Cuando sometemos a las rutinas de la vida ordinaria a una observación morosa desde la distancia o desde la suspensión del tiempo es posible que podamos descubrir eso que los simbolistas llamaban «correspondencias», una especie de revelación de una luz en la sombra que pone el foco en una actividad del espíritu distinta a la que realmente realizamos con el cuerpo.
Lo pensé mientras hacía algo tan prosaico como sacar la basura de casa hasta el contenedor. Compruebo cómo la bolsa se ha ido cargando de residuos que la van haciendo cada vez más pesada y maloliente. Pasa el tiempo y me ataca cierta pereza para sustituir la bolsa. Por fin la saco del cubo, recibiendo las últimas emanaciones que se desprenden de algo que comienza a descomponerse. La cierro, y hay en ese acto de cerrar una sugerencia de liquidación de una deuda, la cancelación de una incómoda presencia doméstica que parecía se iba a perpetuar a base de apretones cada vez más opresivos de los residuos contra el fondo del cubo. Pero al fin ha salido y el lazo que la cierra definitivamente certifica que en esa bolsa ya no entrará más basura. Y me dispongo a sacar una nueva, olorosa, impoluta, con sus paredes plásticas replegadas y dispuestas para hincharse como un globo invertido y recibir la siguiente remesa de nuestra basura que no termina.
Luego procedo a llevarla a la calle, al colector anónimo de despojos que crece y crece y crece aunque parezca que la tierra tuviera el deber moral de tragárselos hasta los abismos. Y cuando por fin me desprendo de ella, cuando lanzo la bolsa contra las otras del contenedor y el estrépito de la tapa señala el fin de la ceremonia, se produce algo parecido a una liberación, un alivio que me redime y me quita un peso, como si hubiera levantado acta de que aquella basura ya no me pertenece, que les pertenece a otros, que serán otros los que cargarán con ella.
Ya en casa, y al abrir el cubo para arrojar algún resto, noto el bienestar de estrenar bolsa nueva, aunque la naturaleza de la basura que le espera tenga los mismos cromosomas degradantes de la que ya camina rumbo al limbo.
Y me conmueve ese parecido con la vida cuando nos pide renovar la bolsa para evitar que haya putrefacción, la misma vida que dicta que irremediablemente ha de haber bolsa y ha de haber basura.
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