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Bollitos fritos

Hoy les comparto una receta con unos cuantos años de historia porque hasta donde yo sé, estos bollos ya los hacía mi tatarabuela.

Cada año los hago guiada por mis antojos y es que es ver un adorno navideño, los turrones en el estante del supermercado o las luces serpenteando por las palmeras de la ciudad y empiezo a buscar la receta en mis libretas que me acompañan desde siempre donde guardo las recetas de mis abuelas, de mis tías abuelas, de mi madre. Me encanta abrirlas y observar como ha ido variando mi caligrafía a lo largo de los años y es que la primera receta que manuscribí en una de estas libretas fue precisamente ésta, la de los bollitos fritos.

En su día me la dictó mi tía abuela Lola a la que tuve la suerte de conocer y disfrutar junto con mis hermanas y hablo de suerte porque era una mujer tan especial que a día de hoy no hay nadie en este mundo ni tan siquiera parecida. Era madre, era esposa, era abuela,  bisabuela, hermana, tía abuela, vecina, amiga, prima o lo que se terciara. Pero tan auténtica que podía parecer que era de mentira.

Cocinaba, cantaba, bailaba y jugaba a la Brisca como campeona indiscutible y absoluta. Disfrutaba siempre, con lo que fuera que estuviera haciendo, nunca le conocí dramas y estoy segura que los tendría. Ejerció como la madre que le faltó a sus hermanos. Los educó y los crió en un mundo donde nada era fácil y sin renuncio alguno, al contrario su sonrisa siempre en la boca, una sonrisa que le hacía temblar hasta las orejas y que le movía las dormilonas como cascabeles.

Los recuerdos más entrañables que atesoro con ella, giran siempre al momento en que Lola llegaba a mi casa, apoyada en su bastón y con su perrita Linda (un pequinés que cuidaba de ella como si fuera un grandanés)  y en el hueco de la mano libre cargaba una lata enormeeeeee llena de estos bollos para las niñas de Ana (mis hermanas y yo) se sentaba en el cuarto de estar, Linda echada a sus pies y así se pasaba la tarde con su hermana (mi abuela) y las horas volaban a la misma velocidad que los bollos de la lata. Cuando ya se iba, mi casa se quedaba en silencio porque Lola llenaba el tiempo y el espacio de cuantos lo compartíamos con ella pero siempre, siempre, siempre y antes de salir por la puerta nos apretaba fuerte los cachetes, nos besaba las mejillas con besos sonoros y llenitos de cariño, volvía a sonreír hasta las orejas y advertía divertida y cómplice que la lata de bollos ya estaba vacía. Nos guiñaba el ojo y salía, apoyada en su bastón y con la otra mano tiraba de la correa de Linda….

Les garantizo que quedan bien buenos, pero los suyos como ella misma, no volverán a repetirse.

INGREDIENTES:

  • 3/4 Kg de Harina de esponja
  • 1 y 1/2 (vaso y medio) de azúcar blanca
  • 3 Huevos
  • 1 vaso de aceite de Oliva
  • La ralladura de 1 limón
  • 2 Cucharas de postre de anís en grano
  • El zumo de 1/2 naranja
  • 2 Chorritos de leche
  • Aceite de oliva para freírlos
  • Azúcar glass para espolvorear al final

En un recipiente ancho y hondo, batimos bien los tres huevos.

Una vez batidos, incorporamos el vaso de azúcar blanca y volvemos a batir hasta que el azúcar quede bien incorporada.

Una vez integrada el azúcar, añadiremos el vaso tamaño de los de beber agua, de aceite de oliva (no virgen) y volveremos a batir.

Ahora iremos incorporando la harina de esponja, pero para esta operación hay que prestar atención:

Utilizaremos en total 3/4 de harina de esponja, pero lo haremos de tres veces, así que lo ideal es separar en 3 partes iguales los 3/4 de harina. Por lo que haremos 3 montones de 1/4.

Ahora a la mezcla anterior le añadiremos 1/4 de harina de esponja y batiremos.

Batimos bien, dejando el 1/4 kilo de harina de esponja lo más integrado posible a la mezcla. Una vez conseguido, añadimos un segundo cuatro kilo de harina de esponja y volvemos a batir. ya solo nos queda 1/4 kilo y lo reservaremos para más adelante.

Si al batir esta segunda tanda de harina vemos que nos cuesta mezclarlo, añadiremos (a ojo) un chorro de leche y si fuera necesario un segundo chorro. Debe ir quedando una masa un poco más firme, no cremosa pero si pegajosa.

Una vez no veamos harina, no importa que queden algunos grumos, echaremos las dos cucharas tamaño postre de anís en grano. La medida también puede ser dos cuencos de la mano. (Así los medía mi tía abuela Lola).

 

Ahora incorporaremos el zumo de media naranja (se puede exprimir a mano)

Volvemos a mezclar dejando bien integrado el zumo en la masa.

Ahora rallaremos el limón, solo la parte de la cáscara que tiene color, nunca la parte blanca porque el resultado sería muy amargo.

Mezclamos de nuevo de manera que quede bien repartida en toda la masa la ralladura de limón.

 

Después de esto ya nuestra masa está casi lista. La consistencia en este momento debe ser de masa pero pegajosa, algo así que se estire como un chicle y que cueste despegarla de las manos.

Prepararemos entonces la superficie sobre donde vamos a terminar de trabajar, así que limpiaremos y secaremos bien la zona que debe de ser amplia y plana. Sobre la misma espolvorearemos algo de la harina que tenemos reservada, no mucho si no lo suficiente para que no se quede pegada.

Colocaremos la masa sobre la superficie preparada y poco a poco, mejor si contamos con ayuda para no tener que lavarnos las manos cada vez, iremos incorporando el cuarto kilo de harina de esponja que teníamos reservado. Cada que vez que echemos harina, amasamos un rato con las manos. Al principio notaremos que se nos hará difícil pero a medida que vayamos incorporando harina, la masa se irá compactando y se volverá más manejable.

Cuando ya hayamos incorporado toda la harina y notemos que la masa se trabaja con facilidad, empezaremos a cortarla en pedazos para ir formando los bollos.

Con cada trocito, iremos haciendo una bola que luego estiraremos y haremos una especie de gusano. Uniremos sobreponiéndolos, ambos extremos y ya tendremos formado el bollo.

Cuando ya tengamos todos nuestros bollos formados, pondremos una sartén con abundante aceite de oliva al fuego y echaremos dentro un trocito de cáscara de limón (secretos de abuela)  Cuando el aceite esté bien caliente iremos incorporando y friendo los bollos. Los dejaremos dorados, cuidado que no se quemen porque se hacen enseguida. En cuanto empiezan a recibir calor, notaremos que se inflan y crecen un poco de tamaño, así que habrá que vigilarlos bien y si fuera necesario bajar la temperatura a fuego medio para que se hagan por dentro a la vez que se doran por fuera.

Una vez fritos, los colocaremos sobre papel absorbente para retirar el exceso de aceite y que se vayan enfriando. Una vez fríos, espolvorearemos azúcar glass por encima al gusto de cada uno y guardaremos en una lata que es donde mejor se conservan, hasta dos semanas, pero en mi casa no suelen llegar al día siguiente.