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Neighborhood fraternity

 

Todos los vecinos aplauden. Gritan de alegría. Los que antes se miraban con indiferencia, hoy aplauden a todos esos profesionales de la salud.

Hoy aplauden a la esperanza.

Hoy aplauden para salir de ésta.

Hoy aplauden a la fraternidad, a la salud, al amor. Esto sólo ocurre en una sociedad con valores. Canarias es una sociedad de buenos valores. La calidad de un pueblo se ve en las situaciones extremas o cuasi extremas. Hoy, mis vecinos aplauden y se apoyan como hermanos.

Posdata: Sé que esta situación ha ocurrido en toda España e Italia. Qué orgullo. A pesar de las uvas de la ira y los lazarillos- y lazarillas-, me siento muy orgulloso de vivir con mis vecinos.

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La ley del puño y el patadón en la boca

 

Las viejas tempestades se asoman al balcón como marujas con hambre de odio y venganza. Las cosas ya no son lo que eran. El pasado es un cretino que no tiene testículos para dar la cara, mientras que el futuro es un ermitaño que renuncia a sus hijos; a sus libros por un momento de tranquilidad. Hola, ¿hay alguien ahí? Estoy solo, estamos solos: completamente solos. Perdidos. Tristes. Desnudos vestidos. Sucios bañados. Prostituidas monjas que nunca han visto varón. Adiós a esta mierda. Ya es hora de romper la ley del puño por la libertad, y el patadón en la boca por un ramo de rosas blancas que se regala el día de San Juan al enemigo.

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Es por tu culpa, puta

 

Estoy leyendo la página 76 de “El amante” de Marguerite Duras. Los gritos de los enamorados de enfrente no me dejan continuar. Todas las noches la misma historia de ira que se arregla con un polvo. Nunca han llegado a las manos. Su vida es una telenovela, cuyo escenario se desarrolla en el salón de su casa-ante la mirada de quienes vivimos enfrente de los susodichos-. Los que viven a dos manzanas también sufren los gritos nocturnos de este amor. Por las tardes lo ves dándose el lote enfrente de un supermercado. Sus hijos ya no viven con ellos. El mayor se quedó escuchando a Los Chichos hasta que se convirtió en una versión light del Vaquilla. Hemos llamado muchas veces a la policía. Es insoportable. Nunca han llegado a las manos. Se gritan en el salón, para acabar abrazados en el dormitorio. Él le dijo: «Es por tu culpa, puta». Ella no gritó. No sé si le habrá respondido.