La ocurrencia me vino al despertar una mañana, cuando me desenredaba el cable de los auriculares del transistorcillo que me aprisionaba como una boa constrictor. ¿Y si en lugar de matar este insomnio puñetero oyendo un programa de radio tras otro lo hago con mi propio programa aprovechando el frenesí tecnológico que se ha disparado con el confinamiento?
Era mi última ocurrencia. Excéntrica, ya lo sé, pero el desafío a que nos somete este claustro laico y coronado exige actividad ocurrente si no queremos que las pocas neuronas que nos van quedando se pongan a bostezar en las esquinas de nuestros circuitos cerebrales.
Así que dicho y hecho. Tampoco pretendía ser tan original, por lo que tomé prestado el modelo de los programas confesionales de nocturnidad tardía y monté una campaña publicitaria reventando a mis amigos con wasaps, tuits y demás misivas electrónicas. Ya saben, envía y reenvía que si no le llega a tu prima le llega a tu tía.
Antes de los dos o tres días de plazo que me había impuesto para la inauguración, preparé mi operativo radiofónico: mi canal de Youtube, mis chats y mis dos teléfonos móviles. Por supuesto, suprimí la imagen, yo quería hacer radio de verdad, y además temía que esta cara de conejo amulado que llevo desde hace semanas fuera un elemento disuasorio. Y a las doce en punto del miércoles pasado lancé a las ondas mi joyita a la que puse por nombre «Di lo que se te antoje».
No habían pasado ni diez segundos cuando recibí la primera llamada:
—Hola. ¿Con quién hablo?
—Con Nepomuceno.
—¿Nepomuceno? Qué nombre tan… tan… tan largo. Y ¿qué se te antoja, Nepo? Perdona la confianza.
—Un bocadillo de chorizo de Teror y un vaso de Clipper.
—¿A estas horas? Recuerda, los gases por la noche…
—¿Qué pasa? ¿Tampoco voy a poder eructar cuando me salga del pito? ¿Tengo que esperar a la fase 4 o qué?
—Pero, Nepo, con un bocinazo de Clipper y chorizo puedes contagiar a media barriada.
—No, si te parece voy a pegármelo con mascarilla. Estoy hasta los mismísimos c…
—Siguiente llamada, ¿con quién hablo?
—¿Dónde aprieto aquí?, ¿y por dónde hablo?, ¿por este pinganillo? Ah, que eso es para la oreja.
—¿Sí?, ¿hola? Parece que nuestra oyente tiene alguna dificultad con la conexión. Al habla «Di lo que se te antoje», tu programa de desahogo favorito.
—Ay, mi niño del alma, que hace ya dos meses que no te veo.
—¿Mamá?
—¿Tú estás comiendo? Mira que me dijo Gregorito el del agua Firgas que fue a tu casa a repartir y te vio más flaco. Yo no quiero ni pensar que te vaya a dar ahora una pandemia en la sangre y te me quedes en los huesos.
—Anemia, mamá.
—Si yo pudiera llevarte el pucherito. Con los kilitos que coges tú cuando vienes a verme, que te pongo en el potaje su buena loncha de beico, su chorizo, su costilla…
—Bueno, mamá, otro día…
—Que después te me reviras y me dices que ahora eres vegetativo y no comes sino hierba. Pero yo ni caso, que te vas a creer tú que yo no pasé hambre en la guerra, que los gorgojos eran como langostas de gordas y…
—Gracias, queridos oyentes, por este cariño desbordante a un programa que inicia su andadura con la ilusión de calmar la ansiedad del noctámbulo, la desazón del confinado. ¿Sí?, ¿con quién hablo?
—Con Angustias.
—¿Y qué se le antoja a Angustias con tan bello nombre?
—Agradezco tu cortesía pero no cuela. Tengo el nombre ideal para dirigir el teléfono de la esperanza, ¿verdad? Bueno, a lo que iba. Quiero aprovechar esta oportunidad que me das para hacer un llamamiento desde mi Asociación para la Prevención de la Drogadicción.
—Adelante, Angustias.
—Señoras y señores encerrados, los polvos Royal no se esnifan. Si quieren un placebo para pasar el mono de esta pandemia háganlo con pan rallado o con gofio de millo. Y eso es todo. Y ya saben, si beben no conduzcan, aunque sea el carro de la compra. Aunque esto es para cuando se desescalen del todo.
—Hola, ¿quién tiene un antojo a estas horas de la noche?
—Oye, ¿tú sabes si en esta fase ya se puede comprar uno un pijama?
—Te comprendo, amigo oyente, habrás pasado horas y horas embutido en el mismo pijama y ya estará gastado, deshilachado, lleno de sietes, transparente y fino como la túnica de una cebolla, listo para convertirse en paño del polvo o limpia cristales.
—No, si yo duermo en pelotas, es que es el cumpleaños de mi cuñao y quería darle una sorpresa. Él se espera una maleta de viaje, ¿sabes?, pero mi hermana dice que ya se le ven hasta los glóbulos blancos cuando se lo pone por la noche.
—Di lo que se te antoje, amiga, amigo, estamos en antena para complacerte, para aligerar las horas rapaces del insomnio. ¿Sí?, ¿quién llama?
—¿Por qué no te tomas un garrafón de valeriana y vienes a acostarte de una vez?
—Cariño, que estoy en antena, cuelga, que tengo otra llamada entrante.
—Sí, ¿quién llama?
—Papá, o te callas ya y apagas la luz o me levanto y me pongo a jugar a la Play.
—Han debido de confundirse. Es normal. Este confinamiento perturba nuestros biorritmos y ya no se sabe ni qué número marcamos. Pero aquí está todo el equipo de esta emisora al servicio de una causa noble: tu noctambulismo pertinaz. «Di lo que se te antoje», nuestros oídos se brindan a escucharte.
—Dime, amigo o amiga, ¿qué antojo…
—Buenas noches, ¿tiene el número del gas butano? Se me acaba de terminar y a ver cómo me echo el buchito de café de medianoche.
—Lo mejor, querido oyente, es que se acueste, apague la radio y ya mañana será otro día.
Magnífico, como siempre. Me recuerda a mi hermano, al atorrante tenía que apagarle la radio porque se quedaba dormido escuchando la ronda
Brillante.me encanta cuando interviene la mamá.nunca las mañas pierdas!
Mi comentario va por estos últimas crónicas. Gracias por invitarnos en esas historias paralelas a descubrirnos en ciertas situaciones, deseos o simplemente recuerdos
Lo necesario e imprescindible para la acampada. Dos necesidades se cruzan en la enseñanza en línea, ay, ese abuelo y nieto. Ese zoco de Salem que nos presenta las lista de deseos y antojos pasados que hoy ya no se encuentran entre lo necesario y esa radio …
Gracias por mostrarnos en este tiempo esta «realidad» con toques de valiente ironía.