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La mendicidad de no tener carnet

Esperando al mesías en la parada de guagua. La guagua interminable, cíclica como el informe psicoanalítico de más de un chófer. Continúo esperando. Dos compañeros de carrera pasan haciéndose los locos, pero con el mentón subido. Pasan otros dos. Y así pasan los días, menos cuando Cid de Pablo me rescata. Es un martirio no tener carnet. No tener carnet limita la libertad de cualquier sujeto con ganas de comerse el mundo. Puede usted coger guagua, afirma un ingenuo. De acuerdo, tomaré la guagua para mi casa: y esperaré quince minutos. Y después bajaré al Puerto: y esperaré otros quince o veinte minutos. A la mañana siguiente, cogeré la azul para el Roque Nublo: esperaré más de veinte minutos, seguro. No quiero guagua, pero a pesar de negarme a las guaguas; no puedo dejar de afirmar que son todo un género literario. La alta literatura está en las conversaciones de las personas que se montan en esa ameba amarilla/azul, guagua. Le quiero decir adiós a esa ameba, pero antes debería inclinar todo mi cuerpo ante el teórico&práctico. Estoy convencido, el día que tenga carnet lloraré. Podré ir al sur cuando quiera, e incluso a oscuras. Seré lo que las cuatro ruedas de mi coche quieran que sea. En ese momento me reconciliaré con la ameba azul/amarilla. Es exagerado llamarla ameba, pero que poco educados y profesionales son esos virus- no todos, no todos, no todos- que conducen la guagua.

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