¡Abdela Taïa!
El que es digno de ser amado es una pastela bien hecha, exquisita aunque presenta contradicciones cuando entra en contacto con ciertas papilas gustativas que simbolizan la moral árabe ( e incluso la ética universal).
El que es digno de ser amado es un libro violento. Escrito con las ideas de un hombre que parece no engañarse a sí mismo. Cada emoción, cada sentimiento, cada sensación tiene una palabra en el universo de Taïa. Un universo autobiográfico, porque el autor cumple con cabalidad la tradición de escribir desde la experiencia: desde lo vivido: desde lo sufrido: desde lo olvidado: desde lo penetrado en esta historia en la que el amor es una madre autoritaria y el amor es esa cosa que une al Verbo con la piel.
Todos los verbos que aparecen desembocan en uno solo: liberarse, caminar por las celdas de la sexualidad y, después de mil kilómetros, poder escoger la tuya. Es esta, dice alguien. Se quedará en mi celda, responde Gerard (un personaje que evoca al Humbert de Lolita). Pero, en este caso no folla con la niña mimada de Nabokov sino con Lahbib: un menor (me he prometido no entrar en cuestiones morales) que busca sentido a su vida en los brazos de un tío que le ofrece seguridad, unos miserables dírhams; cosas. Por otro lado, nos topamos con Ahmed (Midou para los esnobistas). Un adolescente que se busca la vida a través de un cuarentón, un catedrático de la Escuela Normal Superior.
Aquí entra la lucidez del genial Abdela Taïa, por utilizar con maestría las metáforas: el filólogo o el déspota de Gerard no dejan de ser cuerpos modernos del colonialismo que revienta bocas o culos, sin respetar los derechos humanos; solo les interesan los derechos de su pene lácteo. El pasivo, personificación de lo débil y sumiso responde así:
Lo dejaré entrar en mí más allá de los límites y de los miedos (…) Y cuando me toque a mí, en él seré menos brusco, seré disciplinado, constante, en mis movimientos. Seré obediente de principio a fin, como él quiere.
Un libro bien hecho, bien narrado y cuyas manos (las de Abdela) están repletas de la baraka de los genios, los filósofos y los profetas, mientras que su palabra es un cuchillo afilado que, primero, nos refresca con su lomo frío para después: ¡matarme como lector!. Muero y renazco, mientras la belleza de » Hak a mama» huele a la mamá del autor y a todas las madres del mundo.