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Natillas

Con las primeras lluvias y con con el inicio de la campaña de vacunación contra la gripe, me empieza a oler a otoño. Además ya empiezan también a compartir estantería con el resto de frutas,  las castañas y deseando estoy comerme las primeras, asadas, a fuego lento, como me las hacia mi abuela en las sobremesas de esta estación, mientras veíamos en la televisión Falcon Crest.

Pero aparte de las castañas, hay otro sabor que asocio sistemáticamente y es el de unas buenas natillas, como las que me preparaba mi abuela cuando me ponía mala de cualquier cosa. Aquello si que eran mimos y atenciones. Primero que me dejaba acostarme en el sofá grande del cuarto de estar y mis hermanas tenían terminantemente prohibido quejarse de mi ocupación, de lado a lado, así tuviera que poner los pies cual bailarina para tocar el extremo de abajo. Todo para mí y solo para mí. Ellas al dos plazas, al orejero o con un cojín, al suelo.  A un lado del sofá-trono, una bandeja con patas incorporadas, que si con el agua, que si con los kleneex,  que si las gotas de la nariz, que si el parchís magnético por si me aburría y un alma caritativa compartía una partidita y como no,  la baraja española con la que también mi abuela me enseño a entretenerme diez horas haciendo solitarios. Pero aquella mesa se convertía en un auténtico altar cuando mi querida Yeya aparecía por el pasillo, con un vasito (siempre de cristal) y una cucharilla. Se acercaba despacio, quería disfrutar de mi sonrisa mientras me llegaba el inconfundible aroma a canela, a leche, a yema…… Y de un brinco me quedaba sentada y alargaba los brazos y le metía prisa para que la lanzara si hacía falta. La quería ya, los últimos tres pasos los tenia que hacer en uno solo de un salto.

Probablemente cada vez que tuve una gripe, una bronquitis o las chinas, las paperas y el sarampión, se me curarían con las medicinas que me daban pero créanme si les digo que las natillas era las verdaderas aceleradoras de cada uno de los procesos de curación. Son tan deliciosas que directamente pasan a la categoría de pócima mágica.

Y como de virus anda la cosa, de entradas de otoño y de ser felices a pesar de todo, aquí les dejo una receta increíblemente divina de natillas caseras.

La receta no es la de mi abuela pero el sabor es exacto al de las natillas que ella me hacía. Esta me la pasó mi amiga Dolores, cazadora de buenas y maravillosas ideas, siempre. Y de tendencias y de recetas y organizadora nata de ratos bonitos y agradables.

 

INGREDIENTES:

  • Un litro de leche entera.
  • Una rama de canela.
  • Cuatro yemas de huevo.
  • 200 gr. de azúcar blanco.
  • 50 gr. de maizena.
  • Un chorrito de leche para diluir la maizena

ELABORACIÓN:

Lo primero que haremos será poner en un cazo o caldero, el litro de leche a calentar hasta que hierva, con la rama de canela. Antes de incorporar la rama a la leche, le daremos un pequeño corte de lado a lado con un cuchillo fino de punta, por el mismo lado de la hendidura de la rama.

Mientras la leche coge la temperatura hasta que rompe a hervir, iremos batiendo las yemas con el azúcar hasta que éste quede integrado.

Una vez la leche haya hervido, la retiramos del fuego y la tapamos para que la rama de canela infusione y desprenda todo el aroma.

Aprovecharemos mientras infusiona la canela y en un recipiente mezclaremos la maizena con un chorrito de leche. Mezclaremos bien hasta que la maizena esté totalmente disuelta.

El preparado de maizena los verteremos en la mezcla de las yemas con el azúcar y volveremos a batir hasta integrarlo.

La mezcla resultante la verteremos en el caldero donde tenemos la leche infusionado con la canela, batiremos ligeramente y volveremos a poner a fuego bajo hasta que espese. Una vez hayamos batido, no volveremos a batir, iremos probando con una cuchara el espesor de la mezcla. Normalmente este proceso tarda unos 10 o 15 minutos.

Una vez obtengamos el espesor propio de las natillas, pasaremos el conjunto por un colador de rejilla y ya estarán listas para disponer en vasos o copas donde vayamos a servirlas. Debemos esperar a que se atemperen antes de meterlas en la nevera.

Si lo prefieren las pueden tomar tibias pero han de conservarse en nevera, duran unos tres días desde su preparación. Pueden ponerle por encima canela en polvo, cacao o incluso ralladura de limón. Pero así tal cual, ya son deliciosas.

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