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A favor de Francia

 

 

He discutido, deporte maravilloso que suelo practicar desde la dialéctica, y no desde la violencia, con un sirio: refugiado de guerra y paz, sombra dentro del paraguas de protección de refugiados de guerra que tiene Noruega. En algún momento me preguntó sobre mi opinión sobre Francia, le respondí de manera positiva. Me llamo estúpido sin mirarme a los ojos. Estábamos en una cena, no le respondí al adjetivo ni a las subordinadas ordinarias:

 

Imperialista, los franceses nos han matado.

 

Se retrató solo, vive en el pasado y, por supuesto, no es tolerante. Me dolió Francia y los franceses, qué culpa tendrá Sartre o Édouard Louis de las fechorías de sus antepasados. Este es una reflexión de cómo una víctima a ojos de la administración se convierte en verdugo que escupe, como hizo, en nuestra conversación, miles de insultos contra la migración eritrea en el reino noruego. Por supuesto, siempre hay sitio para el postre: homofobia en copas de cristal de bohemia. Sujetó su copa, miró a la inmensidad y me dijo que yo no tenía nivel para hablar con él. Reconozco que nunca me habría esperado, hasta ese momento, un comentario así de un ciudadano que comparte pasaporte con Nizar Qabbanni. En el fondo es un pena que haya radicales disfrazados de H&M, laca y perfume de Paco Rabanne defendiendo todo aquello por lo que ha luchado el Estado noruego desde la Segunda Guerra Mundial. Este tipo de personajes que desayunan dos veces, mientras maldicen al panadero, crean odio y empatía a partes iguales. Son dos mitades de un todo: dialogar y fomentar la integración es una tarea esencial.

 

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Conecta el cargador democrático

 

 

 

Miguel de Unamuno, el primer nudista de Fuerteventura, no se equivocó cuando afirmó que el nacionalismo se cura viajando. A ese nacionalismo le podríamos añadir el patriotismo, el patriotismo mal entendido que no deja de ser una de las muchas formas que tiene el leviatán del racismo y la xenofobia para camuflarse entre las buenas gentes. Con esta afirmación no quiero decir que el nacionalismo como concepto e ideología sea algo que incita al salvajismo absurdo del racismo, no: qué Dios me libre de afirmar tales cosas, porque no todos los nacionalismos son iguales. Creo que el nacionalismo local, regional, autonómico de un territorio determinado no funciona de la misma manera que a nivel estatal; el nacionalismo pequeño es un mecanismo de defensa sobre algunas políticas estatales: donde el grande se come al pequeño- concepto acuñado por Herbert Spencer y retomado por Charles Darwin-. El peligro tiene un nombre: el nacionalismo estatal, el nacionalismo supranacional donde se le hace creer a un pobre obrero que su estado y/o identidad es superior a la de los otros; está desaprovechada o mal aprovecha. Es el mismo discurso que algunos partidos políticos han adoptado: todo lo que sea diferente debe ser aislado, analizado, analizado otra vez y finalmente condenado al ostracismo. Por fortuna y alegría de la libertad existe otra señora muy elegante llamada democracia, existe la democracia que va en contra de los extremos y los odios. Acaso ese hombre falangista-salafista que va en contra de las minorías débiles habrá viajado; habrá visto mundo más allá de alguna reunión en Londres o Berlín con el exilio iraní; habrá trabajado fuera de su zona de confort: fuera de su campo y sus vacas; habrá visto una puesta de sol sin quejarse, sin llenarse de odio porque a dos metros paseaba un asiático (este es otro elemento del nacionalismo estatal, es decir del falangismo-salafista: negar al otro, el otro no puede ser mejor que yo. Yo soy Felipe II, afirma el Barbas).

 

No hay mayor cura para el nacionalísimo que irse al extranjero a trabajar, salir de España; salir del nido; salir de la zona de poder y confort. Vivir, sobrevivir y querer al otro como a uno mismo sin esas etiquetas primitivas que lo único que hacen es avergonzarnos ante la comunidad internacional. Conecta, amigo que debes cambiar, el cargador colorido de la democracia y vive: vive y deja vivir en libertad; relájate y deja de creerte emperador de España.

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Carta abierta a Najat Hachmi

 

 

 

Encantado de escribirte, Najat, aunque no nos conozcamos personalmente; pero sí cordialmente, ya que tu libro “El último patriarca” forma parte de mi vida personal, literaria. Siempre has sido muy honesta con lo que escribes, eres trasparente, no juegas a doble blando. Me gustan las escritoras libres que se expresan en libertad, pese lo que pese. Sabrás que hay una polémica servida en el patio de la opinión pública, y debo decirte que no estoy de acuerdo contigo; respecto a tus últimas declaraciones contra el velo de la diputada Fatima Hamed. Permíteme corregirte; confundes dos términos: el velo como tal y la obligatoriedad del mismo como política de estado que se apoya en la religión- parafraseando a Fatima Mernissi, en su libro “El poder olvidado”-.

 

El velo ha sido y es un arma para enfrentar a las mujeres y a los hombres; sitúa a la mujer en un segundo plano para eliminarla o silenciarla como sujeto independiente. El hiyab hay que contextualizarlo. Yo he tenido muchas compañeras de facultad que lo llevaron , no por una imposición de papá, mamá, quiero casarme, tengo un pelo de mierda y lo quiero esconder: no; mis compañeras, reconocidas juristas, empleaban el velo como un elemento de libertad, de identidad, de pertenencia y de moda. Hoy en día, en occidente, es un elemento decorativo e identitario. Muchas jóvenes no entienden la lectura del hiyab como elemento para silenciar a las mujeres, porque han sido criadas en occidente y muchas no tienen lecturas: ni Janata Bennuna, ni Nawal Saadawi, ni Fatima Mernissi. Emplean el velo sin  comprender la dimensión intelectual que pueda tener.

 

El velo es moda e identidad. Por lo tanto, es bueno que se haya reunido la señora Hamed con las “otras políticas”. Es sano ver una diputada libre, independiente, inteligente, locuaz y encima con un pañuelo en la cabeza. No creo que debamos satanizarlo, hay que quitarle el peso dogmático y religioso. El hiyab, para las jóvenes, nacidas y criadas en occidente es elemento decorativo y pasajero, porque casi todas ellas se lo quitan cuando empiezan en el mercado laboral (eso es otro debate, ¿no señora, Hachmi?) o cuando ellas lo crean conveniente. Insisto, el mundo moderno debe despolitizar el velo y hablar de un hiyab laico, de un hiyab pop, de un hiyab queer, de un hiyab feminista, de un hiyab para individuos libres. El velo debe ser como un collar o un tatuaje de la mano de Fátima: un elemento más de la cultura pop, nada más y nada menos. Najat, el velo es un contexto y un individuo. Cada cual tiene sus razones para llevarlo o no, y en eso consiste la democracia: llevar o no ese trozo de tela, pero siempre libremente; y en contra de esa frase de McLuhan: “Callaros y que no os vea”. El velo no puede ser un elemento pasivo, por imposición, por sumisión; el velo debe ser pensamiento, arte, dialéctica y empoderamiento. Ahí está la señora Hamed gritando, debatiendo, pensando y luchando por sus ideales progresistas como lo haces tú, Najat.

 

Lo importante no es el trozo de tela, sino lo que hay debajo: una cabeza inteligente y con discurso.