Empacho léxico electoral

Escribo este texto para librarme de la intoxicación que produce en el idioma el lenguaje electoral. Como el antiguo limpiabotas que armado de cepillo y betún trataba de recuperar para el atuendo los zapatos empolvados, agrietados o manchados, así me quiero ver en mi soledad amante de las palabras, intentando raspar la costra de vicio y manoseo que se ha ido asentando sobre ellas. A veces con mi propia complicidad, porque no he podido (o no he sabido) imponer otros términos más justos y menos sobados.

Cuánto daño han sufrido palabras como apostar, luchar, defender. Han apostado los voceros de turno inyectando a la apuesta una dosis de vehemencia guerrillera, como si acudieran al frente a exhibir una originalidad que les otorgara rango de héroes. Antes de la propuesta o de la respuesta se lanza la apuesta, batiéndose en duelo dialéctico con las defensas y las luchas, que se aferran a la jerga altisonante de los candidatos para que su discurso suene a arenga de campeador que sale a buscar enemigos invisibles en el desierto de los tártaros. Y al final las palabras apostar, defender, luchar van pereciendo de inanición, gastadas, anoréxicas, inútiles porque no suenan a nada, solo a verborrea convencional, y nos resulta fácil imaginar a sus locutores sentados plácidamente en una silla o enfebrecidos ante un micrófono masticándolas como quien lo hace con el mismo chicle en la boca desde hace una semana.

No cabe más imbecilidad verbal que atribuirse la propiedad de la población a la que se pertenece usando el nuestra gente o erigiéndose en autorizados portavoces de la inmensa mayoría de los españoles, o de los canarios. Resulta de un populismo tan indigesto que cuando las escucho de boca de sus paladines se me llenan de gases los oídos y se disparan las flatulencias en mi cerebro. Pero esa atmósfera gaseosa no me impide pensar que ese nuestra gente, o su vecino, mi gente, es el mismo reclamo que utilizan los cantantes de música pachanguera para ganarse al respetable. Lo cual nos remite a la  naturaleza impostada del lenguaje político que no es otra que la de la teatralidad, la puesta en escena de un discurso que busca la adhesión visceral por encima de la comunicación o la reflexión (ahora el imbécil soy yo). Por eso no hay que usar palabras variadas o con significado preciso sino palabras con alta temperatura.

¡Cómo hemos infectado el futuro, el sueño, la ilusión! Hemos tratado de airearlas con un halo mágico, con un poder transformador capaz de abrillantar por ensalmo lo que tanto costará cambiar. Claro que habremos de nombrarlas pero sin frivolidad, con la convicción de que un sueño o una ilusión no se satisfacen con la alegría de aquellas amas de casa de los anuncios machistas que estallaban jubilosas con la llegada de una lavadora nueva.

Quienes han tenido la oportunidad de estar en los pasillos del Congreso de los Diputados cuentan el asombro que produce el que después de haberse increpado mutuamente con gruesas palabras los diputados se acoden en la barra del bar y departan amigablemente con un café mediante. Y es que a lo mejor todo se reduce a eso, a un festín de palabras cliché que no se relacionan con la realidad, y que tienen la pólvora en la repetición machacona y extenuante.

Pruebe a decirse en voz alta este discurso: Se abre un tiempo nuevo de cambio, una nueva etapa en la que no vamos a renunciar a ninguno de nuestros derechos, ni vamos a consentir que se atente contra el futuro de nuestros hijos. Y estamos convencidos de que somos la única fuerza que garantiza ese horizonte esperanzador. Y ahora intente adivinar en qué año se dijo, en qué contexto y, sobre todo, quién lo dijo.

Todo lo expuesto no menoscaba el noble oficio de la política, tan necesario para influir positivamente en la vida de los ciudadanos. Solo hablo de depurar el idioma y de traspasar la cuarta pared del escenario y entrar al patio de butacas, donde las palabras y los gestos sí afectan a los espectadores.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *



El contenido de los comentarios a los blogs también es responsabilidad de la persona que los envía. Por todo ello, no podemos garantizar de ninguna manera la exactitud o verosimilitud de los mensajes enviados.

En los comentarios a los blogs no se permite el envío de mensajes de contenido sexista, racista, o que impliquen cualquier otro tipo de discriminación. Tampoco se permitirán mensajes difamatorios, ofensivos, ya sea en palabra o forma, que afecten a la vida privada de otras personas, que supongan amenazas, o cuyos contenidos impliquen la violación de cualquier ley española. Esto incluye los mensajes con contenidos protegidos por derechos de autor, a no ser que la persona que envía el mensaje sea la propietaria de dichos derechos.