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La economía canaria

 

"Aeropuerto de Gran Canaria vacío" del genial Leandro Betancor Fajardo.
«Aeropuerto de Gran Canaria vacío» del genial Leandro Betancor Fajardo.

 

«Sombras del Nublo, riscales los de Tejeda. Cadenas de mis montañas», canta una de las voces más bellas que ha creado Canarias, Nazaret Díaz. Mientras la incertidumbre da vueltas en mi cabeza como un fantasma, en medio de la nada. Así está nuestra economía canaria, y la de muchas partes de nuestro planeta. Hay que ser positivos, sin duda, pero lo de nuestro turismo no tiene nombre. A mi amiga Saro se le encogió el corazón, en el sur de Gran Canaria. Estoy sin palabras. En el sur ya no se puede cantar aquel éxito de Rafaella Carrà. Los hoteles parecen cementerios, y los cementerios parecen la nada; y nuestra realidad es un algo lleno de incertidumbre. Somos migrantes en nuestra propia tierra, en nuestra propia realidad, en nuestra propia economía. Siento pena ( aunque la pena debilita a quien la siente, pero estoy así/así) por la gente, por lo que han sido sodomizados por este coronavirus. Ojalá ayuden a los que se ahogan, y a los que se ahogarán tarde o temprano porque esas ayudas no llegan ( o tardan en llegar). Quiero que Canarias vuelva a llenarse de turistas de todo el mundo. Que nos podamos tomar un algo en la barra o en la terraza, mientras abrazamos al camarero o felicitamos al dueño del local por lo bien que ha quedado la reforma. Ojalá muera el virus, y nazca una economía más fuerte: más democrática: más sólida: más fraternal para todos. «Besos de mujer canaria// Queso tierno recental». Besar sin mascarilla a una desconocida, y tomarnos el queso tierno donde y cuando nos da la gana. «¡Qué más puedo desear!»

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La luz naranja

 

 

Lavar el ego

 

Abrazo al maestro de la molécula maestra, al hombre de la dosis perfecta que lee este texto, mientras recibe mi cariño en forma de abrazos, abrazos, abrazos como rayos solares. Porque las palabras son como el sol: iluminan, producen placer. Tumbarse al sol y/o escribir es lo mismo. Son momentos de placer, y como todo placer hay que controlarlo. El placer es un veneno que se vuelve nocivo en la dosis, como he aprendido de vos. Escribir, ¡qué verbo tan universal! El escritor, el que inventa historias y universos es un poco Dios. Un dios que conoce a Dios, que es el ingeniero que une esos puentes: esas historias: esas vidas: esos verbos que se vuelven carne y pescado para que unos amigos de África celebren una fiesta alegre, a pesar de las lágrimas y la incertidumbre. Lloré. Celebrar una fiesta a pesar del luto y la miseria es una odisea como las de Antarah ibn Shaddad. África es una escuela para el ego. Mi ego se ha convertido en una camisa sucia, que limpio casi todos los días con detergente Omo y agua.

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Los chicos (les garçons)

 

Patera.
Patera.

Todos mis amigos duermen con un sueño: despertarse con un contrato, una familia y un pasaporte para ir- y volver- de Ítaca. Ellos duermen. Yo escribo, después de trabajar. ¡Qué sensación más hermosa, mi amor! Antonio Banderas le canta a la morena, mientras la playlist pasa a otra canción. Cada uno de los que duermen tiene su propia canción, su propia sonrisa, su propia alegría. Todos compartieron trayecto con las narcosirenas, pero éstas no eran hijas de Baphomet sino de la sarna y la miseria. Hay esperanza. Duermen tranquilos. Se merecen la mejor de las suertes. Muchos han pasado por la universidad, otros han vivido tanto que ninguna cátedra podría describirlos en mil tesis. Suelo imaginármelos con coche, casa, dando clases, labrando la tierra, comprando en Zara con sus hijos. Se merecen lo más grande, porque son grandes. Sólo un grande se enfrenta con un excálibur de plástico al mar amigo, traidor.