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Patio tinerfeño

Un tipo de mi habitación duerme desnudo: un Adán caducado, una pasa cuando se le cae la sábana. Fuera, en el patio abierto a la noche tinerfeña, nos sentamos tres personajes. El marroquí entró: le ofreció un trago de cerveza a un tipo de piel fina, a mí no. No me dirige la palabra, ni la mirada. Tiene unos rasgos muy femeninos, me recuerda a una reina esclava que gobernó en Kenitra. Rasgos femeninos, salvajes y arrogantes. Una mirada profunda, parece lector de Ibn Jaldún: cosa rara en los árabes- no todos por si salta algún tigre- de hoy, formados en YouTube y en el discurso del Imán. El segundo personaje no para de mirarme. Escribo encima de una mesa, y debajo de una jaima que me protege del frío de las gotas de lluvia. La lluvia en Tenerife es poesía. La poesía prosaica de quien la sufre con placer. Continúa mirándome, creo que abriré una conversación con él. Conoceré quien está tras ese porro, esa cortina abstracta de humo natural que no me molesta. Una amiga, una gran amiga fumaba porros mientras llorábamos por el pasado. El porro es un género literario, ¡cómo me va a molestar! El del porro tiene pelos en el pecho, no es Hércules. Hércules está en Las Palmas, ahora. En verano se muda para Tenerife. Mi Tenerife querido. El del porro, o el del tupé o el que se está explotando los granos de los hombros. Ya no me mira. Sigo escribiendo. Suena una alarma, mi reloj está tan «tin, tin» como su dueño.

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Las memorias de J.J. Armas Marcelo

J.J. Armas Marcelo en la presentación de "Ni para el amor ni para el olvido" junto a Santiago Gil.
J.J. Armas Marcelo en la presentación de «Ni para el amor ni para el olvido» junto a Santiago Gil.

Ni para el amor ni para el olvido es un libro sincero como casi ninguno. En todas las crónicas y en casi todas las biografías se omiten verdades por otras. Personajes por otros. Unos tiempos por otros. Eso no ocurre en este libro, corazón abierto ante el cirujano de la ética y la conciencia. El encuentro con la sinceridad de quien se expresa en absoluta libertad sobre su vida, el derecho universal a escribir sobre lo que se vive. Sobre la vida, sobre su vida, que en parte, es la de los otros: sean amigos o enemigos. Escribir, amar, maldecir. Esa fórmula, quizás, marca el destino de cualquier escritor: escribir mucho, maldecir a los hijos de pupa y amar mucho, mucho, mucho, mucho. Continuar leyendo «Las memorias de J.J. Armas Marcelo»

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El amor caduca

Desde mi cama, a lo Onetti, escribo estas palabras con la rapidez de un tren. Quizás porque el amor es un tren, pasa una vez: quizás, dos: quizás, tres. O realmente solo una vez, el gran amor es uno: pasa, se desvía del curso natural, rompe las vallas y acaba con todos. El amor, ay: herida putrefacta por el tiempo. Uno puede amar a un ser toda la vida, pero no podrá toda la vida ignorar ese sentimiento. Es imposible ignorar al amor de tu vida, la herida asoma. Duele. Maldita, cállate. A más la callas, más se rebela. Es como si Baudelaire dejara de tomar hachís de la noche a la mañana, una dependencia recorrería su cuerpo que es el de todos los adictos. Una dependencia, un mono que te muerde con rabia las orejas. Sangras, apartas al mono. Pero, cada cierto tiempo-cada cual tiene los suyos- reconoces tu sentimiento. Lo ignoras, te psicoanalizas con los espejos: te engañas, te mientes a sabiendas que a solas vendrá el mono del amor.