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Sombras del Bentayga

Roque Bentayga
Roque Bentayga

Tras de mí hay un foco eléctrico que refleja una sombra obesa. Esa sombra habla por mí, esa sombra soy yo. No. Ni yo soy yo, ni esa sombra forma parte de mí. Las sombras lo han tomado todo, y la mía-en este caso- lo ha invadido todo. Soy un reflejo de ella. Voy a donde ella quiera y como lo que ella desea comer y vivo sin vivir en ella; o ella vive sin vivir en mí. Es una sombra outsider, se la suda la física o la lógica. Va por libre. Sale por ahí a sabiendas que siempre la defiende el foco eléctrico. Comienza a encenderse. Shpppff. Aparece en la pared para escaparse de mí. La persigo. Se esconde dentro del Roque Bentayga. Es nuestro punto de unión. Ahí ella se reconcilia con mi cuerpo y conmigo. Ahí se encuentra a sí misma junto a la piedra y la luz del cielo.

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La vida aburrida

La vida es un soplo. Un ladrido. Un gemido angustiado por la monotonía de los días, las semanas, las décadas y las vivencias que giran como una noria. Una vez le dijeron a Julia «la vida era un aullido interminable: un aullido agudo y temible que te empuja». La vida es lo que quiera que sea, será alegre o acompañada de algún ruido. La mía estuvo ahogada de bostezos, sin aire. De bostezos perfumados y estáticos que te obligaban a parar los pies contra un muro. Comenzabas a dar golpes contra el muro hasta romperte las piernas. A ver si así mueren los bostezos. Nunca he llegado a asesinarlos. Los bostezos con aire, aire caliente y maloliente son necesarios para las pócimas de los brujos: lo respiras y giras en círculo hasta perderte de la verdad (ellos no mueren, tú sí). Los bostezos acaban con la vida. Te condenan a morir después de haber muerto en vida habiendo renunciado a ella: a la niña bonita, a la vida activa.

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Puerto de la Luz

 

 

Me han puesto a trabajar con el X del grupo, así lo llaman por oponerse al motín. Tenía poco de traidor. Fue un buen compañero conmigo. Me ha enseñado, me ha dado la mano y me ha permitido tomar una lancha para la «Plataforma». A mi vuelta me destinaron a un ferry senegalés. Ahí me encontré con un descendiente de una de las personas más importantes de la historia, Cheikh Amadou Bamba. Conversamos sobre la liberación de los pueblos africanos (inexistente), el papel progresista de la nación africana ante la empresa occidental (inexistente). Era un jefe de máquina que trabajaba en el ferry, después de licenciarse en filosofía por la Universidad Pública de Dakar. Fui a comer y la vida me hizo reencontrarme con Rosa, una buena amiga, una gran amiga que pasó sus años de juventud en el Brasil de los 90′. Fue feliz y más feliz me hizo verla en la barra atendiendo a la clientela. Atendía a marineros, bomberos, ingenieros; entre otros, todos hombres. Hombres educados y respetuosos, que viven del mar y respetan a las mujeres. A colación de lo que decía sobre mi interlocutor senegalés, también charlamos sobre la mujer senegalesa: valiente y fuerte, gracias a ella los baobabs existen. Los niños. Y los escritores que crean su pasión hacia la literatura desde la voz cariñosa del cuento oral. Siempre entro a trabajar a las seis de la mañana. Casi siempre salgo cuando el reloj deja atrás el cansancio, para coger la guagua y sentarme para escribir esto.