Marruecos es un buen hombre
Ayer me encontré a Marruecos en el bar. Estaba hasta arriba de whisky y té verde, una rara combinación que le revuelve el estómago. Estaba en el suelo, después de cuatro copas. Lo levanté y comenzó a maldecir a sus hijos, a su padre, a Dios, a sus primos y a todos los camareros del bar «Aziz Ajannouch». Les escupía. Maldecía a Dios. Pedía perdón a Dios. Al rato retomaba su batalla de escupitajos y golpes contra los camareros. «Quiero más té, quiero más whisky», una metáfora de la alegría y el pan que tiene Marruecos, encima. Los camareros están a lo suyo. Le meten algún puñetazo ocular. No más. O dos o tres desprecios por segundo de indiferencia, o simplemente le impiden la entrada al bar. Tú en la puerta como los klab, como los perros.
El primer camarero se llama Sidi Ali, sirve copas a todo el mundo y es el encargado de la barra.
Afriquia, la camarera, se hartó del acoso. Dio un golpe en la mesa y la empezaron a respetar los monstruos.
El tercer camarero es Centrale que es algo así como el encargado del local. Éste abre el bar por las mañanas y le sirve los leche/leche a los madrugadores, a los obreros, a los limpiadores, a los empresarios, a los comerciales, a los periodistas, a los basureros, a los estudiantes y a todo quisque. Hace cafés o bocadillos. La carta es muy reducida. A Marruecos se le ocurrió insultar a Aziz Ajannouch, el dueño de bar. Los camareros se enteraron. Le prohibieron la entrada.
Hace tiempo que no lo veo, pero la vida siempre te pone lo que deseas en tu camino. Ahí estaba Marruecos tirado en una esquina de la plaza con ganas de té, dulces, whisky. Vi a un Marruecos con ganas de comer, de vivir, de tirar hacia delante pero sus ojitos blancos y esa boquita temblorosa se lo impedían. Marruecos no es una empresa, querido Aziz.