Me buscan

Desde hace casi veinte años vengo persiguiendo a un vecino de Tacoronte. No se asusten. Solo pretendo convertirlo en personaje de una historia. Y este vecino del que les hablo tuvo, desde que lo vi por primera vez, todos los boletos para participar en un relato de sugerente calado literario. Lo veo sentado en el mismo escalón, junto a un stop donde debo detenerme antes de tomar la carretera general. La misma pose desgarbada, un cigarro encendido entre sus dedos (nunca se lo he visto en la boca) y la misma rebeca que llegó a ser de color vino y de la que no se desprende así arrecie la canícula. Calvo pero sin perder testimonio de lo que fue un cabello espeso ahora reducido al anillo capilar de un fraile. Su mirada siempre me ha parecido triste y nunca ha rehuido la mía. Levanta la mano cuando me detengo pero no descompone el dibujo de su rostro. Delgado, muy delgado, moreno, muy moreno.
Pasan largas temporadas en que desaparece. Me entra cierta congoja, entonces, adivinando su sombra sedente en el escalón, y a veces, en un acto reflejo, levanto el cuello para saludarlo. Sucede que en su ausencia siempre especulo con que su aspecto de desahucio era la antesala de una enfermedad, o un vicio, o una vida desgraciada que lo ha hecho desaparecer. Pero resucita. Cuando ya lo he sepultado y le he llevado crisantemos de aire a su memoria, reaparece por alguna calle de mi barrio y vuelvo a verlo más tarde apostado en el escalón, en la misma condición de aparente indigencia. Llevo enterrándolo hace como diez años.
Este vecino encierra un misterio del que se desflecan miles de hebras para convertirlo en personaje de cuento. Y sin embargo no me sale ninguno y ya no creo que me salga. Y no importa, me conformo con verlo vivo y me congratulo de ser testigo de la resurrección feliz de alguien que, según mis cavilaciones, se agarra a la vida con perseverancia sobrenatural.
Pero he aquí que estos días le he dado una vuelta al calcetín y he cambiado radicalmente la perspectiva que me ha inclinado a verlo desde hace tanto tiempo como sujeto de mi imaginación. Creo que lo que ha ocurrido en realidad es que ese hombre de aspecto poco agraciado, que se sienta en el escalón junto al que transito, me ha estado observando todos estos años. Que soy yo quien le resulta un personaje de carne y hueso que se lleva a su soledad para jugar con él y otorgarle un pasado y un presente que a lo mejor tiene más interés que el rutinario decurso de los días en que debo circular con el coche y pararme junto a él en el stop de marras.
Es la cabeza territorio para la libertad, decía don Quijote. Y vaya que sí, la mente es un vasto continente que permite cualquier rumbo aunque el cuerpo esté detenido en la más pedestre cotidianidad. Amable lector, amable lectora, te invito a que te deleites con este ejercicio, porque supone una lección de humildad y de vacuna contra la prepotencia y el narcisismo. Te aseguro que ahora me encuentro mejor sabiendo que soy observado por mi vecino, y me intriga el relato que pueda componer con su material de observación. De hecho he colocado un cartel en mi frente para reforzar la pesquisa. Dice: Me buscan.

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