Audrey

He refrescado gratamente el mito de Audrey Hepburn a raíz de una publicación en la que se cuenta que la actriz fue incapaz de asumir el papel de Ana Frank por el tormento que le producía interpretar a alguien con quien comparte tanto dolor.

Los mitos sobrevuelan en el interior de nuestro imaginario. Están constituidos por una piel impoluta con que los recubrimos para conservarlos en esa virginidad idealizada que nos permite usarlos como contrapunto de la realidad desabrida. Con su esplendor evanescente nos deslumbran un instante en la memoria y luego vuelven a posarse agazapados bajo sus alas en un rincón olvidado de nuestra fantasía. Sabemos que debajo de esas alas hay carne y hueso y hedores y aristas pero necesitamos la luz de luciérnaga en la noche que se despliega para provocarnos un fogonazo de admiración momentánea y agradecida.

El cine ha sido la mejor fábrica de mitos, por ese poder tan convincente que tiene la ficción hecha imágenes para meternos hasta el tuétano una entidad avalada por el embrujo de la belleza, sin la mediación de la razón analítica que lo descuartiza todo. Y el cine hizo a Audrey. La única. El mito. Hepburn. «Bogart pensaba que yo amaba a la querida, dulce y hermosa Audrey. ¿Y quién no? Audrey Hepburn fue una creación única. Dios la besó en la mejilla», Billy Wilder dixit.

Conocemos su afición al lujo en el vestuario y en las joyas, e imaginamos que sus rupturas sentimentales debieron de tener ese punto de instinto rabioso que nos absorbe a todos cuando se nos quiebra el alma. Pero nos reservamos el derecho a no acordarnos de esas minucias para otorgarle las alas y que siga orbitando alrededor de nuestras devociones maravillosas. Bajo la piel fantástica de esa gacela inocente, como la llamó Wilder, guardo las noticias sobre su calidad humana, su sentido del humor, su buen trato con sus compañeros de profesión y su inclinación a comprometerse con causas justas. Y luego está el icono, la delgada efigie de una mujer que no arrebataba con sus encantos carnales sino con algo más incisivo, más deslumbrante: el estilo. Daba en la pantalla con la expresión matemática de la seducción. Provocaba la sensación de que su presencia prolongaría la vida de cualquier hombre no tanto por los latigazos sublimes de los orgasmos sino por la consistencia de su infinita ternura y de su lealtad amorosa.

Ahora este mito, que guardo en el arcón de mis frivolidades, deja las alas y deja la piel fantástica y se me acerca para contarme que Ana Frank, la tristemente célebre adolescente que nos sigue conmoviendo con la crónica de su dolor, está incrustada en sus cromosomas, y revivirla le supone una tortura diferida. Imagino a Audrey Hepburn pensando en una profanación del recuerdo de Ana Frank en el caso de que asumiera fingir durante el rodaje de la película un dolor que es verdadero, que es culposo en tanto ella, Audrey, pudo haber tenido el mismo destino. Es un acto de protección y de respeto que la honra.

Pero la vida sigue, y yo vuelvo a darle las alas a la gacelilla. Y soy tan infame que no puedo evitar el deseo de estar en la misma ventana por la que se asoma George Peppard para verla a ella abajo, en su ventana, con el pelo recién lavado y enrollado en una toalla, cantando la inolvidable Moon River con una dulzura inmortal que colma mis ansiedades de belleza.

2 opiniones en “Audrey”

  1. Sin duda, una actriz de referencia en el universo cine. Recuerdo su interpretación en «Vacaciones en Roma, junto a Gregory Peck, en la que borda su papel como princesa Anna, en una comedia romántica deliciosa, como tantas otras que nos dejó en su filmografía. Grande, dulce y eterna Audrey Hepburn.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *



El contenido de los comentarios a los blogs también es responsabilidad de la persona que los envía. Por todo ello, no podemos garantizar de ninguna manera la exactitud o verosimilitud de los mensajes enviados.

En los comentarios a los blogs no se permite el envío de mensajes de contenido sexista, racista, o que impliquen cualquier otro tipo de discriminación. Tampoco se permitirán mensajes difamatorios, ofensivos, ya sea en palabra o forma, que afecten a la vida privada de otras personas, que supongan amenazas, o cuyos contenidos impliquen la violación de cualquier ley española. Esto incluye los mensajes con contenidos protegidos por derechos de autor, a no ser que la persona que envía el mensaje sea la propietaria de dichos derechos.