En lugar de hacerte una loa, debería estar exprimiendo mi imaginación para devolverte la vida que te pertenece. Y sin embargo, ya lo sabes, eximio escritor, no nos queda otra que buscar en el ornato de la palabra el rodeo absurdo para no entrar en el meollo de la perplejidad en que nos deja la muerte de los otros.
Segregas admiración por cualquiera de los costados por donde sale tu nombre disparado como una semilla certera que fecunda allí donde cae. Es lo más pequeño que puedo decir de ti, Antonio. Rindes servicio público en el vasto territorio de la cultura y abrillantas la geografía prosaica de un pueblo. Y ahí queda Agüimes, tu Macondo particular cargado de cuentos, felizmente aventado cada año por los aires cromáticos de las narraciones concebidas en cualquier rincón del planeta, oliendo a especias expelidas por el canto dulce de los embaucadores. Y tú detrás, taumaturgo entre bambalinas, sacándonos el pasaje gratuito que nos lleva durante una semana a la arcadia provisional de la fantasía y la gracia.
Hay seres humanos que hacen puentes y otros que son puentes en sí. Por encima de ti, o por dentro, o sobre la superficie humilde de tu sonrisa bonachona, transitan los ecos del continente africano. Qué fuerza para soportar sobre los mimbres de tu literatura el peso de la injusticia, la ignorancia de la historia verdadera detrás de los mitos, la voluntad de un pueblo que grita a favor de un reparto más ecuánime del dolor y la felicidad. Nadie podrá olvidar que eres pasaporte para entrar en el laberinto infinito del continente hermano. Que tiras de nuestra retina para sobrepasar el horizonte de las islas que nos amparan y acreditar que lo que pudo ser paraíso del sapiens hoy necesita de la grandeza y la solidaridad de todos nosotros. Y eres tú, puente, patera de la esperanza, cayuco de los menesterosos. Continuar leyendo «Antonio Lozano»