Encontrarse a un profesor vocacional es tarea difícil, en esta era de posverdades y posgrados; es un crisantemo en medio de un jardín de amapolas. Sin duda en las universidades españolas hay buenos profesores, y otros muy malos: enemigos del alumno, sin ninguna noción de pedagogía o humanismo, sin vocación alguna. Es necesaria la vocación para el docente; carecer de la misma es como ver una película desagradable y disimular el mal rato, y eso no es sano. El buen docente es feliz enseñando, se le da bien comunicar, enseñar y conoce la grandeza de su labor: instruir a un alumno, en cualquier materia del saber humano, es construir- o destruir- el futuro del mismo. Este es el caso del profesor Amado Quintana Afonso que construye alumnos para la virtud; para la integridad; el amor incondicional al Derecho; se preocupa por motivar a los alumnos. Sus clases son un aula viva, apasionada, locuaz, divertida. Ha hecho de la asignatura de Derecho Canónico; una de las piedras angulares de la carrera de Ciencias Jurídicas, donde el alumno aprende a debatir y pensar por sí mismo; y por supuesto a adquirir unos conocimientos básicos para que un jurista pueda considerarse mínimamente culto en materia histórica y filosófica.
La dialéctica socrática que hemos adquirido con el profesor no tiene precio, y por ello ahí va mi agradecimiento por tener la fortuna de ser formado por un docente; por un ser humano con una entrega total y absoluta- casi de fe- al Derecho y a sus alumnos. Es un grande, y como no siempre hay que decir las cosas malas de los profesores; hoy va este artículo sobre uno de los crisantemos de nuestra Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Es un profesor en mayúsculas, que se dedica a formar a las generaciones venideras; hace que las vidas de los que hemos pasado por sus clases no sean estériles, sino útiles- dejar poso, ser felices, estudiar e integrar la alegría en el camino-; iluminarnos con la iluminaria de la fe y el amor a la justicia, el conocimiento y la plenitud de la libertad.
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