El sueño del japonés

Me cuentan que en un viaje turístico en guagua entre dos poblaciones de Noruega bastante alejadas entre sí, un turista japonés fijó su cámara fotográfica junto al cristal de la ventanilla, encendió el modo vídeo y dejó grabando las imágenes del paisaje mientras él se acomodaba dispuesto a echar una cabezada que a la postre duró más de una hora, a pesar de alguna parada que hizo el vehículo para facilitar el descanso del largo trayecto.

Cuando regresó a su país convocó a los amigos a una cena para mostrarles los vídeos que daban testimonio de lo que había visto y disfrutado durante su viaje. La cena fue un festín de sashimi, arroz y montañas de fotografías y películas. Una de ellas era la que había tomado la cámara por su cuenta mientras el japonés dormía el sueño de los justos. Cuando llegó el momento de la proyección, el individuo, con la mayor naturalidad del mundo, fue describiendo todos los elementos paisajísticos que aparecían en la película. Informaba de arboledas, neveros, lagos y campesinos noruegos ilustrando con pinceladas estéticas que reflejaban la envidiable apropiación que su retina había hecho del exotismo nórdico. A las preguntas de sus amigos sobre algunas rarezas espectaculares que se habían grabado, como la galopada de una manada de ciervos o la emanación de gases de un volcán, el japonés atribuía su desconocimiento al escaso dominio del idioma por parte del guía.

No les hubiera extrañado a sus amigos que les hubiera revelado la circunstancia de su viaje en diferido gracias a su cámara. Ellos también acostumbran a dejar suelta la suya mientras se desentienden de la contemplación y la emoción que produce el deleite directo con la realidad observada. Y se consuelan sabiendo que no solo los japoneses son fanáticos felices de esa aspiración a vivir lo virtual como si fuera la tierra prometida.

Me cuentan que el japonés se despertó en el viaje e incitó al reproche a algunos de sus acompañantes al verlo desperezarse con gusto, como tras una larguísima siesta. Uno de ellos le espetó: Vamos, gandul, no sabes lo que te has perdido.

El japonés, percatándose de que su cámara aún estaba encendida, miró al burletero y le dirigió una prolongada risilla de Pulgoso, con los ojos rasgados hasta lo imposible y a punto de cerrarse nuevamente.

3 opiniones en “El sueño del japonés”

  1. Antes de cualquier viaje bien buscamos informaciones para tener unos parámetros bajo control. En el transcurso del él aparecen desajustes que hacen del viaje algo diferente, siempre y cuando explicitamos nuestros sentidos, asombrando nos, hablando, saboreando; y los tengamos en alerta, escuchando, oliendo, enamoràndonos.
    Lo que sentimos previamente al viaje son ganas de ir, curiosidad por los lugares, gastronomía y cultura; lo que sentimos después del viaje es irrepetible, y entra dentro de nuestro currículum emocional y no hay video que lo reproduzca con todos los matices, aunque nos posibilite el recuerdo este recurso virtual.
    Gracias por seguir mostrándonos ideas para hablar, dialogar y contrastar.

  2. Si querido amigo, muchas caemos en ese error, a veces no confiamos para nada en nuestra retina y nuestra mirada se parapeta tras la lente de la cámara o la pantalla del móvil, perdiendo nos toda la belleza y detalles de una realidad en aras de altar el momento o instante fotográfico, con intención de compartirlo o simplemente guardarlo. ¿Para qué? Si a veces no tenemos tiempo de volverlos a visualizar, ¿Es porque desconfiamos en nuestra memoria o simplemente por vicio tecnológico ineludible?
    Un abrazo y un buen año.

  3. Me río del japonés o con el japones, pues con frecuencia ando con cámara en mano eternizando instantes. No se me había pasado por la cabeza echarme un sueñito y disfrutar de la realidad después, jeje.

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