La primera afroamericana que…

Me dispongo a tributar un merecido homenaje a Phillis Wheatley, primera mujer afroamericana en publicar un libro a finales del siglo XVIII, cuando ese cartero instantáneo que es Google me entrega de urgencia las noticias que se vierten ahora mismo sobre Oprah Winfrey, la actriz y presentadora, también afroamericana y también primera mujer, en este caso, en recibir el premio Cecil B. DeMille. Oprah acaba de ser elevada a los altares por un demoledor discurso contra los abusos sexuales en la entrega de los Globos de Oro, y en pocas horas ya la han situado al frente de los aspirantes a la Casa Blanca. Pero apenas refulge el primer destello de su valía, cuando la sombra le cae encima como una maldición jaleada desde las bambalinas diabólicas de sus enemigos, y las redes se llenan de antiguas fotografías de la mujer cautivada por el encanto maloliente de Harry de Hollywood, el depredador, sembrando de dudas la autenticidad de su discurso. Y como si tuviera que pagar por haber exhibido su poderío retórico en contra de la violencia masculina, (o como si esa maldición dejara de ser metafórica para convertirse en plaga real), la luminosa primera afroamericana que podría llegar a presidenta de EEUU sufre una avalancha de lodo en su casa de California, que apaga el resto de esplendor aún vibrante en su memoria tras su emotiva intervención.
Es un paréntesis que me deja perplejo, que me dibujo como si la verdad deviniera en muñeca de trapo a la que unos niños indolentes golpean, arrojan contra el suelo y desgarran.
Y sin estar demasiado convencido de lo oportuno de cambiar de asunto, vuelvo a Phillis Wheatley, una mujer nacida en Senegal, capturada por mercaderes de esclavos y vendida en Boston en 1760 a una familia que, en contra de lo que era la costumbre, le dio una educación similar a la de una muchacha libre. Phillis, dotada de un talento extraordinario, aprovechó la oportunidad y sacó a relucir sus cualidades como escritora. Gracias a la mediación de su ama, envió sus textos a Londres y logró la publicación de un libro de poemas, la primera obra de una mujer afroamericana, en 1773. También apoyada por la que era de hecho su familia (si bien no había abandonado la condición servil que la vinculaba a la casa de sus dueños), viajó a Inglaterra y allí debió pasar el examen de una corte de notables que no creían que una esclava negra pudiera haber escrito algo como esto:
Fue la misericordia la que me trajo desde mi tierra pagana.
Le enseñó a mi ignorante alma que hay un Dios, que hay un salvador también.
Antes no busqué ni conocía la redención.
Algunos ven a nuestra oscura raza con ojos desdeñosos.
Su color es un tinte diabólico.
Recordad cristianos, negros, tanto como Caín,
podréis refinaros y uniros al angélico tren.

En la corte de notables estaba el viejo Benjamin Franklin. Y también había otros, menos célebres, pero todos de raza blanca, todos hombres, todos albergando la duda secular de que de la mano y el talento de piel negra pudiera germinar el arte, la belleza y el valor.
Y cierro el artículo recordando a Oprah Winfrey.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *



El contenido de los comentarios a los blogs también es responsabilidad de la persona que los envía. Por todo ello, no podemos garantizar de ninguna manera la exactitud o verosimilitud de los mensajes enviados.

En los comentarios a los blogs no se permite el envío de mensajes de contenido sexista, racista, o que impliquen cualquier otro tipo de discriminación. Tampoco se permitirán mensajes difamatorios, ofensivos, ya sea en palabra o forma, que afecten a la vida privada de otras personas, que supongan amenazas, o cuyos contenidos impliquen la violación de cualquier ley española. Esto incluye los mensajes con contenidos protegidos por derechos de autor, a no ser que la persona que envía el mensaje sea la propietaria de dichos derechos.