Lorca, en estos tiempos oscuros
Un 5 de junio de hace ahora 125 años Vicenta Lorca dio a luz al poeta. Y el poeta a su vez engendró un lienzo claveteado con versos de plomo y marfil, y una brújula para llegar a la sangre atravesando la luna, el clavel y el río. Federico escribió con lápiz de punta roma cuidando de que su palabra se incrustara en la caracola del oído sin hacer daño, aunque arrastrara el dolor diverso de la vida de todos; para que su voz colorida se volviera caleidoscopio de admiración en la nuestra. Y HOY (oh, voces de muerte cerca del Guadalquivir), alguien quiere desclavar su poesía de las costuras de la tierra porque ÉL era homosexual (recuerdo una brisa triste por los olivos…), demócrata («Soy revolucionario, porque no hay verdadero poeta que no sea revolucionario»), paladín de la mujer libre (Adela, la de Bernarda, verde que te quiero verde, «Mi cuerpo será de quien yo quiera»), tolerante con el extranjero («Yo creo que el ser de Granada me inclina a la comprensión simpática de los perseguidos. Del gitano, del negro, del judío…, del morisco que todos llevamos dentro») y amante de la cultura («Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle, no pediría un pan, sino que pediría medio pan y un libro»).
Federico no murió en vano. Es inútil que alguien esparza el odio y la ignorancia sobre la tierra que cubren sus huesos porque rebrotarán los claveles apuntando contra las ataduras de cuero que amordazan la boca de los caballos libres. La vida es más áspera que la poesía, cierto, es más anodina si se quiere, más carnal y más urgente que los sueños etéreos de una belleza sin anclajes. Pero hay una arteria que va desde el poema al sentido y por ella circula la savia del entusiasmo por la existencia, el combustible para pelear contra los ángeles exterminadores que ambicionan los tiempos oscuros. Federico no es un panfleto. Escribió en el tiempo la palabra con la que hacer gárgaras de brío y deleite para que la denuncia, la queja, el clamor resuenen como trompetas de Jericó contra quienes desean que volvamos a la noche aciaga.
Sus lunas, sus tardes, sus sombras vuelven una y otra vez a recordar el idioma de la confianza. Cantar sin carne lírica que llene de risas el silencio. Frente a quienes despluman la verdad como a una gallina vieja para dejarla en carcasa populista, toma el cantar que vaya al alma de las cosas y al alma de los vientos.
HOY la patria de sus rosas más rojas y necesarias es nuestra patria verdadera, la de los campos sin cercas, la del agua de la fuente clara.
Invoco su nombre y su simiente como provisión de aliento y esperanza.