Publicado el

La Palma: el infierno estatal

 

 

La isla bonita se ha convertido en la puerta de entrada al inferno; no por la erupción volcánica, o quizás sí en términos físicos (fincas arrasadas, vidas rotas, giros inesperados, lágrimas, desesperación, frío, dormir en el coche o en un pabellón; nuevamente frío). Temo más a la gestión política, que a la lava infernal del volcán; un volcán vomitando su bilis es como un niño que tira espaguetis por la ventana. Si fuésemos un Estado como Dios, y el derecho natural, manda no temeríamos por nuestras vidas, ni por nuestras casas y fincas arrasadas que, ya, son cosa del pasado. No habría miedo en un Estado protector, paternal, social y de Derecho; pero, qué cosas: el Estado ha muerto en La Palma. Ha quedado calcinado debajo de la lava, junto a la dignidad y los recuerdos de los más débiles. Lo más sagrado para uno es su hogar, pues ya no hay hogar; y el Estado sanchista prefiere una foto metiéndose un plátano en la boca (jamás he visto a alguien comer tan forzado; sé más natural y disfruta de aquello a lo que, supuestamente, quieres defender y/o promocionar) y mil periodistas alimentando el ego del líder. Iván Redondo no lo habría hecho así, estoy convencido: es lo que tiene expulsar a los inteligentes de tu vera, Pedrito. Supe desde el minuto uno que La Palma se convertiría en Lorca, casas arruinadas y vidas resquebrajadas por una limosna estatal que pretendía cubrir las necesidades de los damnificados (como ya hicieron en Lorca). Ojalá me equivoque, y ayuden a los damnificados como haría un Estado, de verdad, con sus hijos (muchos viudos o hijos de viudas).

Publicado el

Mamá Bardem

 

No voy a entrar en cuestiones ideológicas, ni personales, ni intrapersonales. Pilar Bardem fue una actriz de la A a la Z, una dama de la interpretación en todas sus formas. Merece todas las flores, todos los reconocimientos, todos los aplausos, todos los besos, todas las ovaciones y mil oles por su arte. Casi nunca se habló del arte de esta señora; es más, quedó en un segundo plano-en sus últimos días-por culpa de esa estrella antipática que es su hijo Javier Bardem. Qué tío más antipático, falso, borde e hipócrita. En EEUU es tan simpático, con ese inglés de Oxfó que Dió le ha dao. Ojalá tuviese la misma gracia con el público de su país, qué rápido ha cambiado el olor del jamón y la tortilla por el C.Klein One. En cuanto a la matriarca Bardem, creo que fue una dama en todos los sentidos. Hoy no es el día, ni tengo ganas de entrar en si fue contradictoria desde el punto de vista ideológico, monetario. La conocí en ese film de Almodóvar, Entre tinieblas, y hasta ahora sigo defendiendo su arte. Hoy se ha muerto una gran actriz, y en la tierra se encenderán muchas velas por ella- este artículo es una de ellas- y en el cielo los ángeles la recibirán con cariño.

Publicado el

Salir de Canarias para existir

 

Qué difícil es creer en ti mismo, en esta tierra, donde el éxito se paga caro, muy caro. La envidia, el odio, la mediocridad, la falta de progreso y ciudadanía conforman la estructura de los muchos espíritus que salen de las cloacas para desmoralizar a un escritor, a un empresario, a un profesor, a un albañil, etcétera. Pasa del mundo. Trabaja duro, muy duro. Deja la pereza atrás – ardua tarea, pero no imposible-, no dejes de soñar y nunca dejes de ser un niño lleno de ilusiones: un joven que se quiere comer el mundo. Pasa de los mediocres, de los parásitos, de las ratas, de los falsos predicadores. Hace unos días leí un artículo bello- y maternal- de la Abreu sobre Canarias como paraíso, como algo más que un espectáculo natural y humano que consume el turista. Bonita idea, preciosa idea pero desde tiempos primitivos: hay que salir del paraíso para ver la luz. Hay que salir, ser expulsado, nominado por el destino y salir del paraíso. Hay tantas cosas. Cosas raras y pueblerinas que cansan: no escribas sobre este, no digas esto, no bailes así, no te hables con él. Canarias debe ser, y no parecer lo que otros quieran ver. Por ello es necesario, al menos para mí y todos los jóvenes y gentes con ganas de cambiar de vida-como cambian los animales de pelaje-, salir de aquí;  cruzar el océano sin miedo a los tiburones. «Bro, los tiburones los tienes aquí».