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Audrey

He refrescado gratamente el mito de Audrey Hepburn a raíz de una publicación en la que se cuenta que la actriz fue incapaz de asumir el papel de Ana Frank por el tormento que le producía interpretar a alguien con quien comparte tanto dolor.

Los mitos sobrevuelan en el interior de nuestro imaginario. Están constituidos por una piel impoluta con que los recubrimos para conservarlos en esa virginidad idealizada que nos permite usarlos como contrapunto de la realidad desabrida. Con su esplendor evanescente nos deslumbran un instante en la memoria y luego vuelven a posarse agazapados bajo sus alas en un rincón olvidado de nuestra fantasía. Sabemos que debajo de esas alas hay carne y hueso y hedores y aristas pero necesitamos la luz de luciérnaga en la noche que se despliega para provocarnos un fogonazo de admiración momentánea y agradecida.

El cine ha sido la mejor fábrica de mitos, por ese poder tan convincente que tiene la ficción hecha imágenes para meternos hasta el tuétano una entidad avalada por el embrujo de la belleza, sin la mediación de la razón analítica que lo descuartiza todo. Y el cine hizo a Audrey. La única. El mito. Hepburn. «Bogart pensaba que yo amaba a la querida, dulce y hermosa Audrey. ¿Y quién no? Audrey Hepburn fue una creación única. Dios la besó en la mejilla», Billy Wilder dixit.

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¿Cuánto se juega uno cuando opina?

Durante un curso escolar, en el centro en el que trabajaba se produjo una controversia que, pasado el tiempo, me ha hecho pensar en la importancia del status desde el que se emiten las opiniones. Discutíamos sobre la posibilidad de eliminar un programa para alumnado de riesgo por las consecuencias que tenía su conducta displicente en el funcionamiento del centro. El foro en que tenía lugar tal discusión se dividió apenas se formuló el debate: los profesores que impartían docencia en tal programa defendían su continuidad y los que daban clase en los cursos ordinarios ponían en duda su pertinencia. Independientemente de las razones esgrimidas, había de fondo una aspiración a conservar la plaza por parte de los primeros que ensombrecía toda posibilidad de valorar las condiciones objetivas que se buscaban con la discusión.

Dicho de otra forma, si desaparecía el programa disminuían las plazas de los docentes al cargo de dicho programa, y al mismo tiempo los otros profesores (cuyas plazas no estaban en peligro) aliviaban la tensión que producía la presencia del alumnado de riesgo.
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Los referentes éticos

Una sociedad funciona de forma anómala si la sospecha le toma la delantera a la confianza. Y en la actualidad esa parece ser la norma, la extensión de la sospecha como actitud preferente ante los demás.
No cabe duda de que la confianza es la argamasa de las relaciones con los allegados. No solo nos acerca sino que posibilita el fortalecimiento de nuestro tejido social. Confiar permite conquistar espacios para ejercer la libertad en mejores condiciones. Cuando uno confía, el pensamiento va más ligero y se emplea en lo fundamental, sin abrir los sensores del recelo para detenerse a hurgar en la trastienda de las ideas.martin-luther-king.jpg
Esto, que sería modélico para las relaciones cercanas, es lo que uno desearía para la sociedad en su conjunto. Al confiar en otros se compartiría la responsabilidad, sin delegarla, solo depositando una parte de esa responsabilidad por un tiempo, pero sin descuidar la obligación de implicarse en la construcción del tejido social general. Continuar leyendo «Los referentes éticos»