión y (abuso de) poder. Se trata del establecimiento de lazos emocionales entre una persona abusadora y «su» víctima. En este tipo de relación se confunde y pervierte amor con dominación. Dicho vínculo debe componerse de: un desequilibrio de poder entre las partes y un condicionamiento operante, es decir una intermitencia en el maltrato (Ibid). El psicólogo Iñaqui Piñuel habla de vínculo traumático de traición cuando se producen tres fenómenos: una lealtad ajena a la lógica y el sentido común, una adicción al abusador y una negación de la realidad. La psicóloga estadounidense Jennifer Freyd (1994) define el trauma de traición como aquel perpetrado por una persona o institución de quien la víctima depende para su supervivencia. Se trata de una violación de confianza por parte de personas o instituciones de las que una persona depende para su protección, recursos y supervivencia. En definitiva, situaciones en las que la víctima depende de la o las personas que abusan y violentan. Hay un abuso de confianza, de ahí la noción de estafa emocional. No se trata de la ingenuidad de la víctima (la culpa nunca es ni puede ser de ésta), sino que lo que está en juego es la confianza básica que nace del mecanismo biológico de apego. Las víctimas se adentran en la relación ya engañadas y estafadas. Por supuesto que hace falta todo un proceso que va por etapas, que conforma un ciclo abusivo interminable. Y cada etapa con sus propios mecanismos. La primera etapa es de captación y seducción con las técnicas del espejo y el bombardeo amoroso, basicamente. Una segunda etapa de devaluación con toda clase de técnicas de manipulación como luz de gas, agresión verbal y/o física, chantaje emocional, triangulación, sabotaje, aislamiento, cosificación, mentiras, negligencia, invasión de la privacidad, intimidación, tratamiento de silencio, difamación, maltrato pasivo-agresivo, reinversión de roles, doble vínculo (comunicación distorsionada o “donde dije digo, digo diego”), técnica del (maltrato por) goteo, provocación, acoso, falso futuro (sembrar esperanza en un futuro mejor y de cambio), humillación, utilización del sexo y descarte. Por supuesto en esta etapa se combinan estas técnicas con el juego del rescatador que básicamente consiste en crear escenarios traumáticos dolorosos y caóticos para correr al rescate de la víctima. De esta forma se genera un sentido de deuda además de un tipo muy resistente de aprendizaje basado en el condicionamiento operante o intermitente: una de cal y otra de arena. Y, por último, la etapa del descarte cuando ya no hay más que extraer. Se trata de un proceso que puede durar años de muchas idas y venidas o recaídas, en las cuáles las víctimas terminan exhaustas y agotadas. Las personas victimarias permanecen en la sombra, acechando, acosando y espiando. El descarte es realmente una forma de castigo porque o bien la persona manipuladora ya no consigue “combustible” narcisista para inflar el Ego como lo hacía antes, o bien ya hay una o varias próximas víctimas a la vista, o bien hay temor de ser desenmascarada y quedar expuesta.

Como conclusión destacaré la gran complejidad que supone el trabajo terapéutico en este tipo de relaciones, en gran parte como lo subraya el psicólogo criminalista Vicente Garrido, por la resistencia a creer que este tipo de personas malas exista y el consecuente e ingenuo empeño en cambiarlas. Por otro lado, el favorecimiento, ensalzamiento y normalización de trazos psicopáticos y narcisistas en la población en general y, como consecuencia, en la culpabilización de la víctima, revictimización. No ayuda en absoluto la total impunidad que este tipo de estafa goza; no hay consecuencias penales. Ni tan siquiera está tipificado como delito. No obstante, las secuelas y consecuencias de este tipo cada vez más generalizado de modo de relacionarse, la pagamos toda la población.

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El pensamiento mágico: regreso al oscurantismo del medioevo

 

El pensamiento mágico es una forma de conocimiento basada en supuestos erróneos fundamentalmente, fruto de atribuir un afecto a un suceso, sin que exista una relación causa-efecto entre ambos. Este pensamiento está en la base de formas religiosas y creencias como la superstición y las creencias irracionales que tanto condicionan la acción humana. Es un tipo de razonamiento que consiste en aplicar la lógica de las operaciones mentales sobre la realidad externa para explicarla. En realidad, el pensamiento mágico proyecta cuestiones de la experiencia psicológica como la finalidad o la intención sobre realidades biológicas o inertes y vice-versa. La consecuencia fundamental es que se atribuyen relaciones causales a eventos, situaciones y acciones que no tienen ninguna relación entre sí. Así por ejemplo el pensamiento mágico pseudocientífico consiste en atribuir relaciones causales a aquellos factores que solo presentan una correlación. Esta forma de pensar (normal en el desarrollo infantil pero patológica en la edad adulta) genera una serie de creencias irracionales, puesto que a través de un razonamiento causal se crea una falacia; busca relaciones inexistentes de fenómenos que, como mucho, solamente coinciden. Esta forma mágica de pensar está muy presente, entre otras muchas áreas de la vida humana, en el positivismo de la psicología de autoayuda con todas las ramificaciones derivadas, la cual interpreta que “todo pasa por algo”, imperativo de intención. Ante la impotencia, el caos y el sinsentido de la vida, formas de pensar mágicas como esta ficcionan una realidad en la que el control vence a la impotencia, la desesperación, lo absurdo…

Los pensamientos vinculados por analogía o continuidad no son exclusivos del pensamiento mágico, también lo son del pensamiento psicótico y de otras formas de patologías como los trastornos obsesivos. Podemos afirmar que toda forma de patología o disfuncionalidad psíquica está imbuida de esta forma de pensar mágica… por supuesto, en diferentes grados. Es una forma de distorsión cognitiva que hace ver cosas que no existen y/o existir realidades inventadas, virtuales, delirantes y míticas. Esta forma de pensar se opone al pensamiento lógico, aunque lo imita. Es un mecanismo de defensa que instituye toda una serie de creencias irracionales como realidades demostradas e irrefutables. Se parte de percepciones sin ninguna base crítica que llegarán a hipótesis especulativas formando parte de un nuevo credo.

Lo que más me asusta como profesional de la psicología, no solo es la proliferación y generalización de esta manera de pensar, sino la potenciación perversa que están haciendo de ello medios como la publicidad, el marketing, la política, la economía, la técnica e incluso la ciencia. Todas estas áreas hoy convertidas en industrias, se dedican a estudiar cómo pueden difundir ideas, conceptos, percepciones, valores y realidades de modo que la gente se las crea. Intentan imponer, condicionar y modificar el comportamiento humano a través de técnicas de manipulación, coerción y coacción para obtener nuestro “libre y voluntario consentimiento”.

Esta es la posverdad de nuestra modernidad tardía. Esa información o afirmación en la que los hechos reales tienen menos importancia que las opiniones y emociones suscitadas. El pensamiento mágico subyace en esta posverdad según la cual, la realidad queda subordinada y reorganizada desde ideologías específicas que responden a su vez a voluntades económicas que desembocarán a su vez en políticas. El subjetivismo, la parcialidad y la ideología se confunden con la objetividad, los hechos y la realidad. La información se confunde con la formación. Y todo ello gracias a la magia. Lo mágico aparece cuando el proceso de conocimiento deja de serlo. Todo medio que se convierte en un fin, adquiere este espíritu mágico. Desde el momento en que algo subjetivo como una información se convierte en un hecho objetivo, una realidad, adquiere un significado mágico. Cuanto mayor sea la distancia entre la realidad y la ficción, entre (personas) consumidoras y productoras, entre dominantes y dominadas, mayores serán las funciones mágicas de toda mediación. A mayor crisis, mayor desorganización, mayor disgregación y por supuesto, mayor valor mágico ya sea del dinero, de la información, de la tecnología, de las imágenes… Como dice el doctor en comunicación pública en su ensayo La formación de la mentalidad sumisa, Vicente Romano, “el concepto de magia va íntimamente ligado a la idea de poder” puesto que “la voluntad de dominio y de control reclama el pensamiento mágico porque ese dominio no se efectúa mediante el razonamiento o la demostración, sino mediante evocación y símbolos, con imágenes y representaciones capaces de coaccionar a los seres humanos”. Como dice el sociólogo mejicano Jesús Antonio Machuca “lejos de haber sido superado, el pensamiento mágico ha surgido en condiciones que son propias de la sociedad moderna, en la que predomina la razón occidental, ese ámbito que pretende regirse por los principios lógicos de la ciencia y de la técnica”. En su artículo El pensamiento mágico en el mundo secularizado, se pregunta “sobre las posibles causas por las que, en las condiciones de vida de la sociedad secularizada, ha surgido una mentalidad y una manera de ver el mundo en las cuales prevalecen aspectos de un pensamiento mágico, que permea el imaginario social y ha acompañado a dicha formación social desde sus inicios, así como imbuido al pensamiento científico-técnico desde su origen”.

Y es que la parcelación de la actividad humana con la subsecuente la fragmentación del conocimiento, obstaculiza una visión de conjunto al oscurecer las conexiones entre los diversos fenómenos, la dinámica de las cosas, así como la fenomenología de la realidad. Ello es fuente de incomprensión, incertidumbre, angustia y finalmente, sumisión o resignación. Y este es el caldo de cultivo en donde el pensamiento mágico reaparece con su función unificadora. La reducción unidimensional de la realidad producida por esta fragmentación “recrea formas primitivas de conocimiento” nos dice Vicente Romano. No olvidemos, continúa el autor, que “la mediación efectuada por el pensamiento mágico reduce las contradicciones hasta el punto de eliminarlas. Su misión es la unificación de lo que se presenta dividido, disgregado”. En otras palabras, el pensamiento mágico permite integrar contradicciones, vacíos y carencias afectivas de la vida cotidiana, generados por la fragmentación de las relaciones sociales y del conocimiento. Recordemos que el ser humano necesita ordenar sus conocimientos en un marco general que dé sentido; necesita construirse un modelo de universo para vivir y actuar. Si el ser humano no tiene medios para ello, se verá envuelto ingenuamente por el halo mágico de la fe que le hará identificarse (perder los límites del yo para fundirse con los del entorno) con una imagen o ilusión redentora impuesta por aquellas personas que detentan el poder.

Gracias a la perversa utilización tecnológica de algoritmos matemáticos, estamos entrando en formas de manipulación violentas para vendérsenos mágicamente un mundo totalmente delirante basado en la deificación del capital. Pero no todo el mundo puede ser capitalista. Solo lo serán aquellas personas que acumulen el capital suficiente para comprar más allá de objetos cotidianos, aquellas voluntades que sirvan a un fin: poder.

Siempre, desde sus orígenes, la democracia fue para unas pocas personas, particularmente aquellas que eran libres; libres de la esclavitud que imponía en el mundo de la Grecia clásica, la economía (oikumene). Y hoy no nos hemos alejado mucho ni de las formas griegas ni de las medievales.

El mundo digital nos construye una nueva realidad igualmente alienante como ocurrió en la primera fase de la industrialización, solo que, si en esta fase se despojaba al ser humano de las tierras, de las granjas, en definitiva, se les expropiaban propiedades, hoy se nos despoja del yo, de la intimidad y de la propia experiencia humana. Al respecto, el escritor francés Jaques Lusseyran consideraba que el peligro más grave es el que se cierne sobre nuestro espacio interior y veía ya en marcha, desde la segunda guerra mundial, un “intento de expulsar al yo” a medida que la máquina se expandía. Al igual que se colonizó ese mal llamado “nuevo mundo”, hoy se coloniza el interior del alma y de la mente humana en busca de «excedentes comportamentales» (comportamientos en las redes) para, al igual que esclavos, ser vendidos y programados para nuevas formas de servilismo y de manipulación. El pensamiento mágico sirve aquí a fines de distracción. Nos hacen creer en formas mágicas de existencia libre: libres de polución, de violencia… No obstante, de manera paternalista, es decir, por nuestro bien, nos van llevando oculta y secretamente hacia “mercados de futuros conductuales” nos dice la socióloga Shoshana Zuboff en su obra La era del capitalismo de vigilancia, que enriquecen a una minoría. Gracias a la magia de la industria tecnológica, la del entretenimiento, la de la información, entre otras, nos desvían la atención. El filósofo español Jordi Pigem en su obra Técnica y totalitarismo afirma que como consecuencia de las biotecnologías y las tecnologías de la información han conseguido “convertir al ser humano en un animal hackeable”. Se le ha puesto en jaque, puesto que se le piratea como si fuera un sistema informático.

El coste que todo esto tiene y tendrá en la salud mental de los seres humanos es tan cuantioso y grave que apenas estamos empezando a ver las graves consecuencias.

 

 

 

 

 

 

 

 

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El teatro de la vida: la representación del pasado en el presente

 

“Hay un dicho que es tan común como falso: El pasado, pasado está, creemos. Pero el pasado no pasa nunca, si hay algo que no pasa es el pasado, el pasado está siempre, somos memoria de nosotros mismos y de los demás, somos la memoria que tenemos”. José Saramago

En la vida de los seres humanos, constatamos que se repiten en el presente algunos de los escenarios que más han marcado y que tienen origen en el pasado. Freud, en su obra Más allá del principio y del placer, intuyó perfectamente bien esta repetición inconsciente y, de hecho, la llamó “compulsión a la repetición”. Una repetición de fijaciones infantiles (o hechos traumáticos). Son repeticiones que nos devuelven a vivencias pasadas. Vivencias que interpretamos y representamos en el presente, desencadenadas por hechos o situaciones relativamente anodinas en ciertas ocasiones, y por hechos graves en otras. Como decía el filósofo renacentista Michel de Montaigne, “Nada fija una cosa con tanta intensidad en la memoria como el deseo de olvidarla”. Pero, ¿por qué esa insistencia repetitiva del inconsciente? La psicoanalista francesa Véronique Salman nos lo aclara en su obra La trilogie inconsciente. Esta autora desgrana la mecánica inconsciente del individuo, sufrir, normalizar y reproducir aquello que de pequeño lo condenó. Una trilogía infernal que se evidencia en actitudes contraproducentes, penalizando su mundo relacional. Se trata de evitar reproducir los mismos errores una y otra vez.

La autora, comienza explicando que todo parte de una renuncia inicial. Dicha renuncia conllevará a una satisfacción relativa, que hoy en el argot popular conocemos como “zona de confort”.

Renunciar a partes de sí reviste toda una lógica racional destinada a valorizar a aquellas personas con las cuales convivimos. Las protege de alguna manera. Representa todo un sacrificio. Se trata de una estrategia de supervivencia para salvaguardar a aquellas personas que deben protegernos. La renuncia desemboca en la acomodación. Así el ser humano se va habituando a vivir en un marco estrecho.

La acomodación a esta estrechez nos permite obtener una satisfacción relativa: la de adaptación, aceptación y pertenencia. Ello nos proporciona una relativa seguridad psicológica. Se trata de un estado mental que a su vez condiciona el comportamiento, por el cual la persona se impone límites o simplemente acepta un estilo de vida para evitar ansiedad, miedo, riesgo o presión.

Así pues, tenemos una primera trilogía inconsciente (renuncia, acomodación y satisfacción) que desembocará en un confort relativo para evitar así todo cambio que pueda amenazar dicha estabilidad. No obstante, va a hacer falta mucho tiempo de vida en esta renuncia para darnos cuenta del malestar que va generando a la larga y que se manifestará en forma de sufrimiento no solo psíquico sino físico. Este se enquistará, arruinando la esperanza de un futuro bienestar y creará un terreno de desesperanza. De esta manera la vida se transforma en una errancia en la cual navegamos en una búsqueda frenética para compensar este estado de insatisfacción: un bebé, una carrera, un puesto, un estatus, una riqueza, un reconocimiento social… Y por supuesto, lo queremos ya, porque ya venimos frustradas del pasado. Esperamos pasar las etapas de vida de manera ávida sin poder saborear lo acometido porque en realidad aquello que hacemos representa una huida hacia adelante. Y según conseguimos algo, pasamos a la siguiente etapa que será conseguir más. Y de esa manera inconsciente, repetimos una y otra vez los mismos errores como un sueño (pesadilla) que se repite de manera obstinada hasta ser comprendido y por supuesto, transcendido.

Ocultamos sufrimientos para evitarlos sentir. Pero cuanto más olvidamos, más recordamos. Rememorar lo olvidado, lo censurado, lo oprimido, lo disociado, la reprimido… se hace a través de la repetición de aquello a lo que hemos sido sometido. Repetimos lo mismo que nos hicieron de manera inconsciente. Lo llamaremos pauta.

Consideramos a las demás personas como fuimos nosotras consideradas. Una vez adulto, el infante condicionado por su infancia, espera pacientemente que su turno de repetición se presente por fin y así poder reparar su propia herida histórica. Es posible así tomar la revancha existencial, fundadora del ego humano.

Esta trilogía renuncia, acomodación y satisfacción relativa es el terreno abonado de otra más terrible si cabe: sufrimiento, normalización del sufrimiento y reproducción. Toda disfunción viene de una renuncia tan profunda como inconsciente. Una renuncia en favor de una adaptación y acomodación al medio. Aunque el infante sufre por esta renuncia, se acomoda por supervivencia. No puede divorciarse de su progenitura. Es dependiente de esta. Entonces normaliza una (o varias… de hecho, las que hagan falta) situación anormal. No tiene elección. Sea cual sea la situación vivida en la infancia, ha tenido que renunciar a partes de sí mismo y ha sufrido por ello. Sufrimiento que repetirá hasta entenderlo y cortocircuitarlo.

La normalización es un mecanismo de defensa trampa puesto que el individuo cree así no sufrir al adaptarse y acomodarse, ocultándose a sí mismo la renuncia. Luego ya de adulto, reproducirá sobre sí mismo o sobre los demás o sobre ambos, aquella renuncia primigenia que tanto ocultó y que tanto daño le hizo. Por supuesto de manera automática, es decir, inconsciente. Normalizar es lo que tiene; predispone a una forma de reproducción que se inscribe como una lógica, un hábito, un principio, una fatalidad. El destino… Una reproducción, sobre sí mismo de aquello que le hizo sufrir en el pasado, no parece conllevar mucha culpabilidad. Reproducir sobre otras personas aquello de lo que ha sido objeto en la infancia puede ser más preocupante. Es lo que se denomina proyección. Así podemos fácilmente acusar a otras personas de aquello que en realidad nos pertenece, pero nos resistimos a reconocerlo y a tratarlo. La proyección es un buen mecanismo de defensa que nos empuja a acusar a la otra persona y nos evita la reflexión.

De esta manera, el pasado es constantemente traído al presente y se  revive; de actualiza constantemente. Es como un teatro en el que se repiten las mismas escenas pasadas no superadas, ni mucho menos digeridas. La situación presente de alguna manera reactiva sensaciones, vivencias, sentimientos y emociones pasadas. No olvidemos que el sujeto pasa su vida bajo formas matriciales como la familia, la empresa, la iglesia, las amistades, el club deportivo… no puede sobrevivir fuera de matrices de pertenencia.

Una vez la persona acomodada, debe hacer algunas filigranas cognitivas para soportarlo como por ejemplo banalizar lo anormal y así vivirlo como una necesidad ante la cual se siente impotente. Así se trivializa lo inconfortable, lo doloroso. Lo frustrante, lo inconfortable, el sufrimiento… formarán parte ineludible e inevitable de la vida ordinaria. La inevitabilidad es de hecho uno de los argumentos estrella para fomentar la acomodación contorsionista a la que el género humano debe hacer frente desde su más tierna infancia. También se justificará y racionalizará este tipo de situaciones disfuncionales. Y finalmente se transmitirá de generación en generación. Se reproduce lo que se ha (a)normalizado. Por supuesto la no conformidad con este tipo de (a)normalidad será fuente de una profunda e incómoda angustia casi tan dolorosa como la acomodación.

El psicólogo Claude Steiner, discípulo de Eric Berne padre del análisis transaccional, en su obra Los guiones que vivimos, habla de este mismo fenómeno. Afirma que vivimos según guiones que responden a decisiones tomadas en la infancia y que nos impiden vivir libremente. Estos guiones conforman patrones de actuación. Este guión es en general condicionado por aquellas personas adultas que han influido en nuestra infancia. Así pues, vivimos acorde a un argumento preestablecido de una obra en la que las personas se sienten obligadas a representar un papel, un rol con el cual puede que lleguen a identificarse o no. Y ese argumento tendemos a repetirlo en las relaciones actuales, de manera inconsciente a veces, para evitar experimentar de nuevo necesidades insatisfechas y sentimientos reprimidos en el momento de la formación del argumento; otra veces para autoregularnos; otras, para tener un modelo predictivo de vida y de relaciones y, finalmente otras, para generalizar la experiencia inconsciente de uno mismo en relación con otras personas.

Gran parte de la labor terapéutica se basa en captar el guión, en ver la pauta oculta bajo las repeticiones que generan gran sufrimiento para posteriormente invitar a deshacer dicha pauta, desafiarla, romperla. En definitiva, para ayudar a liberar de tantos condicionantes que están generando un profundo malestar .