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Algoritmos

Ya es de conocimiento común que tenemos nuevos administradores de la cosa económica y de la comunicación. Se llaman algoritmos y son figuras silenciosas que se han metido en nuestra cama con nuestro consentimiento. Desprenden amabilidad lo que los hace más empáticos que los ásperos funcionarios o los dependientes amargados con quienes hemos secretado más bilis de la cuenta. Es lógico que los algoritmos se hayan ido ganando un puesto en nuestro corazoncito. ¿Hay algo más gratificante que el que te pregunten «¿qué estás pensando ahora?» cuando le das vueltas a una borrasca sentimental o a un dilema en tus estudios? Nadie, ni el más sensible de tus amigos ha sido capaz de deshacerse de sus propios líos y concentrarse en la cara de desahucio con que te has levantado hoy. Sin embargo, ahí está él y los suyos, tus algoritmos, para preocuparse por ti: «¿Quieres que te traiga las noticias de actualidad más recientes para que no pierdas tiempo ojeando páginas?»

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Fábula

En una región revestida de una noble dignidad democrática, bien visible en el mapa para cualquier ciudadano moderno que se precie de tal, habitaban unos individuos que mantenían un tipo de convivencia falsamente pacífica, toda vez que la ambición por el poder de unos cuantos y su afán de codicia de los bienes materiales de la comunidad reptaban con ineluctable dirección al triunfo. De manera que, andando el tiempo y cuando se pasó del pensamiento a las obras, la población terminó dividida entre los que apoyaban a los codiciosos y los que se oponían a ellos reivindicando la vuelta a la convivencia horizontal. Los primeros, según se mira el mapa, se situaron a la derecha de la región y los segundos, a la izquierda. Continuar leyendo «Fábula»

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La lavadora

Conocí a una pareja de amigos que me contaron que su hijo pequeño era un torbellino, que ellos no tenían forma de atemperarlo cuando estaba en ebullición y que les producía un agotamiento desesperante. Pero quiso la fortuna que cierto día se produjera el milagro. De repente los ruidos de su paso huracanado por las habitaciones y los pasillos cesaron y a ellos les sobresaltó el silencio drástico. Por esa corazonada parental que lo lleva todo al abismo, creyeron que algo malo le había ocurrido al niño y lo llamaron sin recibir respuesta. Buscaron con desasosiego por todos los rincones hasta que lo encontraron en el lugar más inesperado: el niño se hallaba frente a la lavadora de ojo de buey absolutamente inmóvil y abducido por el movimiento giratorio del aparato. Sus ojillos agitados eran mecidos por la batida de las prendas que se revolvían en feliz ceremonia higiénica. Incluso nos llegaron a contar sus padres que en algunos momentos la cabecita del niño hacía por imitar el giro alucinógeno del tambor.lavadora.jpg
Ni que decir tiene que se extendió como costumbre en aquella casa la de llevar al niño ante la lavadora cuando arreciaba el huracán de sus travesuras.
He pensado estos días en ese niño. Me sedujo su entrega inexplicable a un movimiento giratorio que sacude de un lado a otro prendas de todo tipo y de todo color. Me figuraba que su hipnosis provenía del revoltijo, de la mezcla abigarrada de piezas sometidas a una sacudida a cuya finalidad el niño era completamente ajeno. Poco le importaba a él que la ropa saliera limpia. Continuar leyendo «La lavadora»