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En contra de Habermas

Jürgen Habermas (derecha) junto a Macron. Fotógrafo: Oliver Weiken
Jürgen Habermas (derecha) junto a Macron. Fotógrafo: Oliver Weiken

 

Habermas es el filósofo vivo más importante de Europa, según los académicos del mundillo filosófico.

 

Hace dos o tres lecturas (una lectura equivale a cuatro días) leí el siguiente titular: ¡Por Dios, nada de gobernantes filósofos! Pronunciado por Habermas, desde su refugio en Starnberg, al periódico El País. Sentí vergüenza ajena. Mucha vergüenza, de esa que te deja helado y con las manos temblando. Terminé de leer aquello, y escribí en el papel lo siguiente:

 

«El filósofo es el guardián de la sabiduría. Ama la sabiduría. Es una mujer o un hombre que no se limita a una rama de la filosofía, ni a una cátedra. No se encarcela en una ideología, ni en un color. Es un estudioso y un pensador de la política, las ciencias, las técnicas, los tiempos, las teologías, las civilizaciones; todo lo que se pueda pensar pasa por la conciencia del filósofo. Esto último no se ajusta al personaje entrevistado, no se ajusta a lo que hace Habermas: se limita a un campo- de metafísicas, discursos, hermenéuticas y falsas éticas- y comienza una verborrea de arcadas. Cuando alguien da muchas vueltas: se marea y vomita. Habermas vomitó encima de mí cuando leí aquello. La bilis me quemó la mano izquierda, aunque hace tiempo que no la necesito. Tengo dos derechas»

 

En la entrevista al filósofo alemán-¿heredero de Adorno o Heidegger, eh?-uno se decepciona con la filosofía del siglo XXI. Un filósofo es un tipo que conoce la calle y los centros de poder como el color de sus ojos, ¿por qué no puede gobernar un filósofo? Mire, Habermas. Un filósofo no es un licenciado-o un catedrático- pretencioso que habla por hablar, o escribe plagiando al personal. El filósofo es algo más, es lo más; es el más que nos permite reflexionar, liberarnos como individuos y sociedades.

 

El filósofo no es el loco que se atrinchera dentro de una chaqueta o un bar de color rojo- o azul… ¡vuela!-; es el que se acuesta con Sofía, todas las noches, y no se guía por mesianismos, es esclavo de su filosofía, de sus lecturas, de sus investigaciones objetivas y de su forma consecuente de existir.

 

Déjeme decirle, por otro lado, que usted vive una pasión homofilosófica con Macron, un niño que vive su particular telenovela: memorizó algo de filosofía junto al hombro de Ricoeur. Se enamoró de su profesora FLIM y se convirtió en el presi de Francia, para después ser el amour de Habermas. Ainsi va le monde, habría dicho Zola.

 

A Habermas le preguntaron: ¿Qué papel cree que puede jugar España en la mejora de la construcción europea?
El sabio responde así: España simplemente tiene que respaldar a Macron.

 

Habermas ha demostrado con esta entrevista y en su intervención en la respetable Hertie School of Governance una actitud de tertuliano que publicita una marca de nombre Emmanuel Macron. Habermas con su publicidad y su defensa de la Europa franco alemana, nos viene a decir a los otros europeos que somos cabras. Cabras que deben respaldar a su pastor, que no pueden aportar a la situación europea mientras no apoyen a fulanito.

 

¿Qué es esto? Si usted lo desea, tire como las cabras para el monte. Pero, en Europa no nos movemos así. No somos así. No pensamos así. Creemos en el individuo, en el filósofo, en la libertad de los pueblos europeos y del mundo. En resumen, Macron es para Habermas lo que el tiranosaurio para Rimbaud: estar dentro de él o en contra. 

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Poesía prosaica a los ludópatas

 

La calle tiene fisiognomías que estiran sus arrugas en nombre de los higos, las pasas o la voluntad de la cebolla. Lloran, tiran de la culpabilidad para dar sentido y olfato al dolor. El dolor huele a jaqueca, mientras la culpabilidad se percibe-o se apuesta- en las caras imberbes ante la navaja de Ockhan: se electrocutan con una trenza de videojuegos, y enchufan sus rostros de zanahoria a la pantalla; olvidándose del tiempo. He visto caras-zanahorias quemadas. Recuerdo la vitalidad de las pasas arrugadas y dulces: ganan con los años.

 

Si a alguien se le ocurre cantar bingo lo bombardeamos con miradas nucleares ante la pasiva mirada de la comunidad binguera. Estoy aburrido. Pierdo el tiempo en esta vejez de bingos y soledades. No busco familia. Busco compañía. Esto es como una familia, una familia de números y dejarte medio sueldo en una tarde.

 

El encargado de sala lo controla todo, es el hermano mayor que lo controla todo. El baño es zona prohibida, el otro día me encontré con Carpentier entre el tiranosaurio y la tarjeta de crédito que arrastra el arroz. Tomó arroz por la nariz y por las orejas: es más intelectual por las orejas. . Las chicas del bingo lo llaman al orden. Las señoras son las que lo controlan todo; absolutamente todo. Son ellas las que llevan el cotarro, y no el gordo emperchao. Carpentier volvió al baño, mientras yo me peleaba con la máquina socialdemócrata que arruina vidas y entretiene otras. He perdido la batalla: «No va más».