Me encontré a mi vecino en el zaguán de mi edificio indignado por la decisión de la FundéuRAE de declarar como palabra del año el vocablo vacuna. Le dije que discrepaba, que me parecía un acierto de esa institución, porque la palabra vacuna tiene una trascendencia y ocupa un espacio en los medios de comunicación… No me dejó terminar. ¡Chorradas! Para trascendencia la cita previa, así en dos palabras pero encaminadas a convertirse en un solo cuerpo, citaprevia.
Hoy citaprevia contagia más que el virus. ¿o no es verdad?, me dijo. En el médico, en la administración, en la barbería, en el banco, en la ITV. ¿Usted puede creer que mis hijos me sacan del baño por la mañana porque dicen que ellos han solicitado cita por la noche y tienen preferencia? Y ahí me ve usted, en medio del pasillo, esperando a que se acaben los números del día para lavarme la cara sin cita. Y no le quiero ni contar lo que me pasa con mi mujer. Desde que la puñetera norma se ha extendido, cuando inicio los prolegómenos del refocilamiento ella me para en seco: ¡Epa, amigo!, ¿usted ha solicitado cita? Venga ya, le digo. Y me contesta: las reglas son las reglas. Y yo me quedo a dos velas dirimiendo si la regla forma parte de estos nuevos estatutos que rigen la vida diaria o es la de toda la vida que funciona como inquisidora del desfogue hormonal masculino.
Lo que yo le digo, citaprevia es demoniaca. ¿Dónde han quedado esas apasionantes horas de espera en la barbería o en la peluquería que uno o una aprovechaba para ponerse al día con el comadreo del barrio o para hojear el papel cuché resobado? ¡Muerte a las costumbres! ¿Y esa invasión de butacas en la consulta del ambulatorio? ¿Cuánto tiene ya de atávica la pregunta familiar y entrañable de «¿Quién es el último?»? Toda la tradición al traste.
Me cuentan, y esto ya es el colmo, que recomiendan solicitar citaprevia en las funerarias, porque al paso de esta fiebre de la previsión, para morirse también se necesita un orden y no se admite una aglomeración de espontáneos decesos que congestionen la maquinaria que regula el reparto de nichos. Y le confieso una cosa, me dice el vecino, yo estoy retrasando a propósito la solicitud, por si fuera una manera de llegar a la prórroga, usted me entiende. Y hablando de confesión, ¡hasta para el santo sacramento! Pues no voy a la iglesia y don Obdulio me niega la confesión porque no tenía cita, que por supuesto hay que solicitar en línea. Ahí me ve usted cargando con el pecado mortal toda la noche y agoniado por que no se me bloqueara internet y tuviera la desgracia de morirme sin haber hecho la penitencia debida.
Le digo a mi vecino que aunque es un poco exagerado, y no exento de gracia, estoy de acuerdo con la relevancia del término. Y me despido porque he quedado con unos amigos y ya se me está haciendo tarde. Entonces me pide que, si no es indiscreción, le diga si acaban de quedar o se trata de un encuentro «agendado». Por supuesto, le explico, para poner este día hemos tenido que dar muchas vueltas y sincronizar los líos de cada uno. ¿No se da cuenta?, me dice. La agenda es prima hermana de citaprevia. La improvisación de los encuentros entre amigos parece una costumbre medieval.
¡Ay cuánto echaba de menos tus relatos siempre tan ingeniosos! ¡Cuánto me he reído! Amigo mío, en estos tiempos tan áridos, esto es un regalito para el alma. Gracias por compartirlo. ¡A por el siguiente, sin cita previa!
Gracias, Carmen. La chispa salta de vez en cuando y tengo que tener la leña preparada para la fogalera. Y, mira por donde, también de vez en cuando da luz.
Menos mal que tus artículos son sin citaprevia. Si es importante el tema que antes, todavía algo, los funcionarios que teníamos sanidad privada sufríamos menos demoras, pero ahora, como el paisanaje de citas ha cambiado con los tiempos también nos han «trastocado» los privilegios. Me gusta esta nueva hermandad, aunque «jode». Soy de sanidad pública para todo el mundo, pero sin cita previa.
Como siempre, apuntando hacia la realidad cambiante, José Antonio, y con acierto. Un abrazo.
Amigo, cada vez es usted más azconiano e ingenioso.Un placer lérlo » sin cita previa», por supuesto. La realidad infecta y tecnoburocrática que nos devora.Feliz año y un fuerte abrazo.
Ya quisiera yo, Víctor, llegarle a los tobillos a Azcona. Pero tú siempre tan generoso.
8 de enero acabo de leer su comentario, me ha alegrado la mañana, pero opino que hay que darle ciertas consideraciones a su vecino. Actualmente creo que lo «urgente» nos ha hecho perder lo importante, hemos aceptado que la espera es tiempo perdido, en mi humilde opinión en ocaciones se gana y compartir ( el tiempo en espera) puede ser unas gotas de sabiduría y paciencia entrañables.
Gracias, en espera de los siguientes
Totalmente de acuerdo. El tiempo de espera es, muchas veces, tiempo recobrado. Gracias a ti.
Gracias por hacerme reir, en estos tiempos hace muchisima falta. Reir ante tanta cola, tanta paciencia ejercida, tanto bajate la mascarilla que no te conozco, tantos abrazos no dados, tantos momentos de vernos de lejos…tantos…