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Carrie Bradshaw

Carrie Bradshaw.©
Carrie Bradshaw.©SATC

 

La vida de Carrie Bradshaw está en amar a cualquiera que muestre un mínimo de cariño, por ella. Ama a cualquiera, mientras espera a su príncipe azul. Algunas veces pierde la esperanza por encontrarlo. Otras veces lo maldice. Y casi siempre escribe en un blog donde se reconcilia con el tiempo y ese príncipe azul que se enamorará de ella, algún día, mientras toma café en Tiffany (a lo Capote) o se pasea del brazo de alguna amiga. Se declara feminista, pero no puede vivir sin un hombre en su vida. Es libre. Es esclava de cada una de las palabras que escribe en su blog, mientras ve la vida pasar. Han pasado tres décadas desde que escribió su primer artículo (¿Cómo cabalgar hacia el castillo con el príncipe azul?). Han pasado varios príncipes por su vida. Uno era rojo, otro amarillo y el último casi azul tirando para verde. ¿Es interesante la vida de Carrie?

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El corazón es una lenteja

Composition with the Sun, ©Mordechai Ardon
Composition with the Sun, ©Mordechai Ardon

Su corazón tenía la forma de una lenteja. Según quien lo amara, ese “puño de amor” se convertía en una patata, en un garbanzo o en una lata de atún que comían los gatos de la noche. Más que un corazón era un cuento kafkiano: siempre cambiaba de forma. El domingo pasado se encontró con el amor de su vida, y cómo no el corazón se transformó en un ángel de grandes dimensiones. Gabriel, según los mamelucos que lo vieron, medía lo mismo que un baobab. Este corazón era mucho, mucho más que Gabriel o cualquier representación humana que se haya podido hacer sobre un ángel. Ese corazón era como el fuego, era como el río de Heráclito; fue un ángel que trascendió más allá del habitáculo donde se esconden los corazones humanos. Trascendió, para volar contigo.

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Maspalomas huele a libertad

 

 

Otoño de 1969. Jóvenes del Frente de Liberación Gay manifestándose en Times Square. ©New York Public Library.
Otoño de 1969. Jóvenes del Frente de Liberación Gay manifestándose en Times Square. ©New York Public Library.

 

Maspalomas huele a libertad. Ver a los homosexuales pasear en libertad con sus tatuajes (o sin ellos), con sus músculos apolíneos (o sin ellos) y sin ataduras: eso para mí es elevarme como lo hizo San Juan de la Cruz. En el mundo oriental, o no tan oriental, ser homosexual (eufemismo de maricón, marica, bollera, marimacho, travelo; etcétera para los dogmáticos y los reprimidos) es condenarse a la muerte en vida. Es tomar una cuerda y suicidarte en vida. Ser homosexual en un ambiente represor va más allá de la violencia, es el mismo infierno. Es morir, una y otra vez. Es ver la luz de la libertad con tu pareja; y volver a la monotonía represora de la sociedad, el qué dirán, el me expulsarán de mi trabajo, me quedaré sin familia, seré un huérfano de la sociedad. En mis viajes al África ismaelita siempre hago de periodista o de preguntón políticamente incorrecto. Les planteo preguntas tabú sobre, como en este caso, la homosexualidad. Todas, absolutamente todas las respuestas están enfocadas en la pederastia. Ser gay, en el caso de los varones, es sinónimo de pederasta. Existir como lesbiana no es tan duro como ser « maricón». En las sociedades patriarcales ser lesbiana no es algo tan «pecaminoso», testigo de ello es el porcentaje de varones consumidores de pornografía lésbica en países donde la homosexualidad es delito y, por otro lado, los textos sagrados se han referido, siempre, a los varones en su condena a la homosexualidad (de una manera muy, muy ambigua todo sea dicho). Les encanta ver a dos mujeres en faena. No podemos negar que la lesbiana está reprimida por estos monstruos, también. Si su condición fuera conocida estaría condenada al ostracismo, al repudio social al igual que el gay. Sufriría todos estos males, pero aquel que las condena- a las lesbianas-; las ve follar tras la pantalla de su ordenador (o del cibercafé para quienes no tengan un PC en casa). En el caso de los transexuales varones, gays, transformistas (cualquier categoría que no sea «varón heterosexual») si no pasan por el aro son sometidos a violaciones por parte de sus verdugos. Ahí tenemos el caso de Abdelá  Taïa, magnífico escritor donde los haya. Aquellos que lo follaban a la hora de la siesta eran los mismos que querían verlo lapidado. Lo cierto es que en el África ismaelita actual; el Estado, gracias a Dios, no asesina a los homosexuales. No los asesina con la soga o la silla eléctrica, pero no les permite bañarse en libertad como lo hacen en Maspalomas. O hacer el amor como lo hacen en los apartamentos del sur y el norte. O agarrarse de la mano. O mirarse con cariño y libertad. O cenar en un espacio público sin esconder su condición. Todos los que ocultan su homosexualidad condenan su libertad a la esclavitud. Rompamos los armarios. Rompamos las etiquetas. Rompamos las cadenas de los hipócritas, y hagamos un «Stonewall» por todos los homosexuales que lloran en este momento.