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La epilepsia de Dostoyevski

Recordar la epilepsia de Dostoyevski es suspender durante unos instantes la fatiga o el aburrimiento que supone empujar el cuerpo en esta vida remojada en rutina y previsibilidad. Me ha vuelto a la memoria leyendo un libro muy entretenido de Esteban García-Albea. Su majestad el cerebro es su título. En él su autor magnifica la cualidad prodigiosa del escritor ruso para describir los estados por los que pasó durante su vida de epiléptico canónico, casi desde los 18 años hasta el final de sus días.
Si todavía existía algún incrédulo que renegaba de la literatura como forma de exploración del cuerpo (ya la de la psique estaba fuera de toda duda), Dostoyevski se encarga de poner la prosa al servicio de la ciencia, describiendo con una pluma extraordinaria ⎯que más parece un bisturí penetrando hasta los capilares agitados de las interioridades del ser humano⎯ e iluminando los rincones sombríos de ese acceso verbalmente insondable que se denomina bienestar o placer.
Al parecer sufría epilepsia, con su séquito de convulsiones y desmayos, pero en el relato repetido en varias novelas por boca de sus personajes describía un instante previo en que su cuerpo experimentaba un gozo intenso, un éxtasis, una enajenación balsámica. Se pregunta Myshkin, protagonista de El idiota: «¿Qué importa que esa tensión sea anormal si el resultado –ese instante de sensación tal como es evocado y analizado cuando se vuelve a la normalidad– muestra ser en alto grado armonía y belleza, provoca un sentimiento inaudito e insospechado hasta entonces de plenitud, mesura, reconciliación, y una fusión enajenada y reverente de todo ello en una elevada síntesis de la vida?» Y ese mismo personaje expresa su deseo de dar diez años de su vida o aun la vida entera por la bendición de esos segundos en que su cuerpo entra en el trance que describe.
El escritor Stephan Zweig, otro cirujano de la palabra que se entregó al análisis del misterioso estado del autor ruso, da un paso más para aproximarse a sus resplandores extáticos previos a la convulsión o la pérdida de conocimiento y dice de él: «De estos momentos maravillosos de presentimiento balbuciente en que se concentra el éxtasis del yo, […] y en ese segundo que precede a la muerte cifrada de cada ataque, gusta la esencia más fuerte y embriagadora del ser: la emoción patológicamente exaltada de sentirse a él en sí mismo».
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