Queque de semillas de amapola

Esto que les traigo hoy no es una receta mía, ni tan siquiera les daré la receta porque no he intentado hacerlo,  pero si que les voy a contar la historia….

Hace algunas semanas una amiga a la que quiero con toda mi alma me invitó a su cumpleaños y si les contara como me lo pasé llenaría la capacidad del PC y aún así no terminaría. Comimos, bailamos, reímos hasta que nos dolieron las costillas y la cabeza y volvimos a comer y volvimos a bailar y a bailar y a reír, hasta que quedó inaugurada le mesa de chuches y allí estaban colocaditos en torre dos queques como el de la foto. Yo no podía más, entre la comida y las risas mi estómago no daba de sí pero el queque me llamaba desde la otra punta, así que me acerqué, me corté un pedazo y cerré los ojos porque no me podía creer que estuviera saboreando lo que tenía en mi boca.

Me llevó a mi niñez, a aquellos queques o bizcochos (cada cual lo llama como quiera) que hacían las tías de mi madre y que sacaban sobre aquellos tablones de madera a modo de mesa junto con los termos de café con leche cuando se estaba dando por terminada la fiesta, el asadero, el cumpleaños o lo que se nos terciara.

Es el queque de siempre, ese que solo saben hacer nuestras abuelas, cierto es que ellas lo hacían normalmente de limón y que éste tiene las semillas de amapola que le aportan un toque crujiente y hasta casi exótico  a la suavidad del bizcocho. Único. Volví a coger otro pedazo sin sentirme culpable por las calorías, solo quería más y más porque miren que he tardado años en volver a probar algo tan exquisito. Suave y delicado pero lleno de sabor de ese sabor que te lleva a tus recuerdos de infancia, entre primos jugando a correr, a saltar charcos, a sonarte con las mangas del jersey para no volver a buscar un klenex  y perderte ni un minuto de juego, eso sí,  solo volvías a buscar más queque.

Así que por todo esto quería compartirlo con ustedes, les dejo foto también de la presentación, tan delicada como el contenido y la tarjeta de las manos que lo elaboran.

Mi amiga días después me envió uno de regalo…. ¿Cómo no la voy a querer? y fue llegar a casa y desaparecer, así como por arte de magia, parecía que había entrado en mi casa el mismísimo David Coperfield. La excusa de los míos cuando llegó la noche y fui a por cachito porque no se dignaron ni a tirar el envoltorio (dentro no quedaban ni las migas) fue -¿pero mamá, tu no estás a dieta? Solo me salió decirles que de los placeres de la vida no se debe estar a dieta…. Tanto que les dio que les dio lo mismo, solo preguntaron que si podía pedirle a mi amiga otro porque

– Es que está muy bueno mamá!!!!

Pues lo dicho, si quieren sorprender a propios o a extraños, si les gustan los sabores de siempre y quieren reencontrarse con ellos, ya saben dónde encontrarlos.

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