María Dolores Pradera es la española más mexicana de este mundo, es la gran embajadora de esa música que llena el vacío- muy vacío- del alma con la sinceridad grave de su voz. Murió la esmeralda más brillante de la música, eso dicen. Pero, continúa viva más allá de las guitarras desafinadas de este mundo. Ella ha volado al compás eterno, donde su voz es la guitarra gloriosa que hace feliz a todos los limeños que le ofrecen jazmines y rosas; a los habaneros que le ofrecen sus puros Cohiba, licores bendecidos por la Vírgen del Rocío. María canta, mientras los gitanos se rompen las caras y las camisas. ¡Ha muerto lo más grande!, gritó la gitana con to’a su alma. Doña María no está nerviosa. Ha llegado la hora de cruzar del puente a la alameda. Un río la espera allá por la alameda, la espera él con su barca. Los gitanos la ponen guapa, la limeña le regala un jazmín con forma de salvación (el amor eterno).
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No se puede encerrar más emoción en menos texto. La Pradera viajó hasta la celestial cúpula acompañada de violines y marįmbulas con la tranquilidad de no encontrarse a su ex Fernán Gómez