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Birmarck y Escarlarta O’Hara

Escuchamos a los actuales líderes políticos, a los dirigentes económicos e incluso a determinados líderes de opinión con mando en plaza (antes los llamaban intelectuales influyentes) y se nos cae el alma a los pies. Si los sofistas fueron la marca blanca de la filosofía clásica, están ahora muy de moda, porque ya solo se aprecia el envoltorio de los hechos y las ideas. Yo siempre he estado en contra de las ideologías como doctrina para aplicar a la vida, porque agarrarse a una idea central sin pararse en detalles (la perfección está en los detalles) suele tener siempre un resultado injusto y socialmente catastrófico, llámese fascismo, teocracia, stalinismo o cualquier otra gran palabra que se lo lleva todo por delante. Creo que hay que pensar cada cosa en su contexto, en su utilidad para la búsqueda de la libertad y la justicia de verdad, y eso choca contra todos los maximalistas, que, como los sofistas, parece que nunca pasan de moda. Lo que equivale a que, de una forma o de otra, estamos en manos de autómatas, robots del pensamiento, por lo que la inteligencia artificial tampoco es una novedad, más allá de la tecnología tan mágica como inútil que utiliza.

 

 

En el mismo sentido, está la frase atribuida al canciller prusiano Otto Von a Bismark, que, cierta o apócrifa, sigue siendo secular, y suena como el único certificado de garantía de supervivencia que tenemos los españoles, pase lo que pase, ahora y siempre. Dicen que dijo Bismarck:  «España es la nación más fuerte de La Tierra. Los españoles llevan siglos intentando destruirla y no lo han conseguido. El día que dejen de intentarlo volverá a ser la vanguardia del mundo». Existe, además, la evidencia de que España es el país más rico del mundo, porque lleva sumida en la corrupción política y económica al menos desde la época del Gran Capitán (picos, palas y azadones, cien millones) y sigue quedando de dónde sisar. Cualquier otro país, por muy poderoso e imperial que fuese, con nuestros niveles de corrupción habría desaparecido. Pero nosotros seguimos ahí, y por lo que veo sigue quedando donde rascar, a juzgar por el entusiasmo con que se emplean todos, porque no son dos a tres, sino muchos, sean centrífugos, centrípetos o los que siguen empeñados en fundar y refundar un centro que nunca cristaliza: CDS con Suárez y sin Suárez, Operación Roca (con Garrigues), UPD con Rosa Díez, Ciudadanos con y sin Albert Rivera… Ahora se oye por ahí que Edmundo Bal, Begoña Villacís y Fernando Sabater coquetean con crear un nuevo partido bisagra, con el mismo discurso que se ha repetido y fracasado en cuatro décadas distintas.

 

Luego es lo que se vende como novedad: una fractura en el bando socialista. Hay que recordar que lo que le ocurre al PSOE es como a Escarlata O’Hara, ese conflicto interno es su estado natural. No olvidemos que en los años treinta del siglo pasado hubo un partido Socialista de Indalecio Prieto y otro de Largo Caballero, y está en las hemerotecas y en la Historia que el primero salvó la vida milagrosamente tras suspender un mitin en la localidad sevillana de Écija, donde fue atacado a tiros y a pedradas por elementos afines a Largo Caballero. Durante la guerra civil hubo un PSOE de Besteiro y otro de Negrín, y en el exilio la ciudad francesa de Toulouse fue escenario de muchos debates encendidos que llevaron a la secretaría general a Rodolfo Llopis. Hasta que surgió un PSOE dentro de España, el de Felipe González, que en el congreso de Suresnes se hizo con el control del partido en 1972. También había otro partido socialista interno a comienzos de la Transición, el PSP de Tierno Galván, que acabó siendo absorbido por el PSOE que iba camino del felipismo. Solo en ese tiempo pareció que había un solo PSOE y es que el inmenso poder que gestionaba es capaz de puentear cualquier discrepancia, aunque pronto hubo guerristas, bronca con Nicolás Redondo y los de la Izquierda Socialista de Pablo Castellano acabaron en IU.

 

Y ya siempre fue un toma y daca: lo de Almunia y Borrell desembocó con la mayoría absoluta de Aznar. Zapatero aguantó porque estar en La Moncloa es un pegamento muy eficaz, pero ya luego siempre hubo jaleo: Rubalcaba, Carme Chacón, Madina y Pedro Sánchez, con Susana Díaz de animadora con la efigie de Felipe al fondo. Ese apocalipsis del PSOE que vaticinan desde distintos intereses yo lo pondría entre paréntesis, hay mucho entrenamiento experiencia en conflictos internos y salir de barrizales impracticables es su especialidad. Así que, como esta situación no es nueva, todas estas predicciones optimistas por exceso o tremendistas por defecto sobre el futuro del PSOE, como a Cantinflas, me resultan intermitentes, indescriptibles, inverosímiles, incompatibles, intransigentes e intransferibles. Y, francamente Escarlata, me importa un bledo.

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Sobre amnistías y sartenes

 

 

En vista de lo poco que le importa a la clase política el bienestar de los ciudadanos, he llegado al punto de que procuro librarme de las sandeces que gruñen cada día. Si quisieran ser útiles, trabajo tienen de sobra: sequía, cambio climático, crímenes machistas, alza de los precios, escasez de viviendas, aunque haya decenas de miles de pisos habitables, inflación exagerada, listillos que se aprovechan para manipular los mercados, desastre sanitario, frenazo educativo, migración irregular, Derechos Humanos pisoteados una y otra vez por las propias administraciones que son las encargadas de defenderlos… Hay más cosas, como el abandono de las personas mayores o discapacitadas, el control de las grandes empresas para que no abusen de los usuarios, o un rosario de carencias que nunca se acometen y que nos hacen sonrojar cuando nuestros dirigentes sacan pecho por algo que dicen que han hecho pero cuyos efectos no llegan a la ciudadanía.

 

 

Y me libro porque no me da la gana de que una ley hoy signifique una cosa y mañana lo contrario, según convenga a unos o a otros. No soy jurista y desconozco si en La Constitución cabe la amnistía de la que todo el mundo habla. Puedo entender que se negocie para partir de cero, pero no es por eso, sino porque es necesario para llegar a la Presidencia del Gobierno. Pero es una gran contradicción, y en mi modesto entender un disparate, no ya jurídico, que no lo sé, sino de sentido común. No entiendo cómo puede amnistiarse algo que no ha sido juzgado, no hay sentencia y por lo tanto ni siquiera conocemos qué calificación merece lo que se pretende borrar, porque no se puede perdonar delitos que aún no tienen sentencia firme.

 

Pero ellos dale que dale, y tampoco hay visos de que sea para hacer borrón y cuenta nueva, porque quienes piden la amnistía no se esconden para seguir enarbolando el soberanismo y, en algunos casos, incluso hablan de independencia unilateral con indemnizaciones milmillonarias del Estado Español para que el supuesto nuevo estado comience sin rémoras, y a los demás que nos parta un rayo. Por si esto fuera poco, este follón que hasta ahora se localizaba en Cataluña, ahora empieza a moverse en Euskadi; ya me preguntaba yo cuánto tardarían en subirse al carro. El PNV ya está más arisco y Bildu quiere sacar a la calle el 18 de noviembre al mayor número posible de vascos, para no sabemos todavía qué.

 

Me tengo por progresista, y creo firmemente en que España es una nación de naciones, que todo es negociable y se puede avanzar, ver esa diversidad como una riqueza y no con la cerrazón que es marca de la casa de la derecha. Todo se puede hablar, se puede negociar, se puede cambiar la Constitución, el régimen político y hasta los colores de la camiseta del Atlético de Madrid. Ya puestos, hasta podemos cambiar el concepto de Estado por el de Puesto de Pipas. Pero eso se hace a golpe de democracia, con la mirada puesta en las siguientes generaciones, y con la actual miopía política que se ha convertido en pandemia no creo que les alcance la vista más allá de sus narices. Aquí no se dialoga ni se negocia; se impone, se chantajea, se compra y se vende. Lo siento, pero esto no admite más paños calientes.

 

Así que, como ya estoy hasta el gorro de palabras que no son más que el parapeto de los intereses de clase o incluso personales, propongo que se convoquen nuevas elecciones generales pero que, para abreviar y que nos salga más barato, solo se pongan urnas para elegir diputados al Congreso en Cataluña y Euskadi, y que se reúnan entre ellos y que no nos estén mareando, porque ahora van a querer que el euskera sea la lengua oficial de la ONU y el aranés de la OTAN. Cuando les parezca, no hay prisa, no vayan a herniarse, nos dicen quién va a ocupar la Presidencia del Gobierno Español. No estoy desbarrando, no es nada nuevo, eso es lo que han estado haciendo los nacionalista vascos y catalanes durante los últimos cuarenta y cinco años. Las otras 15 autonomías, Ceuta, Melilla y el Peñón de Vélez de La Gomera, en silencio, a tragar como siempre.

 

Y ya que estamos, mientras todo esto se va aclarando u oscureciendo, para sacar algún rendimiento a lo que cuesta mantener un Parlamento, también propongo que se alquile el Palacio del Congreso para bodas y bautizos, o bien que se nombre una comisión parlamentaria para que trate de legislar sobre la distribución de espacios en las cocinas. Es que, salvo en las casonas de lo cuatro que quieren que esto siga igual, en las demás tenemos un problema con las sartenes, y es que ninguno de los armaritos ni las baldas al uso pueden acogerlos sin que se pringue todo alrededor, de modo que en el 90% de las cocinas española las sartenes se guardan en el horno, y cada vez que vamos hacer una sama a la sal tenemos que sacar las sartenes, ponerlas provisionalmente en otro sitio, y volver a guardarlas cuando acabemos, lo que nos obliga a dar dos lavados al horno y uno al lugar donde esperaron las sartenes. Un derroche, y todo por no hacer obligatorio que siempre haya un lugar pensado expresamente para sartenes. Insisto, no desbarro, porque al menos eso sería de utilidad, pero es que ahora lo único que hace la representación de la soberanía popular es berrear en la Carrera de San Jerónimo. Por si ya no hubiera bastante autotune con el reguetón.

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Optimista, pero menos

 

Hay días en los que los temas se amontonan en un cuello de botella y, paradójicamente, uno no sabe qué comentar; esta semana hay material para pensar en el presente, aprender del pasado o cavilar sobre el futuro. En cualquier caso, como diría Pablo Neruda, puedo escribir los versos más tristes (en mi caso prosa), y aunque soy un optimista terminal que siempre suele ver la botella medio llena, por lo que se mueve a mi alrededor, no encuentro un dato, un estímulo, un indicio que me sirva para apoyar la esperanza. Por eso decía lo de triste, y es que este septiembre lo es, porque no hay romería ni Charco de La Aldea que sirvan de contrapeso.

 

 

Esa es la razón por la que he invocado a Neruda, y de paso celebro que se hayan por fin abierto las grandes alamedas de la democracia en Chile, como anunció en Radio Magallanes hace medio siglo Salvador Allende, antes de entregar su vida por su pueblo, el fatídico día en que comenzó una orgía de sangre que los malditos innombrables del Norte y los traidores chilenos desataron para mantener los privilegios y abusos de los de siempre. Los muertos siempre son los mismos, como los que se aventuran en el mortal océano huyendo de la miseria y la injusticia que asola África, nuestra vecina olvidada. También ocurre que, cuando la Naturaleza se encabrita, siempre recae su furia sobre los más débiles, como está sucediendo ahora mismo en el Sur de Marruecos, donde miles de personas han quedado sepultadas bajo de pobreza de sus humildes moradas de adobe. No caen lujosos palacios ni sólidas mansiones en Marrakech, como tampoco cayeron en Managua, en Turquía, en Irán y hasta en la europea Italia hace unos meses. Ayer, el poeta Pepe Junco me recordaba los versos de Salvador Espriu: “A veces es necesario y forzoso / que un hombre muera por su pueblo / pero nunca debe morir todo un pueblo por un solo hombre”. Por eso invito a quienes sinceramente se dedican a la política profesional, que lean con detenimiento el discurso de Allende y traten de entender lo que Espriu condensa en dos docenas de palabras.

 

Ese es el problema. La política se hace con palabras y con hechos, pero hoy las primeras responden a intereses, sirven para maquillar la verdad o simplemente fabrican mentiras. Llevamos más de diez años subidos al tigre del embuste y esperando a ver que sale de la chistera de tanto ilusionista. En Canarias seguimos apostando a lo grande al caballo del turismo, que será el que nos hará caer cuando hayamos destrozado nuestra Naturaleza privilegiada, que fue el cebo para los primeros viajeros y turistas. Pero siguen galopando en ese caballo, que consume territorio y agua (no nos sobran, precisamente), y ahora se habla de la destrucción de nuestros ecosistemas, el peligro de los incendios de sexta generación y su relación con la menguante agricultura. El colmo es que representantes públicos denuncien el acaparamiento de papas con el fin de alzar los precios, y me pregunto si el interés general no es argumento suficiente para detener tanta especulación. Ah, que es mercado libre, que no hay leyes que puedan aplicarse porque sería inconstitucional. ¿Por qué será que todo lo que es más justo o mira por la población general es inconstitucional? Un misterio.

 

Lo que sí ha quedado claro esta semana, es que, como decía Rubalcaba, en España enterramos muy bien. Nada que objetar a la pionera grandeza profesional de María Teresa Campos o al talento artístico de María Jiménez. Curiosamente, ambos fallecimientos han ocupado espacios enormes y a veces cansinos en los medios de comunicación, pero siempre merodeando el morbo. Aunque son personas públicas, se ha de hablar de sus logros y aportaciones, pero ya sabemos que aquí ese sector informativo se ha maleado. Sí que enterramos bien, y lo digo en ambos sentidos, porque también parecen empeñados en que el nieto de Sancho Gracia, detenido por un crimen horrendo en Tailandia, acabe siendo condenado a la inyección letal, como si fuese un espectáculo más, y debo decir que, en cualquier caso, la justicia debe hacer su trabajo, pero me posiciono claramente contra la pena de muerte.

 

Y de política, para qué hablar, si nadie sabe ya lo que es. Se supone que pertenecemos al Estado Español, pero por lo visto el salvamento, la ayuda y el alojamiento de los inmigrantes que se arriesgan en el Atlántico es cosa solo nuestra. Ya podría darse una vuelta por aquí el ministro Marlasca, Canarias está desbordada, pero por lo que se ve no es un asunto de Estado. Por otra parte, dan risa las conversaciones con altoburgueses catalanes y agraviados vascos que van de salvapatrias, y sigo sin entender cómo es posible que el gobierno español dependa de unos pocos que solo piensan en su propio interés. No meto ahí a Coalición Canaria porque ya es doctrina que tratará de estar en la lista de quien finalmente gobierne, ahora o el año que viene, que sobre eso Neruda, Allende y Espriu no se pronunciaron. Seguiré intentando ver la botella medio llena porque se me están acabando los tranquilizantes.