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Yo, Cristo

Longino. Biblia de San Luis de Francia (S. XIII)
Longino. Biblia de San Luis de Francia (S. XIII)

Longino me abraza, me confunde con Cristo. Me invita a una copa de vino, mirándome con sus ojos llenos de lágrimas: el apocalipsis se refleja en esa mirada de culpabilidad, deseo y falsa conversión. Me toma el costado: comienza a golpearme con la rabia de un enamorado, con la impotencia de un enamorado que ve morir a su amante-Dios en vida. Longino me abraza. Recibe un puñetazo. Alguien lo maldice con insultos homófobos. Otros lo vitorean, mientras se llevan las manos a la boca. Longino se levanta del sofá. Confiesa su amor por Cristo:
-En la otra vida, te clavé la lanza porque quería ser como tú. ¿Por qué no puedo? Mira, si no puedo ser te poseeré.
Longino se abalanzó sobre ese yo-Cristo. Se presentó Baphomet en la sala, y con uno de sus dedos bendijo con una traqueotomía a Longino. Murió. Cristo lloró, y ahí comenzó la reconciliación entre Bapho y Yo.

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Vive con gloria o muere siendo noble

Vive con gloria o muere siendo noble, ese es el lema de mi vida. Los años han pasado, aún me queda algo de juventud. Las arrugas asoman. Arrugas nobles, cordilleras por las que pasan los años: viejas y caídas carreteras que sedujeron a poetas y arquitectos. Lo he dado todo, puedo morir tranquilo: posar mi cabeza sobre la guillotina, y morir en nombre de cualquier ideología contraria a la fraternidad. ¡Qué venga el destino a enfrentarse conmigo! Puedo con él y con mil leviatanes. Se los confieso, siempre he vivido con la cabeza alta: siempre he ayudado a cualquier hermano, siempre. Cuando pequeño regalaba todos mis cromos, con tal de ver la alegría en el rostro del otro. A estas alturas, lo he dado todo: solo me queda subirme al órix, y declarar mi amor a quien no pude confesarle mi devoción de joven.

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La mendicidad de no tener carnet

Esperando al mesías en la parada de guagua. La guagua interminable, cíclica como el informe psicoanalítico de más de un chófer. Continúo esperando. Dos compañeros de carrera pasan haciéndose los locos, pero con el mentón subido. Pasan otros dos. Y así pasan los días, menos cuando Cid de Pablo me rescata. Es un martirio no tener carnet. No tener carnet limita la libertad de cualquier sujeto con ganas de comerse el mundo. Puede usted coger guagua, afirma un ingenuo. De acuerdo, tomaré la guagua para mi casa: y esperaré quince minutos. Y después bajaré al Puerto: y esperaré otros quince o veinte minutos. A la mañana siguiente, cogeré la azul para el Roque Nublo: esperaré más de veinte minutos, seguro. No quiero guagua, pero a pesar de negarme a las guaguas; no puedo dejar de afirmar que son todo un género literario. La alta literatura está en las conversaciones de las personas que se montan en esa ameba amarilla/azul, guagua. Le quiero decir adiós a esa ameba, pero antes debería inclinar todo mi cuerpo ante el teórico&práctico. Estoy convencido, el día que tenga carnet lloraré. Podré ir al sur cuando quiera, e incluso a oscuras. Seré lo que las cuatro ruedas de mi coche quieran que sea. En ese momento me reconciliaré con la ameba azul/amarilla. Es exagerado llamarla ameba, pero que poco educados y profesionales son esos virus- no todos, no todos, no todos- que conducen la guagua.