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Carta a José Sánchez R.

 

Existen numerosas víctimas de las llamas que desean acabar con mi tierra. Hay dos tipos de víctimas en este fenómeno. En primer lugar están las víctimas físicas, materiales donde se encuentran los vecinos de las zonas afectadas y alrededores; y todos aquellos que han sido desahuciados de sus casas, de su vida cotidiana, de la tranquilidad que necesita cualquier ser humano para sobrevivir. Por otro lado están las víctimas simbólicas donde se encuentra Don José Sánchez R.: víctima de una equivocación que le podría haber pasado a cualquier ser humano. Me repugna que la sociedad (parte de ella, me imagino) tome a este señor como el chivo expiatorio. El verdugo no es él, sino la clase política (autonómica y central) que no han previsto la desgracia. José Sánchez merece ser entendido: ¡un poco de empatía, por favor! Y a los que acosan a este ciudadano les digo: uno no debe escupir para arriba, porque el escupitajo cae sobre el ojo o el dedo acusador de los cobardes. Insisto, un poco de empatía.

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Póngame dos kilos de presunción de inocencia

 

No existen los imputados, ni los investigados ante los ojos de la sociedad. Ser «investigado» por un caso de corrupción de menores o acoso no sale gratis. Tus vecinos, tus enemigos, tus compañeros de trabajo (o Facultad), tus enemigos, tus exs no entienden de eso. Algo habrá hecho, dirán. ¡Qué desgracia más injusta para los que son condenados siendo absueltos! Seguro que se acuerdan de Jesús Vázquez con aquel caso: pobre Jesús, ese caso es una manchita negra (muy, muy negra) en su carrera. Fue absuelto, pero: ¿quién repara toda esa humillación? ¿Y ese dolor? Ahora está pasando lo mismo (supongo) con Plácido Domingo. Lo acusan de acoso sexual. Lo peor, lo asqueroso, lo repugnante es que sin existir una sentencia ha sido condenado por la profesión. La Asociación de Orquestas de Filadelfia lo mandó a tomar viento y en la misma línea la Ópera de San Francisco. Todavía no hay ni una investigación, y el pobre hombre (pobre, repito) ha sido condenado. ¡Qué poca vergüenza!, no se me ocurre otra expresión. Si Plácido cometió lo que le imputan, y se demuestra ante un juzgado que así fue: debe ser condenado, pero después de la sentencia. Este blog siempre se ha caracterizado por su honestidad, por ello continuando en esa línea (de la que nunca saldré) juro seguir escuchando a Plácido sea inocente o culpable: es una afirmación políticamente incorrecta, pero el arte es otra cosa. Será condenado (en un supuesto o no), pagará y será el mismo Plácido musicalmente hablando. Moralmente será lo que cada cual opine, porque opinar es gratis como dice Ranya.

Dos amigos en concierto ( Miami, 1991)

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Especies bibliotecarias

Templo de las especies bibliófilas
Templo de las especies bibliotecarias.

 

Todas las subespecies humanas se encuentran en una biblioteca. Nunca falta aquel (casi siempre en masculino) que observa películas o fotos de altos grados centígrados. Tampoco falta la loca que te cuenta su vida o, directamente, se la inventa: hoy es pitonisa, mañana médico y pasado viajera en el tiempo. Lo mismo estuvo desayunando con Enrique VIII o aprendiendo idiomas con Cleopatra. El ecosistema de la biblioteca es especial: convivimos los locos y los genios. Algunos van a estudiar: otros van a hacer cosas malas: otros pasan la tarde hablando con la segurita y casi todos son felices. Cada uno a su manera: desde estudiar a pasar el día. Todos hacemos lo posible por ser felices. Hace un momento me he referido a la loca que viaja en el tiempo. No es la única. Yo también viajo en el tiempo. Leer a Ibn Jaldún durante unas horas es viajar a las calles del Damasco de antaño, pero solo viajo si lo leo en la biblioteca rodeado de toda esa especie humana: es broma. Yo a lo mío y ellos a su suyo. Cada uno a lo suyo, mientras se haga en silencio y sin molestar al otro. Vivan las bibliotecas donde el silencio, el respeto y el amor por el conocimiento cohabitan.