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¡Qué bajen la voz!

 

 

Es de corte surrealista lo que ha pasado en la Clínica Gara de Telde: un grupo de radicales se han puesto a cantar alabanzas religiosas y grabar a las personas que entraban/salían del centro. Pero, esto qué es: ¿realidad o ficción? Es penoso y reflexivo, a partes iguales, que en pleno siglo XXI sucedan estas escenas de corte almodovariano, de corte cuasi buñuelesco donde un grupo reducido pretende humillar a las mujeres, pero no lo consigue: porque una mujer que hace el camino de su casa a la clínica sabe muy bien lo que quiere; y por supuesto lo que no quiere.

 

El aborto es acto de responsabilidad, de libertad, de criterio y, ciertamente, es un derecho inalienable para toda mujer. Es una tautología: los derechos reproductivos son derechos humanos, como bien afirma ONU Mujeres. Cada mujer es libre de decidir, la actitud del cura y sus acompañantes tiene un hedor misógino; pretende (queriéndolo o no) infantilizar las decisiones de las mujeres. ¿Acaso quieren que volvamos a las casas clandestinas y/o a tomar hierbas, a escondidas, para abortar como se hacía antaño? ¿O ir a Londres? No todas podían ir a Londres, y otras muchas no tenían el acceso seguro y legal que hoy, gracias a la vida, sí tienen. Gracias a la Clínica Gara por existir, gracias al aborto seguro y legal: símbolo de civilización e igualdad. Las mujeres ya no mueren como en la edad media, o hace sesenta años cuando “se iban al pueblo”. Negarse al aborto es abrir las puertas a resultados dañinos y desastrosos en el cuerpo de la mujer, es abrir ventanas y puertas al retroceso y a la caza de brujas. Los mismo que se niegan al aborto, antaño denunciaban a las mujeres por brujas: algunos se camuflan en una sotana (¿Jesús haría lo mismo?) y otros le sacan rédito político a todo esto. ¡Cómo se nota que se acercan las elecciones!

 

Silencio.

 

 

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