Yo, Cristo

Longino me abraza, me confunde con Cristo. Me invita a una copa de vino, mirándome con sus ojos llenos de lágrimas: el apocalipsis se refleja en esa mirada de culpabilidad, deseo y falsa conversión. Me toma el costado: comienza a golpearme con la rabia de un enamorado, con la impotencia de un enamorado que ve morir a su amante-Dios en vida. Longino me abraza. Recibe un puñetazo. Alguien lo maldice con insultos homófobos. Otros lo vitorean, mientras se llevan las manos a la boca. Longino se levanta del sofá. Confiesa su amor por Cristo:
-En la otra vida, te clavé la lanza porque quería ser como tú. ¿Por qué no puedo? Mira, si no puedo ser te poseeré.
Longino se abalanzó sobre ese yo-Cristo. Se presentó Baphomet en la sala, y con uno de sus dedos bendijo con una traqueotomía a Longino. Murió. Cristo lloró, y ahí comenzó la reconciliación entre Bapho y Yo.