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Visión delirante de Las Canteras (I)

Absorto con la contemplación del mar desde algún punto de Las Canteras, rompe mi embeleso una extraña llamada proveniente de no sé qué interlocución inmaterial.
-¿Diga?, pregunto.
-Joven, me dice una voz, hablo en nombre de la Trinidad Hispanoamericana. Como quiera que en el limbo en que nos hallamos no nos queda más sentido que el de un remoto paladar literario, lo hacemos depositario de nuestra devoción por la vida y le pedimos que nos diga qué ve en este instante.
Les ahorro los pormenores de una conversación que ganaba en extravagancia a medida que se alargaba en mis oídos incrédulos. Solo les diré que la tal Trinidad la formaban García Márquez, Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, que en algún lugar del parnaso debieron de sentir el amargo tedio que provoca la eternidad y notaron el cascabeleo de este humilde vago dedicado al oficio baldío de delirar sin fiebre.
Le dije a la voz que comenzaría con García Márquez y que intentaría hablarles a cada uno en su idioma inmortal.
¿Qué veo, querido Gabo?
Embutidos en sus trajes negros de neopreno, confiados a la dulce esclavitud de su aleta de escualo fibrosa y grácil, los hombres peces, enterrándose una y otra vez en el vórtice espumoso del oleaje y resucitando victoriosos sobre sus crestas en una levitación de sal y yodo, como el santo de un paso procesional, habrán de recordar el día en que fueron de arena y sabían qué era un secadal y comían carne al calor de las brasas de una retama agostada. Hasta que se dejaron embriagar por el olor de las algas marinas y Neptuno les regaló las agallas y las escamas que hoy los retienen en el mar perenne sin la nostalgia de la tierra caduca.
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