Visita al Centro Penitenciario Las Palmas II

Me invitaron a acudir a un foro de lectura de una de mis novelas al Centro Penitenciario Las Palmas II. La animadora del club de lectura, una mujer emprendedora y apasionada con la promoción de la actividad literaria entre los internos, tuvo la gentileza de llevarles mi libro a los internos para celebrar luego un encuentro con el autor.

He acudido a varios foros con el mismo motivo, pero comprenderán que el recinto envuelve la experiencia de un halo especial. Saber que uno va a encontrarse con una representación de la ciudadanía distinguida por sus faltas o sus delitos despierta una curiosidad entreverada de incertidumbre y estupefacción. Los días previos a la visita pensaba en el valor de la literatura para acceder a cualquier conciencia. Escribir puede abrir un territorio expedito para fantasear con otra vida posible y no dejé de especular con lo que los lectores a quienes iba a conocer podían desatar en su imaginario a partir de mis invenciones.

Pero antes de proceder a enfrentarme al encuentro propiamente dicho, yo necesitaba someterme a la inmersión en aquel territorio ajeno y respetable. Como ocurre cuando uno se sumerge en el agua de una playa, primero hay escrúpulo, alarma de los poros por la temperatura, y luego sucede una simbiosis con el agua que normaliza (y complace) la estancia en el líquido elemento. Fue así. Una vez dentro, recorrí con la mirada unas instalaciones habitadas por hombres (principalmente) que hacen trabajos ordinarios y se dirigen al visitante con la cordialidad de los ciudadanos nobles. Y me sobreviene una vaharada de tranquilidad.

Cuando estuve frente a mis lectores, la experiencia multiplicó las sensaciones de comodidad que ya se habían desatado conforme me adentraba en el centro. Muchos de los presentes se habían devorado el libro, lo habían hecho suyo y se habían empapado del entorno y el alma de mis personajes, a quienes trataban con una familiaridad conmovedora para mí. Conversando sobre el valor de la vida que representaban los personajes y el soporte moral sobre el que se sustenta la trayectoria de cada uno de ellos, olvidé por completo el lugar en el que me hallaba y el aura penitente que no pude evitar percibir cuando entraron en la sala. Ni una estridencia, ni una señal de alarma por alguna salida de tono. Fue un tratamiento de la existencia, a través de la literatura, como si no se me hubieran cerrado decenas de puerta de seguridad detrás de mí, como si todos los asistentes hubiéramos obtenido un salvoconducto provisional para analizar el tiempo y las desventuras del ser humano sin los grilletes de la transgresión moral y la penitencia debida. En algunos instantes tuve la impresión de que yo mismo era un personaje literario que flotaba en una nube de ficción preñada de incredulidad mientras la vida, la auténtica vida que se colocaba en el primer plano del tiempo era la de los personajes de mi novela que circulaban con entidad carnal por las voces de aquellos lectores competentes.

Tuve tiempo para fijar la figura de muchos de ellos, pero hubo dos que se estamparon en la memoria como un tatuaje. Al primero lo vi en el vestíbulo del centro, todavía en el exterior del recinto de seguridad. Era un interno que ingresaba después de un breve permiso. Le comunicó a la animadora que estaba tratando de apurar el trámite de entrada porque no quería perderse el encuentro con el autor, pues el libro le había resultado muy interesante y tenía muchas cosas que preguntar.

Al segundo lo busqué durante un tiempo en los jirones maltrechos de mi memoria fotográfica. Ahí lo tuve, largo rato, sin que el recuerdo alcanzara la musculatura suficiente para identificarlo. Hasta que viniendo por la autopista del sur, llevado de la mano del piloto automático de una conducción monótona, un destello me lo alumbró en toda su identidad. Era joven, tristemente joven. Un muchacho sin huellas de perfidia. Un muchacho que cargará para siempre con un atentado atroz. Un muchacho que habitó los renglones de mi blog cuando me sacudió el monstruo que se adueñó de él. Y era joven, tristemente joven. Como su víctima.

Un comentario en “Visita al Centro Penitenciario Las Palmas II”

  1. Cuando en un relato se recoge el reconocimiento profesional de un trabajo, que siendo imprescindible no tiene una consideración acorde. SI además se describen un conjunto de sensaciones y dudas preconcebidas, que se van mitigando, deshaciendo y transformando en tranquilidad durante el tiempo que transcurre desde la entrada hasta al recinto de la actividad, por los pasillos del centro, y que yo mientras lo leo, siento esas sensaciones en carne propia. Si además algunos rostros que se describen, y que en un momento determinado y con algunas pistas descubre quien podría ser, y yo embutido en el relato mientras lo.leo, me digo, pues yo creo que también. Pues con esos parámetros hoy me he encontrado con un texto evocador, cautivador y con sugerencias para la reflexión.
    Muchas gracias
    Antonio

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