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La explotación moderna

 

Lo de la explotación moderna no tiene fronteras, allá donde haya seres humanos habrá explotación- amo/eslavo a lo hegeliano-. Incluso en las sociedades más avanzadas como son las germanófilas o las escandinavas sigue existiendo este fenómeno, porque Hobbes no ha muerto: el hombre es un lobo para el hombre, y sin duda el más grande siempre intenta (queriendo o no) aplastar al más débil. Existen jornaleras de las fresas en el sur de Europa, pero también en el norte: trabajan como esclavas; no cobran por hora como los demás; haya frío, calor, tormenta, hielo. Pobres manitas, pobres mujeres que cobran por kilos recolectados, y soportando la autoridad de un oligarca que no sabe escribir su(s) nombre. El fenómeno de las jornaleras no es exclusivo del sur de Europa, sino de todo el mundo: trabajadoras mujeres (muchas polacas, otras lituanas, algunas tailandesas y pocas eslovacas) que se matan a trabajar por un precio irrisorio. Es duro, es explotación moderna que dice mucho del Estado que lo permite, y por supuesto, del empresario que contrata a estas obreras. Estamos hablando de unas señoras que cobran X, y el treinta por ciento de esa X es para el alquiler: un dinero que va al patrón y casero, que casi siempre es la misma persona/deidad.

 

Podrá usted, señor lector, decir que no están cualificadas: no hablan idiomas, no están integradas en la sociedad y mil excusas más para tapar una realidad: están trabajando, son efectivas y productivas. ¿Y? Pues, tienen que cobrar por hora, como el resto profesiones; crearles un convenio con precios democráticos, igualitarios. No se puede poner a un hombre de treinta años y a una mujer de cincuenta en el mismo puesto de trabajo cobrando: no por hora trabajada, sino por kilo recogido. Eso es ser muy listo. Todos podemos ser listos, ser listo es un deporte que se entrena. Pero, usted, además de listo, es injusto.

 

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¡Qué bajen la voz!

 

 

Es de corte surrealista lo que ha pasado en la Clínica Gara de Telde: un grupo de radicales se han puesto a cantar alabanzas religiosas y grabar a las personas que entraban/salían del centro. Pero, esto qué es: ¿realidad o ficción? Es penoso y reflexivo, a partes iguales, que en pleno siglo XXI sucedan estas escenas de corte almodovariano, de corte cuasi buñuelesco donde un grupo reducido pretende humillar a las mujeres, pero no lo consigue: porque una mujer que hace el camino de su casa a la clínica sabe muy bien lo que quiere; y por supuesto lo que no quiere.

 

El aborto es acto de responsabilidad, de libertad, de criterio y, ciertamente, es un derecho inalienable para toda mujer. Es una tautología: los derechos reproductivos son derechos humanos, como bien afirma ONU Mujeres. Cada mujer es libre de decidir, la actitud del cura y sus acompañantes tiene un hedor misógino; pretende (queriéndolo o no) infantilizar las decisiones de las mujeres. ¿Acaso quieren que volvamos a las casas clandestinas y/o a tomar hierbas, a escondidas, para abortar como se hacía antaño? ¿O ir a Londres? No todas podían ir a Londres, y otras muchas no tenían el acceso seguro y legal que hoy, gracias a la vida, sí tienen. Gracias a la Clínica Gara por existir, gracias al aborto seguro y legal: símbolo de civilización e igualdad. Las mujeres ya no mueren como en la edad media, o hace sesenta años cuando “se iban al pueblo”. Negarse al aborto es abrir las puertas a resultados dañinos y desastrosos en el cuerpo de la mujer, es abrir ventanas y puertas al retroceso y a la caza de brujas. Los mismo que se niegan al aborto, antaño denunciaban a las mujeres por brujas: algunos se camuflan en una sotana (¿Jesús haría lo mismo?) y otros le sacan rédito político a todo esto. ¡Cómo se nota que se acercan las elecciones!

 

Silencio.

 

 

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Conecta el cargador democrático

 

 

 

Miguel de Unamuno, el primer nudista de Fuerteventura, no se equivocó cuando afirmó que el nacionalismo se cura viajando. A ese nacionalismo le podríamos añadir el patriotismo, el patriotismo mal entendido que no deja de ser una de las muchas formas que tiene el leviatán del racismo y la xenofobia para camuflarse entre las buenas gentes. Con esta afirmación no quiero decir que el nacionalismo como concepto e ideología sea algo que incita al salvajismo absurdo del racismo, no: qué Dios me libre de afirmar tales cosas, porque no todos los nacionalismos son iguales. Creo que el nacionalismo local, regional, autonómico de un territorio determinado no funciona de la misma manera que a nivel estatal; el nacionalismo pequeño es un mecanismo de defensa sobre algunas políticas estatales: donde el grande se come al pequeño- concepto acuñado por Herbert Spencer y retomado por Charles Darwin-. El peligro tiene un nombre: el nacionalismo estatal, el nacionalismo supranacional donde se le hace creer a un pobre obrero que su estado y/o identidad es superior a la de los otros; está desaprovechada o mal aprovecha. Es el mismo discurso que algunos partidos políticos han adoptado: todo lo que sea diferente debe ser aislado, analizado, analizado otra vez y finalmente condenado al ostracismo. Por fortuna y alegría de la libertad existe otra señora muy elegante llamada democracia, existe la democracia que va en contra de los extremos y los odios. Acaso ese hombre falangista-salafista que va en contra de las minorías débiles habrá viajado; habrá visto mundo más allá de alguna reunión en Londres o Berlín con el exilio iraní; habrá trabajado fuera de su zona de confort: fuera de su campo y sus vacas; habrá visto una puesta de sol sin quejarse, sin llenarse de odio porque a dos metros paseaba un asiático (este es otro elemento del nacionalismo estatal, es decir del falangismo-salafista: negar al otro, el otro no puede ser mejor que yo. Yo soy Felipe II, afirma el Barbas).

 

No hay mayor cura para el nacionalísimo que irse al extranjero a trabajar, salir de España; salir del nido; salir de la zona de poder y confort. Vivir, sobrevivir y querer al otro como a uno mismo sin esas etiquetas primitivas que lo único que hacen es avergonzarnos ante la comunidad internacional. Conecta, amigo que debes cambiar, el cargador colorido de la democracia y vive: vive y deja vivir en libertad; relájate y deja de creerte emperador de España.