La primera afroamericana que…
Me dispongo a tributar un merecido homenaje a Phillis Wheatley, primera mujer afroamericana en publicar un libro a finales del siglo XVIII, cuando ese cartero instantáneo que es Google me entrega de urgencia las noticias que se vierten ahora mismo sobre Oprah Winfrey, la actriz y presentadora, también afroamericana y también primera mujer, en este caso, en recibir el premio Cecil B. DeMille. Oprah acaba de ser elevada a los altares por un demoledor discurso contra los abusos sexuales en la entrega de los Globos de Oro, y en pocas horas ya la han situado al frente de los aspirantes a la Casa Blanca. Pero apenas refulge el primer destello de su valía, cuando la sombra le cae encima como una maldición jaleada desde las bambalinas diabólicas de sus enemigos, y las redes se llenan de antiguas fotografías de la mujer cautivada por el encanto maloliente de Harry de Hollywood, el depredador, sembrando de dudas la autenticidad de su discurso. Y como si tuviera que pagar por haber exhibido su poderío retórico en contra de la violencia masculina, (o como si esa maldición dejara de ser metafórica para convertirse en plaga real), la luminosa primera afroamericana que podría llegar a presidenta de EEUU sufre una avalancha de lodo en su casa de California, que apaga el resto de esplendor aún vibrante en su memoria tras su emotiva intervención.
Es un paréntesis que me deja perplejo, que me dibujo como si la verdad deviniera en muñeca de trapo a la que unos niños indolentes golpean, arrojan contra el suelo y desgarran.
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