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Pollo al jengibre

Ayer me tocó ir a recoger al cole del peque su taquilla. Pertrechada de mascarilla, guantes y un botito de gel hidroalcohólico en el bolso. Guárdabamos estricto orden de llegada en una fila entre el metro y el metro y medio, contándonos entre los padres las experiencias del confinamiento, lo que nos costaba o nos dejaba de costar que los chicos siguieran aprendiendo desde casa, manteniendo los horarios de estudio y de sueño y buscando alternativas de lo más ingeniosas para el aburrimiento.

En poco tiempo apareció la tutora y sé que nos miró y todos las miramos con nostalgia. Qué extraño se nos estaba haciendo a todos dar así un curso por finalizado. Preguntó desde el interés y desde el cariño de quien lleva viéndolos a diario por cada uno de nuestros hijos, así a metro y medio de distancia. Nos alentó y nos dijo que todos se habían adaptado sin problema a las clases virtuales y a las tareas digitales y que al igual que ella, nosotros deberíamos estar tranquilos y orgullosos.

Pero llegó el momento de pasar, cada dos, al aula. Vacía de quien las llena. En silencio. Con la pizarra limpia, con las papeleras sin bricks de zumos y de aluminios que envuelven los bocatas. Sin virutas de lápices de colores. Sobre cada mesa, el nombre de quien la ocupaba y cada taquilla con su candado.

Madre mía, pensaba, qué tendrá ahí dentro…. Mi hijo me había dado tres posibles combinaciones a la clave que cerraba la suya pero mi presbicia no dejaba que la pusiera por muy correcta que fuera. En previsión,  el colegio había dispuesto a una señora con una especie de alicates gigantesco, un apretón y el candado saltó por los aires, ese candado que guardaba todo lo que su dueño, mi hijo, consideraba importante tener a buen recaudo.

Me asomé algo nerviosa, conociendo al personaje podría encontrarme hasta un lagarto disecado. Pero no, allí había una flauta, en silencio desde hace dos meses y medio, dos partituras para la flauta y cientos de recortes de cartulinas y folios esperando a ser reutilizadas. Un diccionario de inglés y poco más. Metí todo en una bolsa y salí. En fila seguían esperando otros padres. Salí con mis guantes, con mi mascarilla y con la bolsa de las cosas importantes que mi hijo guardaba, pero salí vacía. Acabar un curso así, sin que haya una despedida, compartiendo con los compañeros una tortilla, unas croquetas y unos cuantos trozos de pizza. Quitándose las camisetas del uniforme para que los compañeros te la firmen y cantando todas esas canciones que les enseñaron en el cole, cuando apenas tenían tres años.

Había que llegar a casa y dejar atrás esta etapa, así que me acordé de este pollo al jengibre, lleno de un  sabor muy especial, entra suave y acaba siendo picante. Acompañarlo de arroz jazmín o basmati lo hace aún más apetecible y terminas de comer y te sientes a gusto y sonríes y empiezas a pensar en el verano.

INGREDIENTES

  • Un kilo de pechugas de pollo.
  • Una cebolla grande.
  • Dos dientes de ajo.
  • Un vaso de leche.
  • Aceite de oliva.
  • 50 ml. de salsa de soja.
  • Tres raíces de jengibre fresco.

ELABORACIÓN

Esta receta lleva un tiempo de maceración, así que lo ideal es dar los pasos previos el día antes y dejar macerando el pollo en la nevera, toda la noche anterior.

Para preparar el macerado, cortaremos los ajos en trocitos, la cebolla en juliana y pelaremos las raíces de jengibre.

Seguidamente y ayudándonos de una batidora eléctrica, meteremos en el vaso los tres ingredientes y verteremos la leche.

Batiremos muy bien, es casi imposible que no nos quede algún grumo del jengibre, porque al batirlo quedará como en hilos. No se deshace del todo.

Una vez tengamos el macerado preparado, cortaremos las pechugas en tacos, tamaño bocado. Si lo prefieren, pueden usar otras partes del pollo, como muslitos o alitas, también quedan muy bien.

Cuando tengamos el pollo dispuesto, lo meteremos en una bolsa de cierre hermético (tipo zip) o en un recipiente que también disponga de cierre hermético al vacío, porque de esa manera ayudaremos a que el pollo coja mejor sabor del macerado.

Una vez que hayan pasado, al menos 12 horas de maceración, sacamos el pollo y lo pondremos en un escurridor para que suelte los líquidos. esos líquidos sobrantes los reservaremos. Parte del macerado se quedará por encima del pollo y lo mantendremos así mismo.

Ahora en una sartén de buen diámetro, pondremos a calentar un fondo de aceite, no demasiado para que el resultado final no sea un pollo grasiento. Una vez caliente, saltearemos los pedazos de pollo, a fuego medio, durante al menos 10 minutos. Una vez salteado, verteremos por encima todo el líquido que teníamos reservado de la  maceración y la salsa de soja, taparemos y dejaremos a fuego bajo cinco minutos más y ya tendremos nuestro pollo al jengibre listo para alegrarnos el día con mucho sabor.

Si les gusta, pueden espolvorear con sésamo por encima, antes de servir.

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