Domingo Rodríguez Marrero, el maestro

Ibn Arabi
Ibn Arabi

El sabio murciano Ibn Arabi escribió en uno de sus poemas: «mi corazón puede adoptar todas las formas// es prado para las gacelas»; eso fue lo que le ocurrió al mío al rencontrarme, después de mil siglos, con Don Domingo. Mi corazón se convirtió, en esa Feria del Libro, en el pasto universal donde las gacelas y los perros y los tiranosaurios corren hacia la luz tenue del reencuentro amistoso. Todo se volvió alegre: la mirada de los transeúntes, el sol que se almuerza tu retina. Todo fue la saada que volver a ver a un amigo. Un hombre que me enseñó, en el CEIP Fernando Guanarteme, a ser consecuente y sincero conmigo mismo; a negarme a las dobles existencias. A los 11 años, me invitó a entrar en su despacho. Creía que me iba a caer la del pulpo (estaba acostumbrado, algunas veces con razón y otras no tanto). No me cayó la del pulpo, ni la del siglo. Abrió una bolsa y me regaló un libro: Historia de la España musulmana del Doctor Ángel González Palencia.

 

A partir de ese regalo, empezó mi pasión con el Al- Ándalus, la cultura hebrea, la interculturalidad, hacia lo no-dogmático. Debo decirlo, si en este texto, o cualquier otro, aparece Ibn Arabi u otro filósofo es gracias al impulso intelectual de este gran amigo.

 

Tomar a un niño y enseñar es como volar ¡Vuela! ¡Vuela como las palomas hacia su libertad!, fue la actitud del maestro Don Domingo que soportó, con la sabiduría del condenado a muerte, miles y miles de preguntas a primera hora de la mañana sobre insectos; religiones y sobre ella. Ella es, y siempre será, Cuba: amo Cuba gracias a las respuestas de mi amigo que crearon un imaginario, un universo, un ecosistema literario que años después desembocaría en una pasión, un libro e infinitas lecturas. Recorrer las cloacas de Pedro Juan Gutiérrez o disfrutar de la noche de Reinaldo Arenas fue gracias a la luz del maestro; la luz que alumbra la orilla del mar.

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