Harriet y Hadiza
Hace ahora quince años escribí un relato cuya fuente de inspiración había sido la información aparecida en un reportaje de TVE sobre la existencia de muchachas en una aldea de Tanzania llamada Singuino, que luchaban a diario contra el SIDA, las violaciones y la falta de regularidad en la escolarización. Llamé a mi protagonista Hadiza y la hice portadora de un espíritu combativo frente a otras que sucumbían a la fuerza de las adversidades. Hadiza renunciaba a la oferta de una bicicleta que le proponía un buscador de oro a cambio de dejarse someter a sus apetitos carnales, algo común en Gaita, comarca donde ocurren los hechos. Y con la bicicleta, a las muchachas que claudicaban se les facilitaba el largo trecho que tenían que recorrer para llegar a la escuela. Pero Hadiza antepuso su dignidad y el conocimiento del contagio del virus mortal, y siguió asistiendo a clase aunque tuviera que hacerlo recorriendo ocho o diez kilómetros diariamente.

Cuando vi el reportaje en televisión recuerdo que me conmovió profundamente y sacó mis vergüenzas ante la magnitud de los problemas cotidianos a los que me enfrentaba en ese tiempo. Sé que se trata de una pirueta de los viejos hábitos morales que se agarran como un parásito de por vida a esa madama de bata negra que se llama culpa. Pero no pude evitar (y no sé si lo conseguiré alguna vez) someter la historia de las muchachas de Singuino al restallido del flagelo y entonces decidí que un modo de redención podía ser escribir un cuento.