Publicado el

Ave

Ave, oh cenizo que engordas la desgracia con la llamarada de la noticia amarilla.

Ave, oh mastuerzo que te solazas con los anuncios del Apocalipsis.

Ave, oh soberano del reino de «Atoropasado» que siembras el horizonte de severos pronósticos sobre la hecatombe.

Ave, oh experimentado maestro de las soluciones que no tuviste reparo en desear que en 2008 se hundiera España para en el reflujo del viento maloliente de la pobreza subir a los cielos del gobierno y pasar a cuchilla los servicios públicos.

Ave, oh chorizo de la verdad que llenas tu tripa con mentiras dolorosas que se posan como pajarillas sobre la delicada piel de la ignorancia.

Ave, oh torpedo de la democracia que pides gobernar con el aval de tu xenofobia y tu menosprecio a las prioridades de la salud.

Ave, oh cantante proverbial de rancheras que comes de la sopa boba del poder, en tu casa o en la mía, y te apuntas a la demagogia rancia de denostar a los políticos y enaltecer a los trabajadores.

Ave, oh catedrático de la coordinación, alquimista de la sanidad, ingeniero de la medida exacta, que tienes en tus manos el soplo de Prometeo y clamas porque no te hacen maldito caso.

Ave, oh profeta que vaticinas el fuego eterno y esparces la gasolina de tu profecía sobre el miedo y la incertidumbre.

Ave, oh gran señor de las redes que dominas el planeta desde el wasap y cambias el rumbo de un meteorito con un tuit, sentado cómodamente en tu sillón mientras despellejas a quienes nunca podrás sustituir en tu puñetera vida.

Ave, oh pobrecito doctor en incivismo que giras en torno a la órbita de tu ombligo y le das teta a la imbecilidad que te habita.

Ave a todos ustedes, dioses del saber hacer, héroes de barra y taberna, porque gracias a ustedes este país ya alumbra el final del túnel.

Ave, sí, pero Avecrem.

Publicado el

La belleza de la destrucción

Robert Rauschenberg se presentó un día de 1953 (despuntaba ya su carrera como pintor) en casa de otro artista, Willem de Kooning, y le pidió un dibujo. Por esa época De Kooning era un pintor muy reconocido, junto a las figuras del momento: Jackson Pollock, Mark Rothko… Cuando De Kooning le preguntó para qué quería el dibujo, Rauschenberg le dijo que para borrarlo, y fruto de ese borrado nacería una nueva obra de arte, suya (de Rauschenberg), claro está. Supongo que afectado por la fiebre de la sublime performance y por que pensaba que estaba contribuyendo al genio de las vanguardias, De Kooning accedió y le dio una pieza.

Rauschenberg procedió como tenía previsto. Borró el original y le pidió a un amigo, otro pintor, Jasper Johns, que le diseñara un cartelito con el título: Dibujo de De Kooning borrado. 1953. Hoy el cuadro se exhibe en el Museo de Arte Moderno de San Francisco. Cuenta Jasper Johns que, concluido el trabajo, a Rauschenberg le destellaron los ojos como a un pirómano, con un fulgor amarillo y lascivo que delataba el placer ante su obra.

En marzo de 2001 se produjo la voladura de los Budas de Bāmiyān en Afganistán, un monumento secular que los talibanes consideraron ofensivos para su religión. El régimen islámico de los talibanes, desoyendo la llamada de la comunidad internacional que reclamaba el valor artístico de las esculturas, procedió a dinamitarlas como un ejercicio de reafirmación en la doctrina del Corán. El acto debió de contar con una liturgia solemne y a él asistieron los máximos dirigentes de la curia islámica, a quienes debió de notárseles el centelleo de sus ojos cuando volaban por los aires los cascotes de las esculturas ciclópeas. No me extrañaría que la fruición fulgurante estuviese acompañada por el recitado de algún verso del libro sagrado.

Todos y todas hemos sido asistido alguna vez, virtualmente casi siempre, a la demolición de algún edificio, y hemos sentido un deslumbramiento interior, un asombro empapado en alguna clase de emoción estética. No hemos podido vernos los ojos pero de seguro que por ellos ha relampagueado el sello del impacto, bien sea por la estupefacción, bien por la fascinación del desmoronamiento de lo que era sólido y rocoso.

En un debate, como el de investidura de ayer, y en general, en todo el pugilato dialéctico que se monta en el Congreso, ocurre que también se desata esa fascinación emocionante por la destrucción, por la ruina, por el desmoronamiento del adversario político. Basta con mirar a algunos ojos para hallar el fulgor del pirómano que goza esperando la hecatombe.

Publicado el

Yo confío

Confío en que mis alumnos y mis alumnas que un día se rebelaron contra alguna forma de injusticia escolar, ante el trato impropio de un docente o una docente, ante la ausencia de actividades de expansión merecidas después de horas interminables de carga académica, ante la falta de sustitutos en alguna materia, ante la mezquindad de una administración que restringía el presupuesto para becas. Aquellas y aquellos contestatarios que levantaron la voz para denunciar medidas arbitrarias desde la Dirección del centro, o para reivindicar transparencia en la resolución de las calificaciones, o para defender su derecho a recibir clases en un clima de tranquilidad conveniente, o para hacerse valer como protagonistas de una convivencia en una formal comunidad educativa.

Confío en que mis estudiantes que se esmeraron por lograr la mejor consigna contra la violencia, contra la desigualdad, contra la segregación, contra la conservación del medio ambiente. Aquellas y aquellos que volcaron lo más granado de su sensibilidad en murales que preconizaban la necesidad de un mundo más equitativo; que emplearon, como primera muestra de su voluntad de cambio, la mejor retórica para defender a la mujer maltratada o discriminada, al inmigrante menospreciado o a las personas con orientación sexual diferente a la propia. Aquellos y aquellas que formando emotivas corales de momentánea fraternidad cantaron canciones de Antonio Flores o de John Lennon apelando al deseo colectivo de paz, o de Bebe y Amaral para erigirse en muros contra la violencia de género. Continuar leyendo «Yo confío»