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Maspalomas huele a libertad

 

 

Otoño de 1969. Jóvenes del Frente de Liberación Gay manifestándose en Times Square. ©New York Public Library.
Otoño de 1969. Jóvenes del Frente de Liberación Gay manifestándose en Times Square. ©New York Public Library.

 

Maspalomas huele a libertad. Ver a los homosexuales pasear en libertad con sus tatuajes (o sin ellos), con sus músculos apolíneos (o sin ellos) y sin ataduras: eso para mí es elevarme como lo hizo San Juan de la Cruz. En el mundo oriental, o no tan oriental, ser homosexual (eufemismo de maricón, marica, bollera, marimacho, travelo; etcétera para los dogmáticos y los reprimidos) es condenarse a la muerte en vida. Es tomar una cuerda y suicidarte en vida. Ser homosexual en un ambiente represor va más allá de la violencia, es el mismo infierno. Es morir, una y otra vez. Es ver la luz de la libertad con tu pareja; y volver a la monotonía represora de la sociedad, el qué dirán, el me expulsarán de mi trabajo, me quedaré sin familia, seré un huérfano de la sociedad. En mis viajes al África ismaelita siempre hago de periodista o de preguntón políticamente incorrecto. Les planteo preguntas tabú sobre, como en este caso, la homosexualidad. Todas, absolutamente todas las respuestas están enfocadas en la pederastia. Ser gay, en el caso de los varones, es sinónimo de pederasta. Existir como lesbiana no es tan duro como ser « maricón». En las sociedades patriarcales ser lesbiana no es algo tan «pecaminoso», testigo de ello es el porcentaje de varones consumidores de pornografía lésbica en países donde la homosexualidad es delito y, por otro lado, los textos sagrados se han referido, siempre, a los varones en su condena a la homosexualidad (de una manera muy, muy ambigua todo sea dicho). Les encanta ver a dos mujeres en faena. No podemos negar que la lesbiana está reprimida por estos monstruos, también. Si su condición fuera conocida estaría condenada al ostracismo, al repudio social al igual que el gay. Sufriría todos estos males, pero aquel que las condena- a las lesbianas-; las ve follar tras la pantalla de su ordenador (o del cibercafé para quienes no tengan un PC en casa). En el caso de los transexuales varones, gays, transformistas (cualquier categoría que no sea «varón heterosexual») si no pasan por el aro son sometidos a violaciones por parte de sus verdugos. Ahí tenemos el caso de Abdelá  Taïa, magnífico escritor donde los haya. Aquellos que lo follaban a la hora de la siesta eran los mismos que querían verlo lapidado. Lo cierto es que en el África ismaelita actual; el Estado, gracias a Dios, no asesina a los homosexuales. No los asesina con la soga o la silla eléctrica, pero no les permite bañarse en libertad como lo hacen en Maspalomas. O hacer el amor como lo hacen en los apartamentos del sur y el norte. O agarrarse de la mano. O mirarse con cariño y libertad. O cenar en un espacio público sin esconder su condición. Todos los que ocultan su homosexualidad condenan su libertad a la esclavitud. Rompamos los armarios. Rompamos las etiquetas. Rompamos las cadenas de los hipócritas, y hagamos un «Stonewall» por todos los homosexuales que lloran en este momento.

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Lo erótico (pornográfico)

 

Estoy por la labor de rezar un Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino (…) Amén por todos aquellos que se desnudan en las redes y crean tener un amigo en su móvil. Todo en esta vida tiene un coste de oportunidad. El coste de esta era digital está en renunciar a la intimidad. Cualquier adolescente imberbe, cualquier frustrado con unos conocimientos mínimos en programas de virus/software puede invadir tu sagrada intimidad. Puede entrar como un barco en una casa. Puede arrasar con todo, con él o ella. Conocerá tus secretos en diez clics. ¿Y después? Solo nos quedará rezar un «Padre nuestro» por todos los ingenuos, por todos los inconscientes, por todos los ignorantes que confían en un cuchillo tan afilado como internet. Cuchillo carnívoro que devora a familias, saca las arañas del armario o simplemente te fastidia la vida. Lo de mi generación no tiene nombre. ¿Cómo es posible que publiques un vídeo fumando porro en las historias de Instagram? ¿En qué mundo estamos? Pero, ¿este qué es? Tarde o temprano saldrá a la luz ese vídeo, cuando menos te lo esperas: cuando tengas hijos a los que educar o alumnos a los que enseñar. Hay que tener más cuidado con las redes. Antes tenías una intimidad para ti, hoy le pertenece a cualquiera: uno te hace una foto, otro puede pagar unos euros al hacker de turno para saber de ti. Quieren saber de mi vida privada, como dice aquella canción de Don Luis Valls Bosch, interpretada magníficamente por Erika Leiva. Una de las múltiples naturalezas del ser humano es saber de los demás y jugar al doble juego de la hipocresía. Critican a los que se entrometen en la vida ajena, pero no se diferencian mucho, de ellos, mientras cantan «no puedo con la gente que tiene hipocresía». El ser humano es tan especial, pero más allá de las fotos/documentos azules, verdes, rojos, amarillos que tengas en tu dispositivo; llamémoslo móvil (por ser lo más familiar en la vida humana): uno debe- como dice la canción- seguir su camino «como el peregrino (…) ¿por qué somos así?». Hay que tirar pa’lante como un torito de miura, aunque sepan de ti; aunque invadan tu intimidad hay que caminar- insisto- pa’lante. Lo de mis contemporáneos no tiene nombre. Cada dos por tres- expresión popular donde las haya- sale un vídeo de una joven manteniendo relaciones sexuales con un chico. El vídeo se difunde. La joven sale llorando, quejándose, prometiendo venganza. Denuncia, pero para la gran mayoría de la sociedad es considerada- desgraciadamente– una prostituta. Él es un titán, ella no. Ella es una cualquiera (según la sociedad patriarcal de estas generaciones Z y millennial) aunque la culpa- y la gran culpa- está en él, pero esta sociedad machista es lo que es. Ay, nadie se solidarizó con la última víctima. Todos la machacaron, casi todos quisieron acabar con ella por Instagram. Comentarios jocosos, insultos, fotografías fálicas donde aparece su rostro. Tuvo que cerrar su cuenta de Instagram. Esa veinteañera continúa encerrada en su casa. No le pasó lo mismo a A. V. cuando le hackearon el móvil. Todos supimos de su fisiología. Fue un golpe duro, pero se lo tomó a risa. Acabó siendo actriz porno en Barcelona. «Porque es pecado mortal hablar de los demás», cantó Erika Leiva mientras miles, miles de mujeres y hombres elevan su categoría humana encima del chismorreo y el qué dirán y qué debo/ puedo hacer para acabar con el otro. Quisieron eliminar la memoria del dispositivo, pero el big data sigue atentando contra la intimidad como un espíritu maligno.

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Marilyn Monroe odia a Leopold Bloom

Marylin Monroe, lectora de James Joyce. ©Eve Arnold
Marylin Monroe, lectora de James Joyce. ©Eve Arnold

Marilyn Monroe detestaba el «Ulises» de Joyce, por dos razones: a) porque no lo entendía ni empezándolo por detrás o b) porque estaba tan desenamorada de uno de los Kennedy que no podía concentrarse en su lectura. A mi generación le pasa algo parecido a Marylin. Nos han obligado a leer una literatura de laberinto sin tener en cuenta nuestro lenguaje e imaginario social. Continuar leyendo «Marilyn Monroe odia a Leopold Bloom»