Festival de Cine de San Sebastián
Nunca había venido al Festival de Cine de San Sebastián. Como a casi todos, me resulta un episodio familiar desde hace mucho tiempo. Por ese ejercicio de perpetuación virtual que realiza la televisión, me sonaba incluso el rugido de las olas rompiendo en las playas de Donosti, los últimos rayos del sol veraniego saludando el otoño y el glamour de las celebridades fotografiándose a las puertas del Kursaal. Pero este año he venido, gracias a mi condición de jubilado y a la curiosidad repentina aguijoneada por un viaje de última hora.
La experiencia ha valido la pena. Ha sido un atracón de cine, de distinto pelaje, con horarios estrambóticos para mis costumbres ociosas, con jornadas que me hacían recordar a las de sesión continua de mi infancia en el Cine Parroquial de Escaleritas. Pero ha supuesto algo más que el consumo desaforado de metraje y celuloide.