Españoles en Noruega
Estando fuera de España te das cuenta de que Juanito Valderrama murió hace tiempo, es ceniza y pasado aquello que cantó a los migrantes; al sentimiento de fraternidad universal entre españoles. Esa España y esos españoles ahora ya no creen en ayudarse fuera de la casa de mamá, cada uno ha rehecho su vida; cada uno tiene su propia casa y, por supuesto, no permite visitas sin llamada previa. Metieron a mamá en un geriátrico, otros la mataron a disgustos y otros muchos cambiaron el Sánchez Santa por Sønderland o Wertheimer. Ay, España de mi alma- cantó Lola entre flores y fandangos. Estoy fuera de ti, estoy fuera de tu rosal, estoy viviendo en el vientre de otra madre que sigue siendo tú: porque España es un sentimiento, y eso vive y se reproduce en mis glóbulos rojos-y blancos, según el día-. Vi alegría en los ojos del español oriundo del norte que me encontré, pero… ahí se quedó: no hubo abrazos, no hubo…
Esa España de Juanito, de ese Juanito nietzscheano ya no existe: hemos cambiado a Juanito por Popper. Somos donde queramos ser, un pasaporte solo es un arma de control; un proceso burocrático en el que sellan nuestra identidad como ganado. Si el oriundo quiere ser noruego; completamente está en su derecho, porque España y Noruega son pueblos hermanos: pueblos que se aman y se respetan: comparten raíces lingüísticas en muchas palabras: raíces sanguíneas, raíces literarias (véase la influencia española en Henrik Ibsen). Él es noruego y yo sigo siendo del mundo. Ser del mundo es el mayor acto de gratitud existente, ser ciudadano del mundo es aquel que con la mochila gastada y/o el maletín de cuero da gracias a cada unas de las naciones (qué palabra, suena vieja pero parece necesaria: si me escuchara Popper me habría arrojada al vacío galáctico más vacío). De aquí y allá, del mundo: del vacío.