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La lavadora

Conocí a una pareja de amigos que me contaron que su hijo pequeño era un torbellino, que ellos no tenían forma de atemperarlo cuando estaba en ebullición y que les producía un agotamiento desesperante. Pero quiso la fortuna que cierto día se produjera el milagro. De repente los ruidos de su paso huracanado por las habitaciones y los pasillos cesaron y a ellos les sobresaltó el silencio drástico. Por esa corazonada parental que lo lleva todo al abismo, creyeron que algo malo le había ocurrido al niño y lo llamaron sin recibir respuesta. Buscaron con desasosiego por todos los rincones hasta que lo encontraron en el lugar más inesperado: el niño se hallaba frente a la lavadora de ojo de buey absolutamente inmóvil y abducido por el movimiento giratorio del aparato. Sus ojillos agitados eran mecidos por la batida de las prendas que se revolvían en feliz ceremonia higiénica. Incluso nos llegaron a contar sus padres que en algunos momentos la cabecita del niño hacía por imitar el giro alucinógeno del tambor.lavadora.jpg
Ni que decir tiene que se extendió como costumbre en aquella casa la de llevar al niño ante la lavadora cuando arreciaba el huracán de sus travesuras.
He pensado estos días en ese niño. Me sedujo su entrega inexplicable a un movimiento giratorio que sacude de un lado a otro prendas de todo tipo y de todo color. Me figuraba que su hipnosis provenía del revoltijo, de la mezcla abigarrada de piezas sometidas a una sacudida a cuya finalidad el niño era completamente ajeno. Poco le importaba a él que la ropa saliera limpia. Continuar leyendo «La lavadora»

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¿Cuánto se juega uno cuando opina?

Durante un curso escolar, en el centro en el que trabajaba se produjo una controversia que, pasado el tiempo, me ha hecho pensar en la importancia del status desde el que se emiten las opiniones. Discutíamos sobre la posibilidad de eliminar un programa para alumnado de riesgo por las consecuencias que tenía su conducta displicente en el funcionamiento del centro. El foro en que tenía lugar tal discusión se dividió apenas se formuló el debate: los profesores que impartían docencia en tal programa defendían su continuidad y los que daban clase en los cursos ordinarios ponían en duda su pertinencia. Independientemente de las razones esgrimidas, había de fondo una aspiración a conservar la plaza por parte de los primeros que ensombrecía toda posibilidad de valorar las condiciones objetivas que se buscaban con la discusión.

Dicho de otra forma, si desaparecía el programa disminuían las plazas de los docentes al cargo de dicho programa, y al mismo tiempo los otros profesores (cuyas plazas no estaban en peligro) aliviaban la tensión que producía la presencia del alumnado de riesgo.
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Los referentes éticos

Una sociedad funciona de forma anómala si la sospecha le toma la delantera a la confianza. Y en la actualidad esa parece ser la norma, la extensión de la sospecha como actitud preferente ante los demás.
No cabe duda de que la confianza es la argamasa de las relaciones con los allegados. No solo nos acerca sino que posibilita el fortalecimiento de nuestro tejido social. Confiar permite conquistar espacios para ejercer la libertad en mejores condiciones. Cuando uno confía, el pensamiento va más ligero y se emplea en lo fundamental, sin abrir los sensores del recelo para detenerse a hurgar en la trastienda de las ideas.martin-luther-king.jpg
Esto, que sería modélico para las relaciones cercanas, es lo que uno desearía para la sociedad en su conjunto. Al confiar en otros se compartiría la responsabilidad, sin delegarla, solo depositando una parte de esa responsabilidad por un tiempo, pero sin descuidar la obligación de implicarse en la construcción del tejido social general. Continuar leyendo «Los referentes éticos»