Audrey
He refrescado gratamente el mito de Audrey Hepburn a raíz de una publicación en la que se cuenta que la actriz fue incapaz de asumir el papel de Ana Frank por el tormento que le producía interpretar a alguien con quien comparte tanto dolor.
Los mitos sobrevuelan en el interior de nuestro imaginario. Están constituidos por una piel impoluta con que los recubrimos para conservarlos en esa virginidad idealizada que nos permite usarlos como contrapunto de la realidad desabrida. Con su esplendor evanescente nos deslumbran un instante en la memoria y luego vuelven a posarse agazapados bajo sus alas en un rincón olvidado de nuestra fantasía. Sabemos que debajo de esas alas hay carne y hueso y hedores y aristas pero necesitamos la luz de luciérnaga en la noche que se despliega para provocarnos un fogonazo de admiración momentánea y agradecida.
El cine ha sido la mejor fábrica de mitos, por ese poder tan convincente que tiene la ficción hecha imágenes para meternos hasta el tuétano una entidad avalada por el embrujo de la belleza, sin la mediación de la razón analítica que lo descuartiza todo. Y el cine hizo a Audrey. La única. El mito. Hepburn. «Bogart pensaba que yo amaba a la querida, dulce y hermosa Audrey. ¿Y quién no? Audrey Hepburn fue una creación única. Dios la besó en la mejilla», Billy Wilder dixit.