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Anguita y Aute

Julio Anguita militó según una máxima que hizo pública tras la muerte de su hijo: tenemos la obligación de vivir. Esa condensación aforística debió de mantenerla siempre, porque siempre tuvo una palabra de aliento para conservar la fe en la transformación de las condiciones de vida de los seres humanos. Hoy ha de andar compartiendo esa máxima con su amigo Aute. Ambos habrán llegado a la sala de capitulaciones y habrán hecho repaso de su periplo por este mundo singular de cuyas entrañas uno extrajo la épica y otro la lírica.

¿Y qué se cuenta por estos andurriales, Luis Eduardo?, preguntará el califa con esa pronunciación limpia, morosa y profesoral. ¿También este páramo es propiedad del imperialismo? Y al cantante se le escapará su sorna envuelta en el celofán de su clásica melancolía: No lo sé, yo solo Pasaba por aquí. Anguita es de esos tipos que ha ido macerando su ideario metiendo los pies en el barro y batiéndose dialécticamente con todos hasta dejar reducido su discurso a un canon imprescindible para quienes confían en cambiar el mundo. Es claro, confiable, sin ruidos colaterales. Aute ha hecho de la tristeza su territorio preferido para el arte. Sus melodías recorren lánguidas la búsqueda imposible de la satisfacción, y en sus letras se reparten por igual el amor y la ausencia. Nadie volvió a llamarlo a Las cuatro y diez. Pero entre congoja y congoja también despunta el bisturí que disecciona la anatomía de los fariseos y los ambiciosos.

El califa es bregador de adarga antigua y lanza en astillero. Sale al ruedo con la sabiduría que dosifica la indignación y lo posible. Toca carne humana, y lo guía la herida de los vulnerables. Criba en la exactitud de su mensaje lo que se excede en hipocresía o en impostura. Fue político y se manchó, como todos. Pero la mancha, lejos de envararlo, le concedió el don que no obtuvieron otros: la humanidad. Presiento que tras la noche, vendrá la noche más larga, le dirá el cantante, pero no los abandonemos, y sigamos alimentando estas brasas para que el feliz destino de los excluidos llegue Al alba.

Déjame que te cuente lo que pienso, le pedirá el califa. No te desnudes todavía, la eternidad es un latido, le cantará Aute. ¿Que me calle, me estás pidiendo que me calle?, dirá Anguita. No, jamás, amigo, eso nunca, ¿callarte? Es más fácil encontrar rosas en el mar.

El político aprovechará la hora del café transparente para recriminarle a su compañero y trovador la murria con que sopla en los micrófonos de España. Aute le recordará su pasado poético y le hará confesar que detrás de los himnos revolucionarios si no hay amor hay tan solo cartón piedra. Mira que eres canalla contestará el califa cogido en falta.

Dos hombres cada cual en su púlpito. Dos voces que son hilos con que se urde la historia reciente de este país. Uno enalteciendo la necesidad de la justicia social, el otro escarbando en el laberinto de los sentimientos. Uno derrochando sensibilidad sin protagonismos, el otro componiendo con fina ironía contra los cínicos. Dos muestras de la condición binaria de cualquier deseo de cambiar a favor de la equidad: grita y siente, piensa y ama, escucha y pregunta.

Si en el tiempo de la batalla necesitamos la consigna y el aliento del Programa, programa, programa, en el tiempo de la pasión nada mejor que el esplendor nostálgico de una canción hermosa que active nuestra musculatura sentimental. El califa y el triste así lo han entendido y al fresco de la noche más larga alimentan la eterna vigilia advirtiendo en estas horas sombrías que se ciernen sobre España que

… ahora que ya no hay trincheras,
el combate es la escalera,
y el que trepe a lo más alto
pondrá a salvo su cabeza
aunque se hunda en el asfalto.

Por siempre La belleza de Aute, por siempre la dignidad de Anguita.

2 opiniones en “Anguita y Aute”

  1. Y como no hay dos sin tres, Pau Donés -atraído por el magnetismo de sus rostros rotundos y sus voces legendarias-, se une a la tertulia con un «depende».
    Que aquí estamos de presta’o
    Que el cielo esta nubla’o
    Que uno nace y luego muere
    Y este cuento se ha acaba’o.
    Depende ¿de qué depende?
    De según como se mire, todo depende.

    Gracias por estas perlas literarias y medicinales.

  2. Sentado, mirando mi propia historia de vida, contuve tus palabras preñadas de recuerdos que acompañaron a uno mismo. Miré por dentro todo lo que tenía de Aute y de Anguita, si no lo sabía, me lo has hecho saber. Y se me empañaron los ojos.

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