Irmgard Fuchner, mecanógrafa

Hace frío en Itzehoe. A Irmgard la abrigan bien en la residencia. Lleva una gabardina beige que tiene todo el aspecto de coraza contra el frío. Cubre su cabeza una especie de boina bien calada. La suben a la silla de ruedas y la montan en una furgoneta adaptada. Con sus dedos sarmentosos va dando indicaciones de que todo está correcto, de que al menos su cuerpo está cómodo. Durante el camino tamborilea sobre el brazo de la silla. Quizás sus manos no han olvidado su antiguo oficio de taquígrafa y mecanógrafa, y se mueven en el aire en ausencia de un teclado que emita los informes. Eran los tiempos de Stutthof. Ella recibía órdenes. Y miraba por la ventana. Y lo veía todo. No habla, no dice nada. No dirá nada hasta el final. Cuando llega a la sala le colocan una manta sobre las piernas y unos auriculares. Necesita escuchar con nitidez para pronunciarse y no tiene edad para florituras sonoras.

Ahora no puede fugarse, sus piernas no le dan para sortear a la policía, a pesar de que conservó la fuerza suficiente para hacerlo cuando ya contaba con 95 años. Debe resignarse a escuchar, a rehacer en el tiempo su cómoda estancia en el campo, en la oficina del comandante Paul-Werner Hoppe.

Nadie en la sala puede asegurar que esté prestando atención a los testimonios. Quizás pueda filtrarlos todos y acusarlos de hiperbólicos o de productos de una imaginación desbocada. Porque ella mantiene sin el menor titubeo que todo aquello que han dicho no existió, que no fue así. Que se trata de una conspiración de los judíos para engatusar a la Humanidad. Que aquellos hombres y mujeres que testifican son marionetas de la mafia sionista. Que hubo muertos, pero no tantos. Que era una guerra y en la guerra hay prisioneros que mueren. Algunos de frío. Ella no morirá de frío y tal vez eso la conmueva, pero lleva mucho tiempo afianzando en sus huesos que el Holocausto es una fabulosa mentira.

Pasan ante sus ojos cansados después de 97 años de ver discurrir la historia de Alemania, de Europa, de su conciencia labrada con las cenizas del exterminio, las voces lánguidas (porque ya no hay aliento para la rabia) de algunos supervivientes que rememoran las atrocidades en el campo de Stutthof. Algunos no han llegado al día de la sentencia de Irmgard Fuchner, y han muerto abatidos por los años y por la pena, tal vez. Pena por aquella impiedad, pena por las correrías de la dignidad que tienen a aquella mujer viva, bien abrigada y con todos los derechos y libertades a buen recaudo.

Irmgard Fuchner no dice nada, no habla. Lleva cuarenta días (lo que dura el juicio) de mutismo absoluto, de combate con sus fantasmas. Solo hace alguna seña pidiendo un vaso de agua. Al fin el presidente del tribunal emite el veredicto. Acusada de complicidad en el asesinato de 10.505 personas y de complicidad en tentativa de asesinato en otros cinco casos. Se la condena a dos años de libertad condicional.

Recibe el anuncio con el mismo rictus con que ha ido digiriendo los lances del horror. Hace una señal y su acompañante cree que le indica que ya está preparada para partir. Adondequiera que le corresponda. Pero no. Quiere hablar, quiere emplear el hilo de voz que le permite el siglo que pesa sobre su cuerpo ajado para decir algo.

«Lamento lo que ocurrió. Lamento haber estado en Stutthof en ese momento, es todo lo que puedo decir».

Desde hace días, meses (años clandestinos) Irmgard Fuchner es celebrada en varios rincones de Alemania como heroína. Los fantasmas de la oficina de Stutthof han revivido encarnados en individuos impíos para los que el remordimiento es un ejercicio de fantasía. Y tienen peligro.

 

3 opiniones en “Irmgard Fuchner, mecanógrafa”

  1. Es impotencia lo que me produce esta historia. No sé cuánto aguanta la impotencia porque ya soy mayor. Cuando me vaya de este mundo, también estaré impotente para quedarme a ver sus ruinas, amigo Juanjo. Así soy de pesimista. El peor pesimista es aquel que fue optimista, pero ahora no quiero columpiarme entre estas dos actitudes, solo vivir arropado para esconder mis miedos. Un sincero abrazo.

  2. Querido amigo hoy me desperté con las conmovedoras y esperanzadoras palabras de
    Irene Shashar, superviviente del Holocausto.

    ????️ «Hitler quería matarme, a mí y a otros seis millones. ¿Por qué? ¿Qué mal había hecho yo a la edad de un año y tres meses? El mero hecho de haber nacido judía.»
    Que oculta por su madre en un armario y con la ayuda de un matrimonio cristiano, logró sobrevivir al exterminio judío en Varsovia, durante seis años. Su llamada de esperanzas de que algo tan horrendo no puede vuelver a repetirse, su testimonio, su lucha porque la humanidad no olvide tal genocidio, se ve nuevamente truncados por la guerra de Ucrania y sus violaciones a la vida.
    A pesar de todo, no nos queda otra que al contrario de los asesinos, aceptar, denunciar y recordar la verdad de lo ocurrido, sin engañar nuestras conciencias o adormecerlas con trivialidades. Un abrazo.

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